José Rafael de Regil Vélez
Una historia como la de muchos
Tuve una infancia normal para la década de los setenta: en la calle disfruté todo tipo de juegos, anduve tras pelotas de futbol, pedalee una y otra vez la bicicleta por la mayor parte de la ciudad. Mi juventud fue activa: los deportes de conjunto se me volvieron importantes y participar en competencias no menos, así que además de "cascarear" entrené volibol y basquetbol hasta los 25 años. Después comenzó a suceder lo "normal" en la vida del adulto: vino el trabajo, la vida familiar con hijos pequeños, y el dinamismo se fue transformando poco a poco -sin sentirlo- en algo más sedentario.
A los 31 años tuve una lesión que terminó de completar el panorama: el tendón rotuliano derecho se desprendió de la parte inferior y hubo que ponerlo en su lugar y dejar poco más de cuatro meses de reposo total para que se reinsertara. Esa inactividad provocó mi primer gran subida de peso y una gran disminución de movilidad pues perdí figuradamente el 100% de masa muscular durante la convalecencia y los tendones estaban sumamente rígidos, además de que se alteró la mecánica del movimiento de la rodilla y eso me resultó incómodo. Debo decir que nunca rehabilité del todo.
Diez años después, todavía con un gran sobrepeso, me rompí en dos el tendón rotuliano izquierdo, otra vez al proceso de rehabilitación en medio de una vida sedentaria y la prioridad de mi cotidianidad puesta en otras cosas de la vida: se hizo más difícil tener una vida saludable: poca actividad, poco descanso nocturno, sobrecarga laboral con stress...
Pasó el tiempo. Un día sucedió que comencé a ver borroso, de una manera muy, pero muy anormal. Un par de jornadas después tuve mucha sed y allí sospeché lo que confirmé con el médico: el pancreas secreta insulina "defectuosa", así que la glucosa no puede ser asimilada adecuadamente por mi cuerpo; dicho más sencillo: soy diabético. Mi historia, hasta aquí, es como la de muchos: la plrioridad no es tuvo en vivir bien
La dejadez no tiene la última palabra
En mis conversaciones con el médico y las lecturas que hice entendí que para estar bien debía modificar mi forma de vivir cada día: actividad física, alimentación balanceada, menos carga de stress, mejor descanso, evitar infecciones y tomar la medicina que me indicara.
Para dar el siguiente paso
La primera tarea que acometí fue la de activarme. Recibí como obsequio un activity tracker (dispositivo para hacer seguimiento de mi actividad, que en esta caso fue de pulsera) y con él empecé a caminar. Era lo único que podía hacer: las piernas no daban para mucho, las rodillas me dolían y me sofocaba continuamente (¡¿Dónde habían quedado mis años mozos de deportista?!).
Entendí y asumí que si quería avanzar tenía que ser solo un día a la vez, una comida a la vez: en cada comida cuidar el plato del buen comer del diabético; en cada día dar al principio seis mil pasos, hasta llegar a 12 mil. Todo con una meta: controlar los niveles de glucosa.
Fueron casi dos años de solo caminar, con una efectividad de más de 90%. Mejoró mi posibilidad cardiopulmonar, dejé de ampollarme los pies, corregí mi postura al andar. Llegó el momento de dar el siguiente paso: dejar el automóvil y utilizar como medio de transporte la bicicleta o el autobús urbano pero caminando varias cuadras a mi destino.
Llevo año y medio como ciclista urbano. Tengo más fuerza en las piernas, puedo realizar un cardio más intenso, disfruto enormemente el viento en la cara, incluso la lluvia. Así que después de tres años llegó el momento de poner una nueva meta: la disminución de la medida de la cintura; por aquello del síndrome metabólico.
Mi familia me provocó a entrar en un desafío para bajar de peso. Fue el disparador para entrar en la nueva etapa: revisar una vez más la alimentación, estabilizar las rutinas de cardio y dar un nuevo paso: la realización de ejercicios funcionales para fortalecer los músculos de todo el cuerpo, pero sin necesidad de utilizar aparatos que solo conseguiría en un gimnasio. Me he asesorado para ayudar a mi cuerpo en la casa, en el parque, organicé un desafío con mis compañeros de trabajo para que con metas individuales diferentes, compartiéramos que todos hagamos tres sesiones de ejercicio por semana.
Hoy, tres años después, sigo siendo diabético, pero soy una persona muchísimo más activa: camino mejor, puedo subir y bajar escaleras más fácilmente (bajarlas me sigue costando por la falta de rehabilitación de los músculos de la pierna que estuvieron hipertrofiados durante mucho tiempo), realizo mis actividades diarias con más energía, como con mejor apetito.
Ha sido trabajo hormiga que me ha dado buenos primeros frutos.
Hoy sé que sí es posible ser una persona activa y con eso tener mejor calidad de vida a pesar de la diabetes.... o cualquier carencia de salud. El bienestar, el vivir bien, están al alcance de todos nosotros, solo es cuestión de comenzar con metas sencillas y trabajar en ellas un día a la vez; sin prisa y sin pausa.