Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Formar ciudadanos y construir una geopolítica de la esperanza. Charla con Juan Luis Hernández

Autor: José Rafael de Regil Vélez
Cuidado y corrección: Socorro Romero Vargas

Agradecemos especialmente a Braulio González las sugerencias de forma y fondo para resaltar el contenido de este texto.


Con Juan Luis Hernández Avendaño (CDMX 1970, puedes conocer su semblanza haciendo click aqui) he coincidido en muchas preocupaciones y enfoques en lo que a educación y vivencia de la fe cristiana corresponde. Sin lugar a duda, una que hoy vemos como desafío, es la de la necesidad de comprender que al mismo tiempo que un proceso de personalización, educar es formar ciudadanos. La crisis sanitaria del Covid-19 ha puesto sobre la mesa lo poco que esto se cumple en la labor formativa que han desempeñado las escuelas y las familias.
Juan Luis ha tenido una “cancha formativa” muy completa en lo que a corresponsabilidad social se refiere. Se crió desde la infancia al lado de su madre en la militancia popular, en el Cerro del Judío, cuando estaba prácticamente todo por hacer, lográndose colonizar gracias a la organización de las familias que hicieron habitable el lugar.
Casi al mismo tiempo, se integró a las Comunidades Eclesiales de Base que promovían los jesuitas en su parroquia y que partían de la convicción de que solo es posible vivir la fe cuando uno responde a las invitaciones de Dios para construir un mundo donde vivir humanamente -con la dignidad de ser hijo de Dios- sea posible. Y eso se construye viendo la realidad, juzgándola a partir de las invitaciones de Dios a la fraternidad y la justicia y actuando para que las cosas sean más cercanas a lo que Dios quiere.
La vivencia de Juan Luis se complementó, casi de manera natural, con la formación escolar: estudió en el CCH Sur de la UNAM y después en CU, donde se tituló como Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública. Tras una breve estancia como docente en el Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), ha desarrollado una carrera académica en las universidades jesuitas de la CDMX y Puebla.  Estudió la maestría en Ciencias Sociales y los créditos del doctorado en la misma disciplina en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es candidato a doctor.
En su polifacética producción intelectual hay algunas líneas conductoras que resaltan a lo largo de nuestra charla y todas convergen en la necesidad de formación ciudadana.

Formación ciudadana: en el corazón de la teleología educativa

Él, con un apasionamiento muy suyo que se manifiesta cuando de educación y compromiso social se trata, señala que una gran parte de la sociedad ha perdido de vista que el ser humano reducido a la esfera individual es incompleto. Hay una dimensión común que se concreta en cuidar la ciudad, el espacio territorial y simbólico en el que coincidimos todos para poder tener un mínimo de condiciones para vivir humanamente.
Es desde esta perspectiva que se comprende la ciudadanía. Ser ciudadano significa reconocimiento e interacción con el otro, no solo el que habita el mismo techo, sino con quien se debe construir un territorio con acciones que no pueden ser reducidas al “mientras no me molestes yo no te molesto”.
Y la formación ciudadana es una deuda pendiente en la educación actual, porque hemos formado idiotas -como se llamaba en la antigua Grecia a los despreocupados por los asuntos públicos (al respecto puedes leer el artículo https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2009/02/cuando-los-humanos-educamos-idiotas.html). Cuidamos de nosotros, de los nuestros, pero no de la polis. De alguna manera al privilegiar al individuo la educación ha promovido una des-politización en la cual las personas se entienden más como objetos que como sujetos de los procesos sociales y comunes.
El interés por lo público no es patrimonio exclusivo del Estado, que sí tiene un papel regulador de la convivencia e interacción social. Implica a los ciudadanos que, en solidaridad y participación política, deben afrontar los desafíos que la realidad les presenta. Y es tarea medular de la educación que deben realizar las familias y las escuelas; incluso las iglesias cualesquiera que sea su adscripción religiosa.
Mientras él habla, no puedo menos que pensar en muchos que, pudiendo hacerlo, no han sido capaces de ver más allá de su gusto o su disgusto por las medidas de contingencia y aislamiento que ha traído consigo el coronavirus. Una visión y acción solidarias debería tomar en cuenta que los contagios pueden desbordar un de por sí ya golpeado sistema de salud, que afectan la economía de múltiples maneras y que impactan la educación escolarizada…

Formar críticamente en la avalancha informativa

En el enfoque de Juan Luis, la pandemia del 2020 pone a consideración tres aspectos de la vida y la formación ciudadana que se convierten en desafío para las familias y las escuelas, como instituciones socializadoras fundamentales.
En primer lugar, está el aspecto del contacto con la realidad y el manejo de la cantidad desbordante de información, que hoy llega a muchas personas (aunque hay que decir que hay muchas más que también han sido excluidas de ellas). En este contexto resulta de vital importancia formar el pensamiento crítico, que es la manera de emitir juicios sobre lo que pasa en la realidad, con la capacidad de acercarse a ella con la clara finalidad de responder a sus exigencias.
Juan Luis, como otros intelectuales y pedagogos, insiste en que los educadores y los familiares tenemos que trabajar en una formación que permita discriminar la multiplicidad de información que llega, por lo que también hay que encargarse de examinar las múltiples fuentes de donde proviene.
Desde la segunda mitad del siglo XX se ha trabajado en algo que fue llamado en su momento “percepción crítica de los medios de comunicación”, a los que hay que añadir las redes sociales, que han revolucionado en muchas formas el ir y venir de información, aunque no necesariamente la comunicación. ¿Qué son? ¿Cómo funcionan? ¿Hasta qué punto nos acercan a la realidad? ¿Hasta qué punto hay cosas que quedan fuera de ellos? ¿Cómo construir mínimos de credibilidad ante lo que decimos o nos es dicho?
Y es seguro que este rubro, como casi todos los educativos, no puede ser abordado sin diálogo, sin instrumentos de análisis de la realidad, sin poner los pies sobre la tierra para vivir localmente y lograr pensar globalmente.

Educar aprendiendo situadamente

El segundo aspecto surge en nuestra conversación y que hay que tomar en cuenta en la formación de los ciudadanos, es el del aprendizaje situado.
La educación escolarizada, que ha arrastrado a muchas familias tras de sí, ha ido desvirtuando el papel del conocimiento en la vida humana, hasta volverlo un fin en sí mismo, lejano a la vida diaria que todos tendremos que afrontar mientras vamos a la escuela y cuando la dejemos.
La finalidad de la educación no es transmitir conocimientos, sino compartir las herramientas que a lo largo de la historia hemos acopiado para poder vivir humanamente, la información una de ellas. En este sentido, cuando se escinden conocimiento y vida, los seres humanos perdemos capacidad de protagonismo ante lo que nos atañe y quedamos al vaivén de lo que los otros y lo otro hagan de nosotros.
Y la única manera de romper el círculo vicioso de la conceptualización vacía de la realidad, es el diseño de métodos y técnicas pedagógicas y didácticas que nos lleven a pisar el suelo, a situar lo que aprendemos… El aprendizaje situado que supone la formación ciudadana requiere de los educadores una revisión de sus presupuestos epistemológicos y los horizontes axiológicos en los que se desenvuelven… Y pienso yo: también una gran pasión por compartir lo humano, lo humanizante que está en lo concreto, en lo que tiene que ver con comida, con vivienda digna, con organización vecinal, con infraestructura sanitaria.
Juan Luis y Alejandra Díaz han promovido el Aprendizaje situado entre miles de profesores de México y Sudamérica y la retroalimentación que han recibido es que pensar la educación en, desde y para la realidad que vivimos y viviremos, es esperanzador.
El tercer elemento que desafía la formación ciudadana, como eje fundamental del quehacer educativo, es el de la geopolítica de la esperanza.

Construir una geopolítica de la esperanza

Las medidas de confinamiento y distanciamiento físico, la reducción de la actividad económica, los ires y venires de las acciones en materia de políticas de salud, de movilidad, de educación, la sensación de que se vive algo que desborda los parámetros de la comprensión, ha generado incertidumbre, una sensación de falta de luz y de desánimo, que no es nueva, pero que presenta nuevos rostros.
Corresponde a la educación construir esperanza, esto es, la conciencia de que lo humano en el futuro próximo y remoto sí es posible; que pasan y pueden pasar cosas “buenas” y que son más que las “malas”. Y eso es prenda de que siempre hay un porvenir para lo humano. Este planteamiento podría parecer utópico o etéreo para algunas mentes escépticas, pero es más concreto de lo que pensamos y pasa por el lugar en el que vivimos, por el territorio en el que interactuamos.
La familia, la escuela, incluso las parroquias son actores territoriales que pueden construir pequeñas acciones, que se vuelven grandes generadoras de posibilidades y engendradoras de esperanza, de una visión crítica, pero al mismo tiempo posible en el contexto de lo que se vive y lo que se podrá vivir; es decir, en la medida que nos comprometemos y actuamos afianzamos la esperanza.
Esta idea la explica Juan Luis en un escrito suyo reciente sobre el Pensamiento Social Cristiano desde América Latina y que es muy ilustrativo de su propuesta.
En la medida en que educadores, familias, pastores cambian el chip con el que entienden la realidad y lo enmarcan en una visión críticamente optimista; en la medida en que promueven una ética del cuidado (de sí, de los demás, con ellos y para ellos en el mundo que les tocó vivir); que realizan acciones concretas en los territorios en que están enclavados mediante propuestas de aprendizaje situado, construyen y posicionan “glocalmente” la esperanza, sin la cual la militancia ciudadana se va convirtiendo en inviable y termina en el abandono del interés público para concentrarse en el interés individual, como hasta ahora ha sucedido.
Es en la esperanza, la visión crítica de la realidad, la praxis de formas de vivir solidarias que se forma la ciudadanía capaz de encargarse de los desafíos que se nos presentan en la historia. Hoy es el Covid-19 con sus implicaciones sociopolíticas y económicas en la convivencia pacífica, la construcción de estructuras participativa y una enorme lista de retos que hay que asumir.
Juan Luis Hernández Avendaño está convencido que la educación es uno de los frentes importantes para afrontar esperanzada y militantemente la posibilidad común de un porvenir humano y humanizante, en el que los seres humanos somos protagonistas cuidadosos y cuidadores de sí, de los demás -especialmente los más vulnerables- y del mundo, que es el único hogar común en el que podemos transitar una existencia con sentido.
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