José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Hoy vivimos en un mundo que nos abre amplias posibilidades. Contamos con explicaciones que nos permiten relacionarnos de diferentes maneras con las cosas: la ciencia ha avanzado desde todas sus disciplinas; la filosofía acomete preguntas sobre el significado de los múltiples problemas que nos planteamos sobre la existencia del mundo y de todas las cosas; la tecnología genera aplicaciones que han llevado la medicina, las comunicaciones y cualquier área de la vida humana a niveles insospechados. Podemos pasar la vida sin más entre tantas explicaciones y aplicaciones que utilizamos para relacionarnos con nuestro día a día, que es cada vez más complejo y vertiginoso.
En un extremo de la cotidianidad nos encontramos con las mujeres y los hombres que crean nichos en los cuales vivan la existencia envueltos en un dinamismo impresionante. Trabajan todo el día, muchos días al año; enfrentan los embates de la comunicación, de las redes sociales, de la productividad; son seres generalmente hipertecnologizados. Cuando no están envueltos en la vorágines de su existencia, descansan atendiendo a asuntos que dejan pendientes al transcurrir de los meses y buscan aquello que los saque de la rutina en la que se ven envueltos: viajes, películas, videojuegos. Muchas veces quedan masificados en la dinámica económica y social contemporánea. El tiempo se les vuelve plano de tan rápido que viven.
En otro extremo, están quienes por alguna razón no tienen una vida tan intensa y se refugian –cuando no se evaden- en los medios de comunicación, la vida social, la cotidianidad plana, no por exceso sino por defecto de vitalidad.
De una u otra forma nuestra forma de vida corre el riesgo de volverse “alienante”; es decir, que nos vacía de nosotros mismos, de nuestra identidad. Sutilmente podemos irnos “vaciando de quienes somos”, perder nuestra identidad, dejar de tener claro el sentido de lo que somos y hacemos, porque estamos totalmente volcados a la exterioridad, al transcurrir muchas veces sin sentido de las cosas.
Pese a ello, los seres humanos podemos estar atentos para que en este mundo que nos ha tocado vivir podamos conciliarnos mejor con nosotros mismos y con los demás.
El sentido de las efemérides
Para ello contamos entre otros con un mecanismo que nos lleva a “recrearnos”, a recuperar lo profundo de nuestro ser y existir: el de crear en el tiempo momentos especiales para volver nuestros pasos sobre lo que vivimos y allí escudriñar lo que nos humaniza o no.
Esto lo hacemos mediante las efemérides, que son días dedicados a recordar cosas importantes que nos permiten recordar quiénes somos, de dónde venimos, a donde vamos. Así funcionan, por ejemplo, los cumpleaños, los aniversarios, las celebraciones de oro, plata, los jubileos, los días dedicados a una conmemoración en especial.
Lo relevante de tomar días y hacerlos distintos a otros es darnos oportunidad de romper la rutina, la planicie de lo diario y entrar en los relieves de las cosas que resultan coordenadas importantes para resignificar nuestra identidad, para zambullirnos en nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás, con el mundo en el que vivimos y, ¿por qué no?, con lo que consideramos trascendente como Dios.
Una vida plana transcurre sin más; no se pregunta sobre por qué consumir, para qué trabajar, por qué mantener o no un matrimonio y si lo llega a hacer se instala en respuestas fáciles, cómodas, superficiales.
Celebrar a la madre, al maestro, las fiestas religiosas pueden ser no sólo ruido, también profundidad si hurgamos en la memoria y el corazón y recuperamos la razón de ser que dio origen a esas celebraciones; si nos damos a la tarea de darles también sentido en un mundo que puede hoy ser diferente, pero que tiene las mismas dimensiones humanas que han creado la historia.
Celebrar a la madre, al maestro, las fiestas religiosas pueden ser no sólo ruido, también profundidad si hurgamos en la memoria y el corazón y recuperamos la razón de ser que dio origen a esas celebraciones; si nos damos a la tarea de darles también sentido en un mundo que puede hoy ser diferente, pero que tiene las mismas dimensiones humanas que han creado la historia.
Una vida con subidas y bajadas implica un movimiento permanente de centrarse en uno mismo, descentrarse para una interacción más humana, de sobrecentrarse para encontrar el sentido de todo, especialmente cuando parece no tenerlo.
Vivir los días “especiales” es oportunidad para evitar la “desgracia del tiempo plano” en el que las jornadas diarias, las semanas, los meses transcurren y quienes los viven se van vaciando de lo que los humaniza, de forma imperceptible pero real.
Somos seres históricos, por ello celebrar la vida en las efemérides puede ser la oportunidad de mirarnos como seres en relación con otros, situados en un país, una región, el mundo y encontrar a través del recuerdo lo que nos hace ser quienes somos y en ese acto abrirnos a quererlo seguir siendo o a la posibilidad para transformarlo en nuevas oportunidades humanizantes, nacidas en lo profundo del pasado y en el desafío del presente acicateado por el futuro lleno de posibilidades para la vida digna en todos los niveles, tiempos y espacios.
Texto actualizado el 15 de septiembre de 2017. Publicado originalmente en Síntesis Tlaxcala, 3 de mayo de 2012
Somos seres históricos, por ello celebrar la vida en las efemérides puede ser la oportunidad de mirarnos como seres en relación con otros, situados en un país, una región, el mundo y encontrar a través del recuerdo lo que nos hace ser quienes somos y en ese acto abrirnos a quererlo seguir siendo o a la posibilidad para transformarlo en nuevas oportunidades humanizantes, nacidas en lo profundo del pasado y en el desafío del presente acicateado por el futuro lleno de posibilidades para la vida digna en todos los niveles, tiempos y espacios.
Texto actualizado el 15 de septiembre de 2017. Publicado originalmente en Síntesis Tlaxcala, 3 de mayo de 2012