Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

viernes, 4 de marzo de 2022

Apostar por la trascendencia... Reflexiones desde el servicio público educativo

Autor: Arturo Ayala Mendoza

Arturo Ayala Mendoza presentó estas reflexiones en el Coloquio Educación y Sentido Trascendente de la Vida de noviembre del 2021. Vierte sus reflexiones antropológico-filosóficas y filosófico-educativas desde una perspectiva en la que la educación va mucho más allá de la transmisión de conocimientos, entendidos como la información que se articula curricularmente en los espacios habitualmente llamados "aulas". 

El blanco al que aspira a atinar está en la teleología educativa y sus consecuencias humanas y profesionales para quienes se dedican a la educación. Y él lo hace desde su experiencia de servidor público, de creador de materiales educativos que nacen como apoyos en la búsqueda humanizante.

Arturo es licenciado en ciencias políticas y administración pública. Lector y viajero en sus tiempos libres. Amante de la naturaleza. Interesado en temas para hacer de nuestras sociedades lugares mejores como la interculturalidad y hacer voluntariado en especial para la preservación del medio ambiente, cosas que se me han forjado con  la educación recibida en casa,  mi experiencia de haber sido scout por 5 años y mi formación humanista recibida en la Universidad Iberoamericana Puebla.

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¿De qué va eso de educar?


Quisiera abrir mi participación con una idea que me apropié de Rafael de Regil (2018), la cual me parece fundamental para iniciar la conversación del papel de la educación para trascender: ser profesionales de la educación va más allá de entendernos como ejecutores de una profesión, es también la oportunidad –y la responsabilidad- de formar personas comprometidas consigo mismas y los demás, capacitadas para, desde el ejercicio de su libertad, ser la mejor versión de sí mismas y transformar las condiciones de su entorno hacia un bien común.

Sin embargo, orientar y acompañar la formación del alumnado requiere dotar de sentido a la educación mediante dos acciones: primero, mostrarles a través del ejemplo de la existencia propia del educador y la experimentación personal del estudiante lo que es ser humano y, segundo, contribuir a que encuentren a lo que están llamados a ser en la vida.

Sobre el primer punto, Savater (1998) sostiene que el ser humano es un ser racional y es tarea principal de los profesionales de la educación contribuir a la formación de la razón tomando en cuenta sus dos cualidades: 1) la racionalidad, que apunta a ser capaces de entender nuestra realidad lo mejor posible y 2) la razonabilidad que nos entendamos con las demás personas lo mejor posible o, en otras palabras, usar la razón respetando siempre la dignidad de toda persona.

Con respecto al segundo punto, sobre utilizar la educación como el medio para el descubrimiento y materialización de la trascendencia, entre otras cosas, se requiere entrar a temas de antropología filosófica que nos ayuden a comprender la naturaleza humana y su razón de ser. Al respecto, se requiere que la enseñanza busque una formación integral del alumnado, no solo relevante para sus contextos, sino trascendente, que contribuya a que encuentre el sentido de su existencia (Gevaert, 2005).


Educación y superación de la indiferencia


Ahora bien, una vez establecidos estos propósitos importa caracterizar el contexto en el que los procesos educativos se desarrollan. Ubicados en el siglo XXI, De Regil (2020) apunta que nos encontramos en sociedades complejas con personas indiferentes a la trascendencia, desvinculadas de su comunidad y que en su lugar se preocupan por un bienestar inmediato personal que, en el mejor de los casos, se extiende a su círculo cercano. Aquí cabe preguntarnos ¿cómo podemos sacar a los estudiantes de la indiferencia?

Una primera pista es comenzar con nosotros mismos, construir relaciones escolares en alteridad. En este sentido, las comunidades escolares deberán entender su propósito como espacio formativo que permita organizar los esfuerzos de todos sus integrantes hacia una educación humanista e integral. El centro escolar deberá aspirar a ser un espacio de encuentro inclusivo y dialógico en el que todos participan (De Regil, s/f), el cual funge como laboratorio de la realidad, en donde se puede contar con la orientación del colectivo docente para el logro de los propósitos educativos.

A la par que se construyen las condiciones de aprendizaje óptimas, se deberán también buscar las maneras de que el alumnado experimente su libertad a favor de su beneficio propio y en comunidad, ello lleva a trabajar con lo que De Regil -siguiendo a Bernard Lonergan- denomina el método trascendental, el cual consiste en experienciar la realidad, comprenderla, pronunciarse al respecto, deliberar y actuar con el fin de mejorar la realidad misma.

Cuando los estudiantes cuenten con experiencias de la puesta en práctica de su libertad, podrán entender que su realización requiere un ejercicio continuo de reflexión ética, sentirán la necesidad innata de responder a las problemáticas presentes a su alrededor y comenzarán a actuar, de manera libre, en la transformación de su entorno y su comunidad en busca del bien común o, en otras palabras, serán ciudadanos capaces de encargarse de lo que les carga.

Ahora bien, ¿cómo concretizo esto desde mi campo de acción? Al ser un servidor público de un organismo federal descentralizado que propone un horizonte de mejora en donde hay una buena educación con justicia social, tengo la posibilidad de contribuir con la creación de condiciones para un aprendizaje significativo y pertinente, que conduzca a una formación libre y que invite a su realización humana. En este sentido, puedo advertir dos retos o, mejor dicho, dos invitaciones.

Educar creando materiales educativos


La primera invitación consiste en intentar verbalizar esta intencionalidad a partir de la comprensión del rol de la educación que hasta ahora me he formado. Al respecto, puedo formular de manera no limitativa algunos rasgos que considero que deben tener las propuestas pedagógicas y didácticas inscritas en los materiales educativos que realice, a saber:

ü    Favorecer un pensamiento crítico de la realidad que lleve a los estudiantes a cuestionar, analizar, reflexionar, deliberar y actuar ante una situación de su realidad con el fin de transformarla.

ü    Motivar al estudiante a aprender al proponer un aprendizaje situado e incentivar una diversidad de maneras para comunicar lo que realiza y lo que aprende y, principalmente, mediante el descubrimiento del valor de aprender.

ü    Partir de los conocimientos y habilidades previos del estudiante.

ü    Promover una formación integral desde distintos ámbitos.

ü    Posibilitar ambientes democráticos, dialógicos, inclusivos y participativos para un ejercicio formativo libre.

ü    Respetar la dignidad de las personas y la diversidad de grupos de personas.

ü    Promover un sentido de comunidad mediante el establecimiento o fortalecimiento de vínculos sociales.

ü    Desarrollar competencias para la metacognición del estudiante que favorezcan su autoconocimiento, autorregulación y autodeterminación.

Una segunda invitación está en lograr concretar todo lo anterior en mi labor. Ayudará a su pertinencia y relevancia una construcción que recupere las voces de sus destinatarios, docentes y estudiantes, así como una continua formación académica de mi persona que me permita seguir con la reflexión y mejora de mi práctica profesional.

A manera de cierre, quisiera hacer un pronunciamiento general: es tarea de quienes nos autodenominamos profesionales de la educación comprender y demostrar que el fin último de la educación es contribuir a la formación integral de las personas que posibilite su realización tanto en su dimensión individual como en su dimensión social o, en palabras de De Regil, en su mismidad y en alteridad (2007), puesto que la educación permite que los estudiantes logren ser conscientes de su condición humana a fin de desarrollarse plenamente como seres humanos (Medina, 2001), lo cual posibilita la trascendencia

Referencias

Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (2020). La mejora continua de la educación. Principios, marco de referencia y ejes de actuación. https://www.mejoredu.gob.mx/images/publicaciones/principios.pdf

De Regil, J. R. (2020). Sin Dios y sin el hombre: Aproximación a la indiferencia religiosa. Edición Kindle.

De Regil, J. R. (18 de septiembre de 2018). Todos creen que saben educar. Apuntes en el camino. https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2018/09/todos-creen-que-saben-educar.html

De Regil, J. R. (2007). Formación de formadores en educación no formal. Una propuesta humanista [Tesis de Maestría, Universidad Iberoamericana Puebla]. Repositorio institucional.   https://repositorio.iberopuebla.mx/bitstream/handle/20.500.11777/4511/Regil%20V%C3%A9lez%20Jose%20Rafael.pdf?sequence=1&isAllowed=y

De Regil, J. R. (s/f). Educar: una pasión por ser humano que se contagia.

Gevaert, J. (2005). El problema del hombre. Introducción a la antropología filosófica. Ediciones Sígueme.

Medina, L. (2001). Reseña de "Antropología filosófica de la educación" de Octavi Fullat. Tiempo de Educar, 3(5),207-215. https://www.redalyc.org/pdf/311/31103509.pdf

Savater, F. (1 de diciembre de 1998). Potenciar la razón [Sesión de conferencia]. Ciclo de conferencias “La educación que queremos”. Fundación Santillana.

 



[1] La Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación establece que “una buena educación integra dos dimensiones: a) una educación aceptable y común; y b) una educación equitativa. Por una parte, destacaremos un conjunto de características deseables para la educación de todas y todos (una educación significativa, integral, digna, participativa y libre, relevante y trascendente, y eficaz), cuya omisión en la experiencia de alguna niña, algún niño, adolescente o joven resulta inaceptable; por ende, esos rasgos sientan las bases de una educación común. Sin embargo, para garantizarla es preciso reconocer las desigualdades sociales entre NNAJ de nuestro país, sus diferencias culturales y necesidades individuales diversas y, por consiguiente, distribuir recursos en forma desigual bajo los principios de necesidad, pertinencia e inclusión. De esta forma, sólo es posible garantizar la educación aceptable y común a todas y todos mediante una educación con equidad. Esto es, una buena educación con justicia social” (2020, p. 20).

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