Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

jueves, 11 de julio de 2024

Soy Rafa, soy maestro

José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer al autor, haz click aquí 

https://lluviadeideasyrecursos.blogspot.com/

¡Soy Rafa, y me convertí en maestro!

Era un jueves... El 21 de junio, para ser preciso. Me acompañaban mi mamá, -siempre infaltable- y mi papá, quien al principio no quería saber de mis estudios normalistas, más por ser parte de la formación religiosa de los salesianos, que por el hecho de prepararme para ser profesor. Por algún motivo que no entiendo, mi trabajo de titulación le provocaba gran orgullo y lo había presumido y referido en distintos cursos de formación de alta dirección de empresas que él daba...

Ese día de 1984 concluían cuatro años de muchísima lucha interior: ¡YO NO QUERÍA SER MAESTRO! La simple idea me parecía abominable, puesto que yo quería ser educador popular, de esos de barrio, de los que no viven atrapados en la cárcel simbólica y cultural que me parecía que era la escuela; cualquiera que fuera: reproductora del statuos quo, imperio de la moralina que atornillaba a la gente a portarse como niños buenos y no como sujetos éticos.

En esa fecha, al final de un muy largo examen profesional, que todavía recuerdo, se me extendió el acta que señalaba que oficialmente era PROFESOR DE EDUCACIÓN PRIMARIA. Sabedor de que no ejercería la profesión, puesto que me iba a transformar el mundo a la Sierra Mixe, agradecí tal vez superficialmente a mis maestros, le di a mi mamá mi acta de examen, la carta que decía que había sido merecedor de una MENCIÓN HONORÍFICA y unas cuantas semanas más tarde mi título y cédula, que fueron a dar al viejo archivero de la casa.

Mi mamá -madre al fin y al cabo- puso el título en un marco, como correspondía. Era en mucho su derecho porque gran parte del costo que supuso mi formación normalista salió de su bolsillo, de su ánimo y del inmenso amor con el que me apoyó en todas mis locuras juveniles.

Y sí, renegando de mi primer carrera,me fui a hacer la vida, siguiendo los derroteros que las personas, los momentos y los vericuetos me fueron presentando. Y así se pasaron 40 años, que son muchos, nunca pocos, pero se han ido como agua entre los dedos. Se forjó mi existencia en los barrios, las parroquias marginales, el servicio en la universidad de inspiración cristiana, de muchas escuelas, comunidades religiosas poniendo al servicio lo que sé, lo que soy, lo que pienso, lo que sé hacer mediante la cátedra, el oficio de la pluma, el noble uso de la palabra hablada.

El tiempo voló entre la innovación educativa que he perseguido ideando métodos, programas, estructuras educativas con la pretensión siempre de poder realmente aterrizar los grandes ideales que la evangelización educativa y la educación humanizante habían forjado al analizar, fundamentar y sostener una propuesta educativa nacida de una antropología, una ética, una gnoseología personalistas solidarias, la que aun hoy sigue dando fundamento a mi praxis. En menos palabras: intentando por todos los medios no participar en instituciones que dicen educar integralmente pero que en realidad solo dan clases y alimentan la esquizofrenia social de estudiar años y años para egresar siendo incapaces de entender el mundo, de colaborar para el bien común, de vivir en paz incluyendo a los menos favorecidos. Por eso todo eso de innovar, de crear y recrear la escuela.

Y simultáneamente todo el mundo avanzó: mis padres envejecieron y murieron; formé una familia en la que tras 24 años los cuatro enrutamos hacia diversos destinos... Aparecieron personas con las que se han forjado amistades increíbles sobrevivientes de mil ires y venires. Con pasión de educador, con el coraje de compartir la pasión por ser humano que siempre ha estado en mi ánimo, fundé instituciones de educación media y superior, lancé proyectos de difusión y diálogo fe-cultura, formé formadores en casas religiosas y en licenciaturas y posgrados de educación.

Al negarme a ser "profe", al rechazar la escuela como el trono único desde donde se educa, al ser crítico del papel tan insuficiente que ha desempeñado la escolarización en la formación de mujeres y hombres capaces de encargarse de su mundo porque se construyen por, con y para los demás, fui entendiendo la entraña del hecho educativo, de la pasión por ser humano que se contagia: el proceso de acompañamiento del proceso por el cual los seres humanos respondemos a la invitación existencial de ser más por, con y para los demás encargándose del mundo que se los carga, mientras se los sigue cargando, abiertos a un dinamismo de trascendencia.

Descubrí en los recovecos de los submundos de la educación popular y no formal que los métodos y técnicas no son el tributo que rendimos a los autores sagrados, cuya praxis tenemos que reproducir y aplicar; sino que son los diseños que tenemos que hacer para pasar del dicho al hecho acortando el trecho; claro: si queremos ser coherentes, si no queremos quedarnos condenados cual Sísifos educativos a repetir una y otra y otra vez lo que no ha funcionado.

En esos andares entendí que de verdad hay que intentar formar para la autonomía que solo se obtiene en la praxis de la libertad; que el mundo solo es viable si se aprende a colaborar con otros en función de un bien común, que se vuelve el cauce del bien personal y de nuestros grupitos cercanos; que sin la participación real de los miembros de la comunidad en sus propios procesos formativos lo que suele llamarse educación no es sino un barniz que disfraza de criticidad la más pura, repetitiva y burda instalación en la doxa, en lo de siempre, en lo que se hace porque siempre ha sido así, porque lo dicen los autores, porque lo manda la autoridad.

Aun más: fui entendiendo que el educador es profesional de la amabilidad y la cercanía que generan la confianza para que el acto educativo sea un diálogo profundamente compasivo y amoroso que encuentra sentido en la apuesta por dar consistencia a las personas para que emerjan desde sus vulnerabilidades en procesos fraternos y solidarios que les permiten un poco más de libertad al permitirles sentirse y saberse capaces de encargarse de lo que los carga en lo personal, pero también en lo estructural: porque a este mundo hay que rehacerlo, aunque sea de a poquitos, para que todos quepamos a menos que no queramos caber.

Fue así como la invención de las prepas que me tocó fundar -encabezando en una y respaldando en otra- se convirtió en la posibilidad escolarizada de hacer cosas diferentes, porque fueron concebidas "fuera de la caja" por alguien que creía que no quería ser maestro, pero que encontraba en la escuela inmensas posibilidades humanizantes. Armado de no escolaridad fue posible -aunque fuera de a poquitos- recrear la escuela...

Y se fue una parte de la vida. Casi como si fuera de repente, llego a mis casi 6 décadas. Desde ellas puedo voltear al verano del 84 y ver al Rafael de antes de la caída del muro de Berlín, del Espíritu del Vaticano II y la reunión del CELAM de Puebla: muchacho desafiante, altanero si de hacer cosas educativas se trataba, tratando de rebelarse y romper las paredes de la escuela para educar de otra manera que no fuera dar clases, enseñar moralina y sentarse a esperar un mundo diferente...

Un entonces novel profesor que hoy puede verse y reconocerse por cuarenta años como eso: como un profesor, un maestro, un docente, un educador; un todavía ilusionado hombre que cree que sí, que de alguna manera sí hay un mundo mejor posible cuando se educa, cuando de verdad se dan herramientas al cuerpo, al alma, a la voluntad que puede descubrir bienes y convertirlos en valores y a la inteligencia que es capaz de afirmar verdades que permiten a los humanos responder a los desafíos de la realidad que es, pero también de la que puede ser y en la que sí hay cabida para vivir dignamente.

Sí, sí soy el profesor que siempre he sido, pero que en mi orgullo no pude ver cuando me gradué de la Normal; que escondió en un cajón su título en busca de otros honores que resultaron ser útiles solo en la medida que han hecho de mí un mejor educador. Soy el maestro que ha acompañado miles de alumnas y alumnos y que ha recibido de ellas y ellos la luz que hoy le da serenidad para seguir acompañando pero ahora para impulsar que otras y otros sigan la senda educativa a la que en mucho todas las personas debemos que haya cosas buenas en nosotros y a nuestro alrededor.

Como un Jonás educativo, tras huir y huir, terminé siendo arrojado en mi propia Nínive vocacional y profesional. Estoy donde empezó todo, pero estoy en paz, solidariamente animado, con un poquito más de sabiduría y con humildad para reconocerme quien soy y he sido: el muchacho que dejó su casa porque supo que quería ser como Don Bosco: signo y portador de la buena noticia de que somos amados por tan solo ser personas a quienes se les ha encomendado que este mundo sea un buen lugar para vivirlo; buena noticia que se alcanza solo tras la vivencia de buenos procesos educativas que forman y forjan las personas que cada época necesita... Y así, heme aquí hoy como allá ayer: con un título que dice: soy Rafa, soy maestro. Ya es tiempo de celebrarlo