Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

domingo, 17 de mayo de 2020

No podemos tener secuestrados a los alumnos en el aula. Charla con Felipe Espinosa, Sj

Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Cuidado del texto: Socorro Romero Vargas

La charla que comparto forma parte de una serie de entrevistas sobre los desafíos que tiene la educación y que han quedado nuevamente manifiestas por la crisis sanitaria experimentada en el 2020 a raíz de la pandemia del Coronavirus. Su valor estriba en que pone sobre la mesa cosas vigentes que tocan la médula del sentido de la educación y por ello se vuelven transhistóricas, trascendentes, más allá de lo urgente.




“Eso de tener a los alumnos secuestrados en el aula durante cuatro años debe cambiar”. Lo dice Felipe Espinosa Torres (CDMX, 1951. Si quieres conocer más de él, haz click aquí) con tranquilidad y amabilidad que pudieran hacernos dudar de haber escuchado algo tan provocador, incluso lapidario.
           En la charla que tenemos me dice que las medidas que se han tenido que tomar en la contingencia sanitaria de la Covid-19 han provocado no solo que docentes y estudiantes entraran en modo de trabajo en línea a como se pudiera, sino que han puesto sobre la mesa las luces y las sombras de nuestra realidad educativa.
           Continuando con la idea que me ha impactado, señala que al pasar al formato de clases en la distancia como medida de urgencia ha quedado de manifiesto que es necesario mirar con detenimiento lo que debería ser claramente necesario en las clases y qué no lo es tanto; cuánto y qué es lo que debería ser trabajado en el aula, qué debería ser aprendido por otros medios, incluso no y que debería ser programado para el aprendizaje extraáulico.
           Mientras conversamos en videoconferencia, como lo permiten las medidas de distanciamiento físico que ha supuesto afrontar al Covid, pienso en el jesuita que conocí allá por 1992 en el Centro de Comunicación Javier, mientras yo estudiaba periodismo. Él había hecho estudios de posgrado en comunicación en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y en Loyola Marimount University, en Los Angeles, lo que hizo natural que dirigiera la productora de materiales audiovisuales para la catequesis y la educación popular que tenían la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. Nunca hubiera imaginado charlar con él sobre los desafíos que enfrenta la educación en el siglo XXI y que han quedado evidenciados nuevamente por la pandemia del 2020.

El desafío de recuperar lo importante, incluso más allá del aula

           He divagado en el calor de los recuerdos. Regreso a la idea del secuestro de los estudiantes en las aulas. Felipe nos dice que los alumnos podrían estar pasando demasiadas horas innecesarias en las aulas, en detrimento de las posibilidades de crecimiento que pueden tener fuera de ellas, máxime que se cuenta con el apoyo de las tecnologías de la información y la comunicación. Demasiada aula va en detrimento de la formación integral de las personas, pues.
            De esto, de la necesidad de replantear los equilibrios curriculares y extracurriculares, se ha hablado ya desde hace mucho. Parece que lo vivido con las medidas de la estrategia de emergencia a la que genéricamente se ha denomindo "la escuela en casa" ha puesto el dedo sobre la llaga. Los docentes quieren llenar los contenidos, cumplir las planeaciones a como dé lugar, con una cuota de hastío y superficialidad; con un cansancio inneceario y una priorización exacerbada de la entrega de evidencias y productos escolares -en detrimento del aprendizaje-, que hace pensar seriamente si más es mucho o en realidad no es sino menos.
          Pienso en esto que Felipe es hijo de San Ignacio, se le nota: “No es el mucho saber el que harta y satisface el ánima, sino saborear y degustar las cosas internamente”…
         En el fondo eso es lo que está sobre la mesa en un mundo escolarizado donde pareciera que hay que atiborrar a los alumnos de horas aula, de contenidos…. Da la impresión de que profesores y administradores educativos quisieran llenar a los estudiantes de conocimientos, de técnicas y no solo no han sido llenados, sino todo queda en la superficie a tal grado que después de meses de haber terminado un curso es poco lo que queda.
Y es que así tratando de ser exhaustivos en el currículo, se descuidan dimensiones muy importantes de la educación que requieren atención, tiempo, intención, metodología específica y que son las que tienen que ver con la vida diaria, con la familia, con la convivencia vecinal o laboral para las cuales nunca alcanza el tiempo.
           Siendo comunicólogo, Felipe no es un educador improvisado. Él estudió en colegio y universidad jesuita y a la mitad de su licenciatura en ingeniería decidió entrar a la Compañía de Jesús, donde estudió además de las licenciaturas en filosofía y teología.
         Tras un breve paso por el apostolado de los medios de comunicación en diferentes obras mexicanas y extranjeras de su orden, ha dedicado la mayor parte de sus esfuerzos a la educación, como rector en los colegios jesuitas de Guadalajara y Torreón y funcionario de las universidades también jesuitas de Torreón y León, donde actualmente es rector.

El desafío de acompañar a las personas para la vida

           Hay en su trabajo y su visión un deseo de educar formando integralmente a la persona, en todas sus dimensiones: humana, social, valoral, cristiana y académica. Y desde esa comprensión e intención le preocupa la tristeza y desánimo que percibe en muchas personas en la crisis personal, social y económica que la pandemia ha desatado.
          La irrupción de la vulnerabilidad en que existimos, a pesar de toda la tecnología, la fragilidad propia de los seres humanos y a la que se está expuesto provoca desánimo y ansiedad, que encuentran además en el distanciamiento físico y social de las medidas de contingencia un caldo de cultivo que traerá consecuencias en el talante personal y social con el que nos toparemos en agosto, cuando las instituciones educativas retomen su andar en la presencialidad.
            Para el rector de la Ibero León los educadores, las instituciones educativas, deberán estar atentos a la persona, entendiendo con claridad que más allá de dar clases, el compromiso educativo con los estudiantes supondrá mayor atención personal, mayor acompañamiento. Y habrá que estar abiertos para responder a ellos y atender a una dimensión que suele perderse de vista en los modelos educativos: la de la socialización.
           El encierro durante las semanas en las que se ha tratado de dosificar los contagios por coronavirus se ha experimentado una verdadera ansia de ver a la gente, de retomar el contacto, de vivir la amistad en la que no todo puede ser virtual, a distancia, vivido de forma vicaria.
            La dinámica grupal, la posibilitación de la amistad, el trabajo en el sentido de pertenencia que supone la adscripción a una institución educativa serán dimensiones educativas que no podrán ser levantadas de la mesa de las reflexiones de los educadores, si quieren ser fieles a las personas, que son -o deberían ser- punto de partida y de llegada en la educación; si quieren que quienes hayan transitado por procesos pedagógicos, hebegógicos, andragógicos, estén formados para responder a los desafíos de la vida y no solo repitiendo información.

Formar profesores desde, en y para los desafíos

Pero atender al ser humano integral no será posible en los clásicos esquemas didácticos. Felipe Espinosa trae a nuestra charla el que él considera otro de los grandes desafíos que emerge con renovados sentidos tras el covid: el de la formación del profesorado, que si bien tiene el componente de los cursos y talleres en los que se transmite información pedagógica a los docentes, también tiene el del acompañamiento en sus procesos personales y de transformación docente para que puedan entender el rol humanizante que juegan y sean ellos quienes vayan diseñando la metodología con la que concretarán profesionalmente la praxis de humanización a la que han sido invitados.
              Repensar los significados de la finalidad de las estructuras curriculares, el papel del acompañamiento de los procesos de los estudiantes en el hecho educativo y la formación del profesorado son, entre otros muchos, los retos que si son vistos como oportunidades, moverán al conjunto de las comunidades educativas a buscar formas concretas, reales, de dar respuesta formativa a las aspiraciones más profundas del ser humano, acompañando su inserción en la vida personal, social, ecológica en la cual deberá realizar complejamente su existencia.
          Una idea con mucha fuerza surge cuando comentamos este punto: el confinamiento del primer semestre del 2020 ha dejado en claro que el contacto interpersonal es más importante de como veníamos considerándolo. Y que es en el encuentro donde encontramos espacios y tiempos para recrearnos como personas. La transformación docente es muy difícil si se reduce a cursos, talleres, a manejo de ideas y de técnicas y descuida a las personas y sus procesos.
         Las instituciones educativas están desafiadas a considerar como parte esencial de los procesos de acompañamiento docente la creación de oportunidades de encuentro, de reconocimiento de las personas, del crecimiento en todo lo que se ha llamado competencias blandas, y que son la expresión de la intencionalidad última educativa: compartir que ser humano es posible de tal forma que vivir dignamente en la triple relacionalidad antropológica: el yo, los otros, el mundo.

El desafío de la solidaridad incluyente

Parece que nuestra charla apunta a su fin con esta conclusión; sin embargo Felipe Espinosa quiere señalar algo más: la crisis económica que se perfila -con todas las consecuencias psicosociales que traerá consigo- nos desafía a la solidaridad, a la búsqueda de nuevas formas de relación personal y comercial que sean menos excluyentes, que dejen espacio no solo para el tener, también para ser humanos con los otros, por los otros, para los otros. Cada vez que hay un excluido, en realidad fracasamos todos. Si bien es imposible incluir a todos al mismo tiempo, sí es posible generar estrategias de apoyo, de compasión, de inclusión.
         De distintas formas las familias, las instituciones educativas de gestión estatal o privada, deberán reinventar sus mecanismos de solidaridad. Y las políticas públicas -además de las acciones filantrópicas- deberán recordar lo que el Covid nos mostró crudamente: hay muchísimas personas que al no tener recursos económicos y tecnológicos se quedan fuera de la formación, de la información, de las oportunidades de la vida digna. ¿Cómo educar sumando y no restando, incluyendo y no excluyendo? ¿Hasta dónde es eso posible?
             Y creo que ha sido positivo no terminar nuestra videoconferencia sin que esto último hubiera sido dicho, pues ¿de qué sirve revisar el curriculum, reestructuras las formas de atención a estudiantes y formar a los profesores para una transformación en pro de la formación integral si al final nadie cabe ni en las instituciones educativas ni fuera de ellas?