José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Andar en bicicleta en condiciones como la lluvia y la noche desafía nuestros sentidos, la concentración, al tiempo que dinamiza nuestra frecuencia cardo respiratoria. Puede ser una gran experiencia de vida saludable.La escena en la que Gene Kelly baila "Cantando bajo la lluvia" está indisociablemente unida a mi memoria. Regresó a mis imágenes aquel martes en el que tras una larga y cansada jornada debí volver a casa en medio de la lluvia, una vez caída la noche.
Pasaban de las 20.30 hrs. Había llegado al trabajo temprano por la mañana y como siempre los pendientes estaban apilados inmisericordemente en mi escritorio. Pasaron las horas y entre el teclado, la pantalla de la computadora, las reuniones de rigor y un taller de diseño curricular quedaron ocupados mis minutos, mis afectos y mis pensamientos: realmente estaba agotado; es más: ¡enfurruñado!
Mientras los participantes del encuentro académico en el que terminaba mi día desalojaban el aula, abrí el compartimento apropiado de mi alforja y saqué el entrañable impermeable de poncho que compré para rodar en situaciones como la que el ruido de agua anunciaba por la ventana. Hice lo mismo con el pantalón y me alisté para ir hasta mi vehículo, fiel compañero desde hace poco más de 15 meses: la bicicleta híbrida en la que me transporto desde que decidí que debía cuidar mi salud y ayudar a la insulina a que mi organismo consuma la glucosa que circula en la sangre.
Salí del edificio. La lluvia caía copiosa, fría como suele ser en Puebla.
Alisté las luces rojas intermitentes de mi casco y de la bicicleta, así como la luz blanca delantera. Me posé en el pedal izquierdo y monté a la vieja usanza.
En la oscuridad nocturna y con el reflejo de las luces de los autos en los charcos y arroyos surgidos en el pavimento, acometí una bajada. Inmediatamente el miedo me avisó: "hay que andar con extremo cuidado... a los 53 años una caída no es para nada graciosa y si me descuido hasta prensado bajo las llantas de un carro puedo quedar". Mis manos respondieron, apliqué el freno y agucé el oído, la vista, creo que "hasta el olfato".
Casi como por magia fueron desapareciendo todos los pensamientos que rondaban mi mente, solo existíamos el camino, los vehículos, la lluvia y yo, montado sobre mi hermosa pero extremadamente vulnerable bicicleta.
La lluvia en mi rostro, el frío del aire, la marcha a menos de 12 km por hora -un 40 % más lenta de lo habitual por la necesidad de estar totalmente alerta- se volvieron terapéuticas. Disfruté enormemente rodar en esas condiciones.
Fueron poco más de 40 minutos que repararon el estrés de la jornada y que sin quererlo yo reubicaron los sentipensares que me acompañaban. Comencé a serenarme, me invadió la paz.
Hace algunas semanas Coco y yo habíamos charlado con Sandro Cohen, el poeta ciclista urbano quien nos había dicho que la experiencia de rodar en la bicicleta en medio de la lluvia se convertía en algo eufórico y liberador... comprendí que él tiene razón... (Si quieres leer la entrevista, haz click aqui).
No puedo decir que en una noche lluviosa haya sido un Gene Kelly bailando tap después de que su chica lo besara (aunque no me molestaría que eso sucediera), pero sí fui un ciclista feliz, a gusto, agradecido porque el ciclismo urbano me dio un excelente cierre del día. Llegué a casa con el sudor propio del movimiento, el cansancio de la vista y el oído y el éxtasis de la rodada.
Creo que como ciclistas no debemos temer a las condiciones metereológicas para disfrutar una salida, sino a no tener la libertad de poner todos nuestros sentidos y pensamientos en torno al camino y a partir de ello lograr una experiencia de encuentro con lo que nos rodea y con nosotros mismos...
Bendita oportunidad de concluir el día pedaleando bajo la lluvia.
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Andar en bicicleta en condiciones como la lluvia y la noche desafía nuestros sentidos, la concentración, al tiempo que dinamiza nuestra frecuencia cardo respiratoria. Puede ser una gran experiencia de vida saludable.La escena en la que Gene Kelly baila "Cantando bajo la lluvia" está indisociablemente unida a mi memoria. Regresó a mis imágenes aquel martes en el que tras una larga y cansada jornada debí volver a casa en medio de la lluvia, una vez caída la noche.
Pasaban de las 20.30 hrs. Había llegado al trabajo temprano por la mañana y como siempre los pendientes estaban apilados inmisericordemente en mi escritorio. Pasaron las horas y entre el teclado, la pantalla de la computadora, las reuniones de rigor y un taller de diseño curricular quedaron ocupados mis minutos, mis afectos y mis pensamientos: realmente estaba agotado; es más: ¡enfurruñado!
Mientras los participantes del encuentro académico en el que terminaba mi día desalojaban el aula, abrí el compartimento apropiado de mi alforja y saqué el entrañable impermeable de poncho que compré para rodar en situaciones como la que el ruido de agua anunciaba por la ventana. Hice lo mismo con el pantalón y me alisté para ir hasta mi vehículo, fiel compañero desde hace poco más de 15 meses: la bicicleta híbrida en la que me transporto desde que decidí que debía cuidar mi salud y ayudar a la insulina a que mi organismo consuma la glucosa que circula en la sangre.
Salí del edificio. La lluvia caía copiosa, fría como suele ser en Puebla.
Alisté las luces rojas intermitentes de mi casco y de la bicicleta, así como la luz blanca delantera. Me posé en el pedal izquierdo y monté a la vieja usanza.
En la oscuridad nocturna y con el reflejo de las luces de los autos en los charcos y arroyos surgidos en el pavimento, acometí una bajada. Inmediatamente el miedo me avisó: "hay que andar con extremo cuidado... a los 53 años una caída no es para nada graciosa y si me descuido hasta prensado bajo las llantas de un carro puedo quedar". Mis manos respondieron, apliqué el freno y agucé el oído, la vista, creo que "hasta el olfato".
Casi como por magia fueron desapareciendo todos los pensamientos que rondaban mi mente, solo existíamos el camino, los vehículos, la lluvia y yo, montado sobre mi hermosa pero extremadamente vulnerable bicicleta.
La lluvia en mi rostro, el frío del aire, la marcha a menos de 12 km por hora -un 40 % más lenta de lo habitual por la necesidad de estar totalmente alerta- se volvieron terapéuticas. Disfruté enormemente rodar en esas condiciones.
Fueron poco más de 40 minutos que repararon el estrés de la jornada y que sin quererlo yo reubicaron los sentipensares que me acompañaban. Comencé a serenarme, me invadió la paz.
Hace algunas semanas Coco y yo habíamos charlado con Sandro Cohen, el poeta ciclista urbano quien nos había dicho que la experiencia de rodar en la bicicleta en medio de la lluvia se convertía en algo eufórico y liberador... comprendí que él tiene razón... (Si quieres leer la entrevista, haz click aqui).
No puedo decir que en una noche lluviosa haya sido un Gene Kelly bailando tap después de que su chica lo besara (aunque no me molestaría que eso sucediera), pero sí fui un ciclista feliz, a gusto, agradecido porque el ciclismo urbano me dio un excelente cierre del día. Llegué a casa con el sudor propio del movimiento, el cansancio de la vista y el oído y el éxtasis de la rodada.
Creo que como ciclistas no debemos temer a las condiciones metereológicas para disfrutar una salida, sino a no tener la libertad de poner todos nuestros sentidos y pensamientos en torno al camino y a partir de ello lograr una experiencia de encuentro con lo que nos rodea y con nosotros mismos...
Bendita oportunidad de concluir el día pedaleando bajo la lluvia.
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