Autor: Guillermo Santos de Alba
Edición y corrección: Socorro Romero
Guillermo Santos de Alba es filósofo y acompañante del desarrollo humano. Desde la trinchera en la que acompaña a los suyos reflexiona sobre las oportunidades de resignificación que abre la realidad que se vive en los tiempos de la pandemia en la que se ha padecido la irrupción del coronavirus en la vida de una humanidad que pese a todo sigue siendo vulnerable.
Volver los ojos y la reflexión hacia sí, los demás y el mundo para resignificarnos es una oportunidad única, generadora de esperanza... ¿la tomaremos o la dejaremos pasar?
Compartimos este texto en nuestros primeros apuntes, deseando que las colaboraciones de Guillermo se vuelvan habituales en los Apuntes en el camino.
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De un momento a otro la cotidianeidad cambió, un virus vino
a mostrarnos nuestras vulnerabilidades como humanidad dejándonos en riesgo y
expuestos. Como diría el filósofo Xavier Zubiri, la realidad nos cacheteó y de
una manera más fuerte a la que normalmente estamos acostumbrados.
Estamos frente a una crisis que se ha manifestado por el cambio en la relación con los otros, una variación que nos llevó a trasladarnos a una pantalla y a la red, lo cual ha traído una serie de retos que nos lleva a preguntarnos sobre ¿qué es lo que realmente importa?, ¿cuál es la mejor manera para comunicarme con otros?, ¿cuáles son las medidas convenientes para la sana distancia?, ¿cómo han cambiado las relaciones personales?, ¿qué sucede con nuestra relación con los otros y con nosotros mismos?
Y es aquí donde la
angustia y ansiedad comienzan a ser un peso para que la balanza se incline
hacia la desesperación y las inseguridades de las personas, aunado a esto, si
le agregamos que estamos en una cultura donde lo más común es mirar para fuera,
nos lleva a poner la cereza al pastel.
La pandemia nos ha sitiado de frente al futuro, haciendo que
volvamos la mirada a aquello que realmente importa, lo que nos hace humanos y
que, con el paso del tiempo, las prisas y la cotidianidad se nos olvida que
está ahí.
Estamos ante la oportunidad de construir un futuro que recupere
lo que se ha perdido en esta época, donde vale más una marca que la persona;
donde eres visto en su mayoría de las cosas por lo que se tiene o se consume
que por lo que es, haciendo imágenes idílicas de lo que la “felicidad” resulta
a través del consumo de objetos, personas, placeres, etc.
Ante la crisis que ha desatado la pandemia, surge una
esperanza de reconocer y recapacitar sobre nuestros actos. Cada día extrañamos
a los que estábamos acostumbrados a ver en lo cotidiano, y extrañamos en cierto
sentido, la vida que teníamos antes de la pandemia. Como si estuviéramos en un
duelo por lo que se nos ha ido (con esto solo quiero enfatizar sobre las
actividades o actitudes que han cambiado con la pandemia) como si no
estuviéramos preparados para la realidad que nos ha cacheteado en estos meses.
La tradición educativa se nos ha hecho familiar, nos
educaron para algo, para salir a lo
que el mundo nos reta y ahora en una determinada forma esa educación, no nos
preparó para enfrentarnos a nosotros mismos y a los que tenemos en casa. Y es
ahí cuando pareciera que las relaciones se rompen más, dando lugar a las
violencias de cada persona.
Este tiempo de crisis, es una oportunidad para
reencontrarnos como personas con la parte interior que hemos olvidado, aquella
donde el espíritu de la persona habla, pero se necesita dejarla escuchar y eso
muchas veces da miedo, porque no estamos educados para salir al encuentro de nosotros mismos; entonces surge el miedo por
escuchar lo desconocido y por no saber cómo reaccionar. Lo interesante no es
quedarse ahí, sino reaccionar abrazando con paz la voz interior, sabiendo que
es un abrazo con aquello que me hace reflejarme en el otro, porque es en la
dimensión espiritual, donde nos reflejamos a través de lo que nos hace humanos
y es en la escucha de lo que somos lo que nos hace hacernos cargo de esta
realidad que nos cachetea, para cambiarla y poderle decir como el mismo Zubiri
afirma después, una realidad que me posibilita posibilidades y que se me
presenta como oportunidad.
Para ir cerrando esta reflexión, vale la pena preguntarnos: ¿es este mundo el que realmente queremos dejar?, ¿cómo son
nuestros consumos y qué compromiso tenemos con los que vienen debajo de nosotros,
aquellos a los que les heredaremos lo que estamos construyendo?, ¿realmente
estamos siendo hermanos-humanos con el otro? y ¿tenemos el valor de dejarnos interpelar
por la escucha de la parte espiritual y dejarnos llevar por los caminos a donde
nos lleva?
La pandemia nos ha puesto de cara a nuestra vulnerabilidad,
porque nos ha dejado ver que somos débiles ante el mundo que nos hemos
construido. Asimismo, esta fragilidad nos lleva como humanidad a querer
responder de dos maneras, la primera: dejarnos cachetear sin aprender la
lección; la segunda: aprender que la forma en la que estamos construyendo la
sociedad no es la más adecuada y tenemos que replantearnos nuestros consumos,
nuestros tratos, nuestras formas de amar y de ser solidarios con los demás
¿cuál eliges?