Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

viernes, 24 de abril de 2020

Para afrontar los desafíos, volver a los fundamentos de la educación. Diálogo con Martín López Calva

Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Corrección y cuidado: Socorro Romero Vargas

El mundo entero ha atravesado por una serie de medidas inusuales por la pandemia del Covid-19. El confinamiento con la distancia física, el rompimiento de la rutina cotidiana, de la forma habitual de trabajo, la disminución inusual de la actividad económica han mostrado muchas señales que hay que atender, para la construcción de un mundo más humano.
Con esta entrevista comienza la presentación de una serie de charlas tenidas con educadores sobre los desafíos que tenemos que afrontar -seguir afrontando, sería más propio- tras la crisis de la emergencia sanitaria del 2020.

Un camino que lleva a la educación

A Martín López Calva (Puebla, 1961) “la educación le llegó casi casi por ser quien es”. Y lo sabe y lo ha llevado a una dimensión muy grande. Por eso charlar con él de temas educativos siempre es una gran experiencia.
                Nació en el seno de una familia de educadores y su vida escolar sucedió en el ambiente y el carisma de dos familias religiosas de gran tradición pedagógica, diríamos humanista de inspiración cristiana: cursó primaria y secundaria en el Colegio Trinidad Sánchez Santos, de los salesianos y el CCH (bachillerato) en el Instituto Oriente, de los jesuitas.
                Allí hizo experiencia en la pequeñez del trabajo y los encuentros de cada día de una teleología que propone que el proceso educativo encamine a poder vivir humanamente; es decir, siendo capaces de desplegar los dinamismos antropológicos fundamentales, esos que contribuyen a una personalización por, con y para los demás en el mundo, al que hay que adaptarse al mismo tiempo que transformar, para que haya condiciones mínimas para la vivencia de la dignidad humana.  
Tras la licenciatura en arquitectura -cursada en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), una institución humanista en la cual hoy es decano, comenzó el trabajo que lo conduciría por la senda de la pasión de su vida: docente e investigador educativo.

               Esta faceta de su vida comenzó en la Universidad Iberoamericana Puebla, institución jesuita de educación superior, en la cual se integró primero como académico por hora clase y poco después como personal de tiempo completo del Área de Integración Universitaria, un proyecto cuya pretensión era que los estudiantes tuvieran elementos adecuados y suficientes para trabajar en la integración de sus potencialidades para asumirse seres libres, creativos, críticos, solidarios, integrados afectivamente y abiertos a lo ilimitado en la conciencia de su actuar.
                 En ese tiempo y frente a la tradicional concepción de la escolarización como aprendizaje de contenidos, la pedagogía que se buscaba y en la que se trabajaba tenía otras pretensiones en las que el punto de llegada del trabajo formativo no era el conocer, sino el ser de los alumnos, en la medida que ellos quisieran asumirse como sujetos capaces de construir un proyecto de vida en relación consigo, con los demás y con su mundo.
                 En esos menesteres fue que cursó la maestría y el doctorado en educación en la Universidad Autónoma de Tlaxcala investigando y reflexionado sobre la trans-formación docente y comenzó una amplia trayectoria universitaria, como docente y administrador de lo académico.
               El encuentro en 1989 con la obra de Bernard Lonergan, teólogo y filosofo jesuita y años después con la Edgar Morin -pensador galo que insiste en entender al ser humano desde la complejidad de su ser y su pensar- fue fundamental para la labor que desempeña y lo confirmó en la visión que tiene de que la educar es un proceso progresivo, gradual, sistemático que lleva al desarrollo de todas las potencialidades del ser humano, para que pueda construir un proyecto de realización humana y contribuir a la construcción social y global que permita la vida humana digna.

Mirar la educación con amplios horizontes

Como corresponde en tiempos de pandemia, fue a través de una videoconferencia que sostuvimos una charla afable, entrañable, lúcida sobre cómo la crisis que la irrupción del coronavirus -como se le conoce coloquialmente- mueve nuestra conciencia para pensar en los desafíos que enfrentan aquí y ahora los  educadores y que deberán marcar la futura agenda de la transformación de los docentes, el currículum, las prácticas pedagógicas. Me dio gusto ver a mi compañero de ideas y acciones de educación humanizante.
                Y nuestra charla comenzó “por el principio”, sobre la forma en la que él entiende lo que es educar y lo que los tiempos de aislamiento como política de salud ante la pandemia nos muestran como provocación.
               Sumado a una gran tradición pedagógica él la define como la “acción progresiva, gradual, sistemática de desarrollar todas las potencialidades del ser humano para que construir un proyecto personal de realización humana y contribuir a la construcción social y global”.
                Y pareciera que lee mi mente, pues mientras lo oigo, pienso que en un mundo que ha identificado a la educación como transmisión de contenidos (no necesariamente de saberes), hablar de la construcción de TODAS las potencialidades del ser humano pareciera tarea imposible, así que se me adelanta y señala que ante esa apariencia él afirma que es una apuesta válida, posible aunque de manera limitada, que se da en medio de contradicciones, pero que al final sí da frutos.  Eso nos da pie para el meollo de nuestra conversación: la reflexión sobre los desafíos educativos ante la radiografía de una crisis como la que el coronavirus ha provocado en el mundo, los continentes, los países, las comunidades, incluso los hogares.

Lo que vivimos evidencia lo que somos

Y el tema da para una avalancha de observaciones, comenzando por el redescubrimiento de la vulnerabilidad. Pareciera que vulnerables siempre son los otros, los que carecen de algo o mucho, pero la pandemia ha puesto el dedo en la llaga: LO SOMOS TODOS y allí hay una invitación a la humildad: a pesar de que las personas se sientan dueñas y controladoras de todo, con grandes instituciones, siguen siendo seres de la naturaleza, permanentemente expuestos a sus vaivenes. En estos días de confinamiento, el solo salir de casa nos deja expuestos.
                Y esto nos lleva a la desconfianza: vemos a los demás como un riesgo, de quienes debemos cuidarnos y sin embargo la mayor parte de nosotros, sino es mediante actos de solidaridad, no lograremos salir ni de esta ni de otra situación de vulnerabilidad. El otro no es un riesgo, es una condición para que podamos ser humanos, “es fuente de vida y de cuidado para mí, para los míos, como yo lo soy de él (o ella), de los suyos”.
                La visión individualista que suele campear en nuestra cultura y que de alguna forma se afianza en las instituciones educativas termina siendo insuficiente: “seguir tu pasión, seguir tus sueños, dar los pasos que se pueda dar” parece idílico, pero en tiempos de contingencia resulta insostenible, porque hay muchas cosas inesperadas, no necesariamente justas y que escapan de tu comprensión y tu volición. Todavía más, ese individualismo que se instala en el confort nos prepara para el sacrificio, para entender que no somos el centro del universo. Si es verdad que te puedes encargar de la realidad, también lo es que la realidad te carga y que para salir adelante es importante la constitución individual como la interacción social que busca la justicia.
               Esta charla se pone buena: vulnerabilidad, solidaridad, humildad, relacionarse de otra manera con la realidad, desmitificar el individualismo, así que viene el siguiente paso obligado: hablar de cómo esto y más desafían a la educación o mejor dicho, a quienes estamos involucrados en ese proceso personal y social.
               Y una vez más, aparecen diversas consideraciones, que son provocaciones para mente y corazón, para asumir la responsabilidad que tenemos de construir un futuro próximo y remoto más justo y humanizante.

En la educación: arrojados a afrontar los desafíos de siempre y sus nuevos rostros

No estamos preparados para afrontar los desafíos para superar la separación entre lo conceptual que se vive en la escuela y las implicaciones vitales en ella y fuera de ella. Los educandos reciben información, la repiten, pero no la relacionan con la realidad, con la vida diaria y cuando nos “cambian la jugada” nos quedamos pasmados, desconcertados, incluso perdemos autonomía y esperamos que alguien nos dicte qué hacer, pues entendemos poco, aunque repitamos mucho.
               Y así llegamos a una idea central del pensamiento y la praxis de Martín desde hace muchos años: una vez más vuelve al centro de la escena la necesidad de replantear los fundamentos de la educación antes que sus cómos: ¿qué es educar? ¿por qué educar? ¿para qué educar, con qué finalidad o finalidades? Porque parece que las finalidades implícitas o explícitas de la escuela como transmisora de conocimientos que idealistamente no tienen que ver con la realidad, ha mostrado su insuficiencia para afrontar la vida.
                No se trata de tecnología, sino de dar armas para formar el carácter, educar en la responsabilidad, en la tolerancia a la frustración, a la importancia de estar en condiciones suficientes para crear proyectos de vida desde la alteridad. Pero esto no es posible con la aplicación de métodos como recetas. Se requiere pensar en que educar es más que transmitir, que enseñar; porque la persona -y sus exigencias éticas- es más que eso.
                Con una visión de fondo de quién es el ser humano, de hacia dónde debe dirigir su actuar, del papel que juegan el conocimiento y la voluntad en todo ello, es posible articular una forma de entender la educación de la cual se desprendan métodos más pertinentes. Martín lo ha señalado diciendo que hay que volver a la antropología, la ética, la axiología y la epistemología como fundamentales para la formación de profesores y el diseño de los planes, programas y praxis educativas.
               El siguiente desafío, que cae por su propio peso, es el de la transformación de los educadores, como seres humanos, como profesionales de la educación. Se trata de las personas que pueden ayudar a que en la educación se vuelva a tocar la realidad, que posibilitarían el encuentro real cara a cara con los alumnos para caminar con ellos para revalorar el encuentro humano.
               En lo inmediato habrá que preguntarse: ¿qué nos pasó?, ¿cómo reaccionamos? ¿qué podríamos hacer para afrontar la vulnerabilidad, la solidaridad, la distancia entre las ideas y la vida diaria? ¿Cuál es la importancia de la relación entre todos los involucrados en el proceso educativo? ¿Y el papel real de las tecnologías en la educación?
   nos lleve a mejores formas de educar a mujeres y hombres capaces para sí, para los demás y para el mundo que les toca humanizar a fin de que realmente todos vivamos en una casa común.
             Y mientras eso sucede, Martín nos propone que ocupemos estos días de la pandemia para trabajar en la construcción de una actitud en pro del cambio para que al volverá las aulas y las oficinas algo realmente humanizante suceda. No hay que perder de vista lo que hoy nos llama la atención para que mañana continuemos la búsqueda que conduce a un mundo en el que según lo que suceda en los diversos momentos y lugares haya un espacio real para la dignidad de lo humano.



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