Cuidado y edición: Socorro Romero Vargas.
Libertad: necesaria y ambigua
tiempodehoy.com |
Los seres humanos nacemos sin ser humanos del todo….
Para nadie
es desconocido que un bebé inicia la vida más como un conjunto de posibilidades
que como una realidad humana ya hecha: no ha inteligido, va a inteligir; no ha
amado, amará; no ha socializado, socializará.
En esta incompletez
que puede irse completando a lo largo de la vida se inserta una realidad que ha
llamado la atención humana desde siempre: la libertad.
Las personas
somos libres, eso quiere decir que podemos emerger de ser nadie para irnos
convirtiendo en alguien, nos construimos quienes vamos siendo a partir de una
interacción permanente con los otros, el mundo y nosotros mismos.
Hace unos
cuantos días conversaba con una amiga y me decía que el ser humano hace cosas
muy animales, como las bestias. Yo la escuché y le dije con toda convicción que
eso no puede ser así. Alguien puede realizar acciones que parecen inhumanas,
pero son humanas porque brotan de la ambigüedad de su libertad: puede decidir
lo que humaniza, pero también lo que destruye, porque no todo está prescrito en
su vivir, porque siempre mantiene márgenes de indeterminación, de
impredecibilidad que puede resolver de muchas maneras; porque es libre.
Además de
que nos vamos a morir, podemos estar seguros de que estamos condenados
irremediablemente a ser libres, a salir de nuestra incompetez, a tomar
decisiones que nos modifican, cambian el mundo, se concretan en formas de
convivencia permanentemente cambiantes.
La vida
humana es un regalo y también una encomienda, una tarea por realizar: pasar de
no ser persona, a irlo siendo mientras se exista.
El ambiguo dinamismo de la libertad
Ser libres implica que hay que construir la propia
existencia. Esto se hace decidiendo en un diálogo con los demás y con la
realidad en la que se está inserto: se elige realizar acciones que buscan
allegarse lo necesario para seguir siendo persona. Cada uno escoge lo que
encuentra que lo humaniza para poder seguir adelante con su vida: esta misma,
el alimento, el vestido, el acceso a bienes, a servicios.
Vivir
implica decidir lo que realiza y romper con lo que lo impide. Ser libres es ser
capaces de ruptura y de construcción humana. Pero esto es ambiguo, incierto,
indeterminado. Porque al buscar lo que realiza podemos aplastarnos unos a otros,
depredar el mundo… y es que esto de ir siendo humanos es algo complejo.
Detengámonos un poco en este lado oscuro de la humanidad posible.
El infierno son los otros
queglamourhayenesto.com |
Jean Paul Sartre, en su obra A puerta cerrada, consigna una experiencia que es conocida como la
dialéctica de la cosificación: en la búsqueda de realizarse libremente el ser
humano mediante el pensar tiende a volver cosa -objeto- a los demás,
considerarlos como algo con lo que debe lidiar en el momento de decidir. Unos a
otros nos reducimos a funciones, intereses: los instrumentalizamos. Con
nuestras decisiones podemos pasar por encima de ellos. Ejemplos abundan en la
historia.
Por otra
parte, ocurre que ante la libertad del otro podemos bien sea reaccionar de tú a
tú y establecer un conflicto de poderes o dejarnos poseer por el otro y
entonces nos volvemos a nosotros mismos cosas -objetos- ante las cuales el otro
decide a mansalva.
Es así que
se entiende la frase que pone en boca de uno de los personajes de la obra de
teatro referida: el infierno son los otros… Estamos irremediablemente
destinados a vivir reduciéndonos unos a otros a objetos cuando lo único que
realmente somos es sujetos. A nadie le gusta ser tratado como cosa, como objeto
mientras se desconoce su subjetividad. Sartre llama la atención ante la
realidad de que la convivencia humana es difícil, casi imposible (baste
recordar que él y sus contemporáneos vivieron las guerras mundiales con todos
los horrores que hemos ido conociendo a lo largo de los años posteriores).
Compasión: romper el círculo de la cosificación
En un café filosófico reciente conversábamos sobre la
tensión referida como dialéctica de la cosificación y nos preguntábamos si
estamos irremediablemente a ser objetivados, instrumentalizados por los otros o
a hacer lo mismo con ellos. Los seres humanos al reducirnos unos a otros a una
idea de conocimiento podemos prescindir de cualquier persona, instrumentalizarla,
utilizarla e incluso desecharla.
Pareciera
un círculo del cual no hay salida.
Hay, sin
embargo, una forma diferente de ver el dilema. La postura de Sartre -enraizada
en la modernidad occidental- parte de la capacidad cognoscitiva de las
personas: el conocimiento reduce a ideas, en él conocemos a partir de
relacionarnos con “objetos” de conocimiento. Pero conocer no es la única forma
de relacionarnos con los demás y el mundo.
Voltear la
vista a otras experiencias nos advierte que entre otras cosas podemos ser
compasivos, es decir, personas que entrañablemente podemos ponernos emocional,
sentimental, amorosamente al lado de nuestros semejantes y descubrirlos
interactuantemente en su propia insuficiencia, su carencia, su sufrimiento, su
necesidad, que en el fondo son las nuestras propias.
La compasión
nos impide ignorar la subjetividad, la humanidad del otro y nos pide
comprometernos con ella… lleva a nuestra libertad a decidir no solo en
mismidad, sino en alteridad; es decir: por el otro, con el otro y para el otro.
Cuando descubrimos con lo descubrimos con las entrañas, podemos dejar de ser
indiferentes a su humanidad.
Es lo que
filósofos como Martin Buber o Emanuel Levinas demandan de nosotros desde al
hablarnos del nos-otros, del descubrimiento del rostro del otro que nos
interpela, que nos invita a ser juntos. Tradiciones religiosas como el
cristianismo parten de la realidad y la posibilidad de vivirse en fraternidad,
en comunidad. Sin ingenuidades, pero sin renunciar a que los humanos podemos
ser alguien entre nosotros y no solo algo.
La libertad está llamada a ser vivida en alteridad y no solo en mismidad.
Compartir libertad que hace posible lo humano para todos
La libertad mirada solo como el individuo que debe construirse frente al mundo conduce irremediablemente a la opresión, a la mera utilización.
Mirada como
corresponsabilidad compasiva, entrañable, se vuelve llamada de ética, de
justicia. En esta última óptica se inscriben los esfuerzos por vivir una
cultura de inclusión, cuidado, acogida de la vulnerabilidad que están en la
base del compromiso con migrantes, con los menos favorecidos. Desde allí se
entienden los esfuerzos de plantearnos las relaciones de género, de lidiar con
la violencia. Los afanes y las luchas por hacer de este mundo un lugar más
humano y justo.
En un mundo
con gran carga de individualismo t funcionalidad es imperante que las instituciones
de socialización (familia, escuela, religión) asuman el papel que les
corresponde y diseñen estrategias para que más allá del discurso las personas
desde pequeños nos encontremos con los demás, los diferentes a nosotros y los
descubramos compasivamente en su humanidad, que es la nuestra propia.
Urge una
pedagogía de la compasión que esté totalmente entrelazada con la de la libertad
y que se hace rompiendo los muros de las casas, las escuelas o las iglesias,
yendo allí donde los humanos somos carentes, vulnerables, pequeños, pero
también grandes, solidarios, fraternos.
Experiencias misioneras, proyectos de contacto con la realidad,
interacción con instituciones que procuran derechos humanos, etc. Son de
distintas maneras oportunidades para la compasión que, en un segundo momento
pedagógico, debe ser reflexionada… Generación de solidaridad bien informada, conjunción de virtud y letras, integración de justicia y funcionalidad… son distintas maneras de decir que la libertad puede ser humanizante
Cuando la libertad se mira solamente desde el individuo que puede decidir para dominar el mundo en su provecho la vida humana queda hipotecada; vivida en el amor y la solidaridad que supeditan la ciencia, la tecnología, la técnica y las acciones de autodesarrollo a poder ser por, con y para los demás, se vuelve realmente posibilidad, potenciación de vida humana justa y digna.
Vivirla libre y compasivamente puede ser gran aporte para afrontar los desafíos de nuestros días y excelente
herencia para las próximas generaciones.
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