José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Alguna vez fui joven. En ese entonces mis predecesores nos decían a mis coetáneos y a mí que le echáramos muchas ganas, que nos formáramos muy bien, porque los jóvenes éramos el futuro de nuestra familia, de nuestra comunidad religiosa, de nuestro país. Y me sonaba muy sensato: adueñarnos de las herramientas intelectuales, emocionales, volitivas para acometer los desafíos que nos presentara la vida a cada momento porvenir.
De aquel entonces a la fecha ha pasado mucho tiempo. Hasta hoy me he dedicado a educar en diversos frentes: formal, no formal, popular. Y del tema que hablo he aprendido algo en ese itinerario y el mío propio como persona: los jóvenes no son el futuro, son el presente.
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Los jóvenes son el presente
Según datos del INEGI en 2010 solo el 51.2% de los jóvenes de 16 a 19 años van a las escuela, lo que significa que el 48.8% ya no estudian. El 28.75% de todos ellos son económicamente activos. El Panorama de la educación 2013 que elaboró la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala que hace un par de años tan solo nuestro país tenía un 24.7 % de jóvenes que ni estudiaban, ni trabajaban; eran ninis, que el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve) cifró en 6.2 millones en 2014.
Los jóvenes trabajadores ya son importantes en su familia, en la economía: colaboran en la manutención de su casa, generan recursos que mueven el mercado, asumen responsabilidades en su trabajo y muchos de ellos en sus localidades. Quienes estudian ya hoy producen (o no) conocimiento, interactúan (o no) con los problemas de sus comunidades a través de la acción social de sus bachilleratos y lo harán si llegan a la Universidad. Los que hacen nada son un costo considerable para sus familias y la sociedad en general y al ser totalmente desocupados constituyen un núcleo poblacional que puede llegar a ser problemático en lo que a conductas de riesgo se refiere. Si hablamos de participación política sus votos cuentan cuando son mayores de edad, su participación en organizaciones de todo tipo tiene
Si un joven en un accidente de tránsito lastima alguien eso no sucederá en el futuro, sino en el momento mismo que suceda el infortunio. Nada de eso va a suceder en el futuro. Acontece ya. Lo que la juventud hace o deja de hacer repercute en todos los demás grupos de edad.
Dicho sea de paso: los no tan jóvenes también somos el presente, no somos pasado e igualmente debemos responder por lo que somos, por lo que hacemos, por lo que dejamos de hacer. Jóvenes y no tanto coincidimos en el momento y allí nos jugamos las posibilidades humanizantes para la vida diaria.
Pensar que los jóvenes son el futuro conduce frecuentemente a pensar en ellos no en el hoy sino en el mañana, lo cual les quita muchas, muchas oportunidades de ser responsables de sí, de los demás, del mundo que les ha tocado.
En acción. Voluntarios de TECHO en plena tarea de construcción. (Prensa TECHO) https://www.clarin.com/sociedad/organizacion-techo-voluntarios-construir-gba_0_VkSl1yBxb.html |
Desde otra perspectiva, considerarlos el presente de nuestra casa, nuestra comunidad y país nos lleva necesariamente a interactuar con ellos como personas capaces de hacerse cargo desde ya de diversas realidades: de la formación que deben tener tanto en casa como fuera de ella (escuela, centros de capacitación, incluso los lugares en los que trabajan); de responsabilidades para que la dinámica familiar sea más fluida, ordenada, higiénica; de acciones que contribuyan con el bienestar vecinal: deporte, arte, recreación, limpieza.
Si a un joven se le trata como niño, responderá como tal (también los adultos, digamos de paso); si se le trata como miembro capaz de responsabilidades personales, familiares, sociales, políticas y económicas, seguramente aportará desde hoy a que haya condiciones más humanas para sí y con quienes comparte su alrededor.
Contribuir a que los jóvenes dejen de ser el futuro es buena apuesta: sumémoslos a que sean el presente.
Actualizado el 24 de julio de 2018.
Publicado en mi columna Apuntes en el Camino, del periódico Pax, el 27 de marzo de 2015.
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