Cuidado y corrección: Socorro Romero Vargas
Agradecemos especialmente a Braulio González las sugerencias de forma y fondo para resaltar el contenido de este texto.
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Con Juan Luis Hernández Avendaño (CDMX 1970, puedes conocer su semblanza haciendo click aqui) he coincidido en muchas preocupaciones y enfoques en lo que a educación y vivencia de la fe cristiana corresponde. Sin lugar a duda, una que hoy vemos como desafío, es la de la necesidad de comprender que al mismo tiempo que un proceso de personalización, educar es formar ciudadanos. La crisis sanitaria del Covid-19 ha puesto sobre la mesa lo poco que esto se cumple en la labor formativa que han desempeñado las escuelas y las familias.
Juan Luis ha tenido una “cancha formativa” muy completa en
lo que a corresponsabilidad social se refiere. Se crió desde la infancia al
lado de su madre en la militancia popular, en el Cerro del Judío, cuando estaba
prácticamente todo por hacer, lográndose colonizar gracias a la organización de
las familias que hicieron habitable el lugar.
Casi al mismo tiempo, se integró a las Comunidades
Eclesiales de Base que promovían los jesuitas en su parroquia y que partían de
la convicción de que solo es posible vivir la fe cuando uno responde a las
invitaciones de Dios para construir un mundo donde vivir humanamente -con la
dignidad de ser hijo de Dios- sea posible. Y eso se construye viendo la
realidad, juzgándola a partir de las invitaciones de Dios a la fraternidad y la
justicia y actuando para que las cosas sean más cercanas a lo que Dios quiere.
La vivencia de Juan Luis se complementó, casi de manera
natural, con la formación escolar: estudió en el CCH Sur de la UNAM y después
en CU, donde se tituló como Licenciado en Ciencias Políticas y Administración
Pública. Tras una breve estancia como docente en el Instituto Nacional de
Administración Pública (INAP), ha desarrollado una carrera académica en las
universidades jesuitas de la CDMX y Puebla.
Estudió la maestría en Ciencias Sociales y los créditos del doctorado en
la misma disciplina en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es candidato a
doctor.
En su polifacética producción intelectual hay algunas líneas
conductoras que resaltan a lo largo de nuestra charla y todas convergen en la
necesidad de formación ciudadana.
Formación ciudadana: en el corazón de la teleología educativa
Él, con un apasionamiento muy suyo que se manifiesta cuando
de educación y compromiso social se trata, señala que una gran parte de la
sociedad ha perdido de vista que el ser humano reducido a la esfera individual
es incompleto. Hay una dimensión común que se concreta en cuidar la
ciudad, el espacio territorial y simbólico en el que coincidimos todos para
poder tener un mínimo de condiciones para vivir humanamente.
Es desde esta perspectiva que se comprende la ciudadanía. Ser
ciudadano significa reconocimiento e interacción con el otro, no solo el que
habita el mismo techo, sino con quien se debe construir un territorio con
acciones que no pueden ser reducidas al “mientras no me molestes yo no te
molesto”.
Y la formación ciudadana es una deuda pendiente en la
educación actual, porque hemos formado idiotas -como se llamaba en la antigua
Grecia a los despreocupados por los asuntos públicos (al respecto puedes leer
el artículo https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2009/02/cuando-los-humanos-educamos-idiotas.html).
Cuidamos de nosotros, de los nuestros, pero no de la polis. De alguna manera al
privilegiar al individuo la educación ha promovido una des-politización en la
cual las personas se entienden más como objetos que como sujetos de los procesos
sociales y comunes.
El interés por lo público no es patrimonio exclusivo del
Estado, que sí tiene un papel regulador de la convivencia e interacción social.
Implica a los ciudadanos que, en solidaridad y participación política, deben
afrontar los desafíos que la realidad les presenta. Y es tarea medular de la
educación que deben realizar las familias y las escuelas; incluso las iglesias
cualesquiera que sea su adscripción religiosa.
Mientras él habla, no puedo menos que pensar en muchos que,
pudiendo hacerlo, no han sido capaces de ver más allá de su gusto o su disgusto
por las medidas de contingencia y aislamiento que ha traído consigo el coronavirus.
Una visión y acción solidarias debería tomar en cuenta que los contagios pueden
desbordar un de por sí ya golpeado sistema de salud, que afectan la economía de
múltiples maneras y que impactan la educación escolarizada…
Formar críticamente en la avalancha informativa
En el enfoque de Juan Luis, la pandemia del 2020 pone a
consideración tres aspectos de la vida y la formación ciudadana que se
convierten en desafío para las familias y las escuelas, como instituciones
socializadoras fundamentales.
En primer lugar, está el aspecto del contacto con la
realidad y el manejo de la cantidad desbordante de información, que hoy
llega a muchas personas (aunque hay que decir que hay muchas más que también
han sido excluidas de ellas). En este contexto resulta de vital importancia
formar el pensamiento crítico, que es la manera de emitir juicios sobre lo
que pasa en la realidad, con la capacidad de acercarse a ella con la clara
finalidad de responder a sus exigencias.
Juan Luis, como otros intelectuales y pedagogos, insiste en
que los educadores y los familiares tenemos que trabajar en una formación que
permita discriminar la multiplicidad de información que llega, por lo que
también hay que encargarse de examinar las múltiples fuentes de donde proviene.
Desde la segunda mitad del siglo XX se ha trabajado en algo
que fue llamado en su momento “percepción crítica de los medios de
comunicación”, a los que hay que añadir las redes sociales, que han
revolucionado en muchas formas el ir y venir de información, aunque no
necesariamente la comunicación. ¿Qué son? ¿Cómo funcionan? ¿Hasta qué punto nos
acercan a la realidad? ¿Hasta qué punto hay cosas que quedan fuera de ellos?
¿Cómo construir mínimos de credibilidad ante lo que decimos o nos es dicho?
Y es seguro que este rubro, como
casi todos los educativos, no puede ser abordado sin diálogo, sin instrumentos
de análisis de la realidad, sin poner los pies sobre la tierra para vivir
localmente y lograr pensar globalmente.
Educar aprendiendo situadamente
El segundo aspecto surge en
nuestra conversación y que hay que tomar en cuenta en la formación de los
ciudadanos, es el del aprendizaje situado.
La educación escolarizada, que ha
arrastrado a muchas familias tras de sí, ha ido desvirtuando el papel del
conocimiento en la vida humana, hasta volverlo un fin en sí mismo, lejano a la
vida diaria que todos tendremos que afrontar mientras vamos a la escuela y
cuando la dejemos.
La finalidad de la educación no es
transmitir conocimientos, sino compartir las herramientas que a lo largo de
la historia hemos acopiado para poder vivir humanamente, la información una
de ellas. En este sentido, cuando se escinden conocimiento y vida, los seres
humanos perdemos capacidad de protagonismo ante lo que nos atañe y quedamos al
vaivén de lo que los otros y lo otro hagan de nosotros.
Y la única manera de romper el
círculo vicioso de la conceptualización vacía de la realidad, es el diseño de
métodos y técnicas pedagógicas y didácticas que nos lleven a pisar el suelo, a
situar lo que aprendemos… El aprendizaje situado que supone la formación
ciudadana requiere de los educadores una revisión de sus presupuestos
epistemológicos y los horizontes axiológicos en los que se desenvuelven… Y
pienso yo: también una gran pasión por compartir lo humano, lo humanizante que
está en lo concreto, en lo que tiene que ver con comida, con vivienda digna,
con organización vecinal, con infraestructura sanitaria.
Juan Luis y Alejandra Díaz han
promovido el Aprendizaje situado entre miles de profesores de México y
Sudamérica y la retroalimentación que han recibido es que pensar la educación en,
desde y para la realidad que vivimos y viviremos, es esperanzador.
El tercer elemento que
desafía la formación ciudadana, como eje fundamental del quehacer educativo, es
el de la geopolítica de la esperanza.
Construir una geopolítica de la esperanza
Las medidas de confinamiento y
distanciamiento físico, la reducción de la actividad económica, los ires y
venires de las acciones en materia de políticas de salud, de movilidad, de
educación, la sensación de que se vive algo que desborda los parámetros de la
comprensión, ha generado incertidumbre, una sensación de falta de luz y de
desánimo, que no es nueva, pero que presenta nuevos rostros.
Corresponde a la educación
construir esperanza, esto es, la conciencia de que lo humano en el
futuro próximo y remoto sí es posible; que pasan y pueden pasar cosas
“buenas” y que son más que las “malas”. Y eso es prenda de que siempre hay un
porvenir para lo humano. Este planteamiento podría parecer utópico o etéreo
para algunas mentes escépticas, pero es más concreto de lo que pensamos y pasa
por el lugar en el que vivimos, por el territorio en el que interactuamos.
La familia, la escuela, incluso
las parroquias son actores territoriales que pueden construir pequeñas
acciones, que se vuelven grandes generadoras de posibilidades y engendradoras
de esperanza, de una visión crítica, pero al mismo tiempo posible en el contexto
de lo que se vive y lo que se podrá vivir; es decir, en la medida que nos comprometemos
y actuamos afianzamos la esperanza.
Esta idea la explica Juan Luis en
un escrito suyo reciente sobre el Pensamiento Social Cristiano desde América
Latina y que es muy ilustrativo de su propuesta.
En la medida en que educadores,
familias, pastores cambian el chip con el que entienden la realidad y lo
enmarcan en una visión críticamente optimista; en la medida en que
promueven una ética del cuidado (de sí, de los demás, con ellos y para
ellos en el mundo que les tocó vivir); que realizan acciones concretas en los
territorios en que están enclavados mediante propuestas de aprendizaje situado,
construyen y posicionan “glocalmente” la esperanza, sin la cual la militancia ciudadana
se va convirtiendo en inviable y termina en el abandono del interés público
para concentrarse en el interés individual, como hasta ahora ha
sucedido.
Es en la esperanza, la visión
crítica de la realidad, la praxis de formas de vivir solidarias que
se forma la ciudadanía capaz de encargarse de los desafíos que se nos presentan
en la historia. Hoy es el Covid-19 con sus implicaciones sociopolíticas y
económicas en la convivencia pacífica, la construcción de estructuras
participativa y una enorme lista de retos que hay que asumir.
Juan Luis Hernández Avendaño está
convencido que la educación es uno de los frentes importantes para afrontar esperanzada
y militantemente la posibilidad común de un porvenir humano y
humanizante, en el que los seres humanos somos protagonistas cuidadosos
y cuidadores de sí, de los demás -especialmente los más
vulnerables- y del mundo, que es el único hogar común en el que
podemos transitar una existencia con sentido.
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