Autora: Ila Kuri
Creo que la decisión de enviar o no a los niños y jóvenes a clases presenciales, dependerá, una vez más, del nivel socieconómico de las familias.
Me explico:
Surtía mi despensa en el supermercado, y mientras elegía las verduras, escuché la conversación de cuatro empleadas. La de panadería preguntó a las otras si llevarían a sus criaturas a clases el 30. La de frutas dijo que sí porque “tenía 3 y ¿a qué horas gano para tanto aparato, y pago de internet de las clases en línea”; la de carnes dijo que también porque, aunque nomás tenía dos, ella y su esposo trabajaban “y eso de vigilar las clases y las tareas, no se puede”; la de salchichonería no dijo número de hijos, pero sí aseguró que los llevaría a clases y la de panadería remató diciendo “yo tengo cuatro ¿Cómo los sigo encerrando si me vengo a trabajar? Se van a la escuela”.
Son madres trabajadoras, dudo que ganen lo suficiente para irse de paseo, de excursión, de playa o de pueblo mágico. Trabajan todo el día y el marido, si tienen, también. Viven cuatro, seis y hasta más personas en un departamentito de interés social o en alguna pequeña vivienda de colonia popular. Para ellas no hay elección posible, sus criaturas irán a clases con la bendición de Dios.
En las comunidades rurales también volverán a sus humildes escuelas (eso si no es que han seguido yendo durante la pandemia una o dos veces por semana a recibir instrucciones y entregar tareas, porque ahí esa vacilada del internet y las clases en línea, pues nomás no) Tampoco para esas familias hay elección.
Quienes sí van a poder elegir son las familias de clase popular acomodada y clase media (acá no tenemos clase alta así que ni pensar en ellos) Y justamente esa clase popular acomodada y esa clase media es la que tiene recursos para paseos, excursiones, idas a la playa, fiestas, pueblos mágicos y reuniones “familiares”.
Claro, no todas las personas de esos niveles han roto el aislamiento. Muchas familias se han cuidado, respetan los protocolos y restringen sus salidas al mínimo. Justo en esa ambivalencia está el riesgo: en la escuela se van a reunir los niños que anduvieron del tingo al tango con sus familias y los niños que se mantuvieron en aislamiento. Los niños cuyos padres y familiares sí se vacunaron con los niños cuyos familiares y padres no lo hicieron. A mi esa es la parte que me aterra.
Las familias de estos niveles socioeconómicos sí pueden elegir. Tienen viviendas más amplias, generalmente hay una PC y/o una lap en casa. Los niños tienen Tablet o celular. Y el internet es uno de los servicios normales como la luz o el gas.
Estas familias si podrán negociar con las autoridades de la escuela pública o privada a donde vayan sus hijos e hijas para seguir trabajando en línea, si así lo deciden. Tendrán tiempo para formar comités de vigilancia que confirmen el respeto a los protocolos, si deciden lo presencial.
De nuevo, estamos en el mismo mar, pero no en el mismo barco.
Surtía mi despensa en el supermercado, y mientras elegía las verduras, escuché la conversación de cuatro empleadas. La de panadería preguntó a las otras si llevarían a sus criaturas a clases el 30. La de frutas dijo que sí porque “tenía 3 y ¿a qué horas gano para tanto aparato, y pago de internet de las clases en línea”; la de carnes dijo que también porque, aunque nomás tenía dos, ella y su esposo trabajaban “y eso de vigilar las clases y las tareas, no se puede”; la de salchichonería no dijo número de hijos, pero sí aseguró que los llevaría a clases y la de panadería remató diciendo “yo tengo cuatro ¿Cómo los sigo encerrando si me vengo a trabajar? Se van a la escuela”.
Son madres trabajadoras, dudo que ganen lo suficiente para irse de paseo, de excursión, de playa o de pueblo mágico. Trabajan todo el día y el marido, si tienen, también. Viven cuatro, seis y hasta más personas en un departamentito de interés social o en alguna pequeña vivienda de colonia popular. Para ellas no hay elección posible, sus criaturas irán a clases con la bendición de Dios.
En las comunidades rurales también volverán a sus humildes escuelas (eso si no es que han seguido yendo durante la pandemia una o dos veces por semana a recibir instrucciones y entregar tareas, porque ahí esa vacilada del internet y las clases en línea, pues nomás no) Tampoco para esas familias hay elección.
Quienes sí van a poder elegir son las familias de clase popular acomodada y clase media (acá no tenemos clase alta así que ni pensar en ellos) Y justamente esa clase popular acomodada y esa clase media es la que tiene recursos para paseos, excursiones, idas a la playa, fiestas, pueblos mágicos y reuniones “familiares”.
Claro, no todas las personas de esos niveles han roto el aislamiento. Muchas familias se han cuidado, respetan los protocolos y restringen sus salidas al mínimo. Justo en esa ambivalencia está el riesgo: en la escuela se van a reunir los niños que anduvieron del tingo al tango con sus familias y los niños que se mantuvieron en aislamiento. Los niños cuyos padres y familiares sí se vacunaron con los niños cuyos familiares y padres no lo hicieron. A mi esa es la parte que me aterra.
Las familias de estos niveles socioeconómicos sí pueden elegir. Tienen viviendas más amplias, generalmente hay una PC y/o una lap en casa. Los niños tienen Tablet o celular. Y el internet es uno de los servicios normales como la luz o el gas.
Estas familias si podrán negociar con las autoridades de la escuela pública o privada a donde vayan sus hijos e hijas para seguir trabajando en línea, si así lo deciden. Tendrán tiempo para formar comités de vigilancia que confirmen el respeto a los protocolos, si deciden lo presencial.
De nuevo, estamos en el mismo mar, pero no en el mismo barco.