domingo, 1 de septiembre de 2024

Una de las cosas que tal vez convenga no hacer...

 José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

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No sé si sea más del siglo pasado que de este... Pero crecí en los tiempos en los que la comunicación mediada se parecía solo un poco a la que hoy podemos vivir. Me tocó utilizar el teléfono residencial, ese que tenía disco para marcar la numeración y después tuvo botones. Se escribían cartas cuando la gente estaba lejos y no teníamos suficiente dinero para pagar las llamadas de larga distancia.

En la escuela nos mandábamos mensajitos en papelitos que pasábamos entre los compañeros hasta que el profesor o la profesora se daban cuenta. Si el asunto era muy puntual y urgía, mandábamos telegramas, con una redacción muy chistosa, porque se cobraba por letra o palabra. 

En cualquier caso se trataba de una comunicación poco móvil, y la mayor parte de las veces tenía que ser oral: por teléfono o de plano en el encuentro cara a cara.

Entonces, hace unos 34 o 35 años irrumpió entre los mortales (o sea las mujeres y los hombres comunes y corrientes, a veces más lo segundo, jajajaja) la posibilidad de comunicarse de manera móvil, ubicua y asíncrona. Poco a poco fuimos adquiriendo nuestros buzones de correo electrónico y los mensajes tardaban una nada en llegarnos, aunque también se perdían en los misterios de la red (como mis cartas de papel se perdían en Correos de México), aunque con menos frecuencia.

Pero la magia se hizo con los mensáfonos -pequeños dispositivos también llamados bipers, por el sonido que hacían- mediante los cuales podíamos recibir mensajes de texto y nos convertíamos en disponibles para prácticamente cualquier persona que pudiera marcar el número telefónico desde el cual nos mandaban los recados. Fueron los años en los que también irrumpieron los teléfonos celulares.

Ambos aparatos eran muy caros, al alcance de pocos bolsillos. La telefonía celular provocó la desaparición de la radiomensajería, pues puso a nuestro alcanzo los mensajes de texto: de muy pocas palabras y alto costo. En la última década del siglo pasado, un minuto de telefonía celular costaba veinte pesos aunque no mucho después comenzó a bajar. Así que se seguían utilizando los teléfonos públicos de moneda o tarjeta o los mensajes de texto, que quitaban los problemas de tener que ir a una esquina y encontrar aparatos descompuestos o vandalizados.

Así, al menos en mi entorno, fueron disminuyendo las llamadas de voz y aumentando los mensajes de texto, que fueron potenciados por otro invento: la mensajería por internet.

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Durante la primera década de este siglo vivimos la erupción del messenger de hotmail, de yahoo o lugares que eran "salas de chat". Recuerdo por allí del 2007 rara era la persona a mi alrededor que no tuviera su cuenta, que no chateara

Se fue configurando una manera diferente de escribir, en párrafos muy cortos, cargados de abreviaturas y figuras, a las que poco después conoceríamos como emoticones, que pretendían auxiliarnos en la expresión de los estados emocionales que las letras son incapaces de transmitir y que dejábamos de percibir al ya no escucharnos o mirarnos.

El lanzamiento de Whats App en el 2009, presente en los teléfonos independientemente de las computadoras supuso una gran revolución: se podía chatear de manera asíncrona o síncrona, ubicua y móvil. Pronto los equipos de trabajo comenzaron a utilizarlo; las familias también y no se diga los grupos de amigos, los profesores.... Todo mundo estaba a unas cuantas letras de distancia.

Fue tal su impacto que tres años después desapareció el messenger... y también las salas de chat. Sobreviven algunos servicios de mensajería, como el de Facebook, el de Google, el de Apple porque lograron ser integrados a la telefonía celular. Se pueden usar con los datos del plan de telefonía de pre o pospago que tengamos, pero también conectándose a cualquier red de wifi... Eso rompió todo esquema económico: lo volvió casi gratuito. Nada que ver con lo que costaban las llamadas residenciales ni las del móvil.

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Hoy, millones de personas mandamos mensajes. Es muy normal, con todas las posibilidades y los límites que nos da decirnos cosas breves, de manera muy funcional, para resolver los inmediato.

Creo que esa nueva normalidad tiene grandes ventajas, pero al acomodarnos a ella hemos ido perdiendo la posibilidad de comunicarnos  escuchándonos, incluso mirándonos. Hace unos cuantos días sonó mi teléfono y era mi amigo Ricardo. Me saludó jovial como es él, amable. Me dijo que me llamaba para saludarme, para saber cómo estaba.

Su voz, el tono con el que la pronunciaba, las palabras que utilizaba produjeron en mí un gran impacto, una alegría que no es posible experimentar a través de los mensajes de texto. Y es que se trataba de una conversación poco funcional, sin fines pragmáticos. Dedicada solo al gozo de la amistad, de ocuparse por la persona apreciada. Se tornó en algo muy personal, de una forma que las letras de la mensajería no pueden reproducir.

Y eso me hizo pensar. Apunté en mente y corazón que debo hablar más seguido con quienes aprecio; con quienes quiero para que sepan de mí, que me escuchen e incluso que me vean con ese portento tecnológico que son hoy las videollamadas. Así podrán palpar mi estado anímico, mi gozo, tristeza o preocupación. 

Hay cosas que tal vez convenga no hacer. Una de ellas es reducir la comunicación a la que permite la mensajería de texto, porque nos perdemos del otro, acercado vicariamente, virtualmente por la tecnología que pone al alcance de nuestro oído, de nuestra vista su presencia. El encuentro interpersonal -en vivo y a todo color- pero también el mediado dan a la mente y al corazón una viveza que nutre los días, enriquece los momentos.

En realidad, solo converso por teléfono y virtualmente de manera habitual con una persona... He permitido una reducción impresionante de mi horizonte interrelacional y me atrevo a decir que muchos lo hemos hecho. A la larga invertimos tanto tiempo tecleando como hablando, pero la resultante intelectiva, volitiva y emocional no es la misma.

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Lo apunto para mi camino y lo hago extensivo para nuestro camino... Porque hay cosas que sí conviene hacer y una de ellas es aprovechar los portentos tecnológicos para andar la vida acompañados, porque al final somos por, con y para los demás y reconocernos en el tono, la intensidad, el gesto -aun en la distancia- se vuelve energía para nuestro caminar.


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