Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

domingo, 12 de julio de 2020

De lo que no se puede hablar es mejor no hablar: sabiduría de los escépticos para tiempos de incertidumbre

José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más sobre el autor, haz click aquí
Edición y corrección: Socorro Romero Vargas

A los humanos nos gustan las certezas


A los seres humanos nos gusta tener seguridad sobre las cosas que podemos afirmar o negar: nos gusta estar seguros de que después de la noche seguirá el día, de que el agua que tenemos en el garrafón en casa es potable. Todavía más: queremos estar seguros de que nuestra pareja es quien decimos que es; que entendemos lo que pasa y pasará en nuestro trabajo... nos gustan estar ciertos de algo, somos seres que deseamos vivir con certezas.
            Una certeza es la afirmación o negación de algo con seguridad, sin duda. Entre los niños hay muchos que tienen la certeza de la existencia de los reyes magos como esos personajes que no son sus papás y que vienen a dejarles obsequios al inicio del año. La mayor parte de nosotros tenemos la certeza de que nuestros padres son nuestros padres y nuestros hijos nuestros hijos. Y eso nos permite vivir con tranquilidad al menos respecto de lo que estamos ciertos.
           Las seguridades sobre lo que pensamos y afirmamos o negamos (juzgamos) son importantes para nuestro actuar cotidiano: nos permiten actuar, posicionarnos ante nosotros mismos, los demás, el mundo. 
          Si no tuviéramos certeza de que el piso que pisamos es firme, no nos posaríamos sobre él; si no fuera para nosotros cierto que el líquido del vaso que beberemos no es veneno, no lo tomaríamos. Incluso: cuando nos aventuramos en algunas cosas como dejar un trabajo para tomar otro, lo hacemos a partir de un mínimo de certezas que tenemos; porque si todo fuera incierto, no daríamos el paso.
           En un trekking nos atrevemos sin problema a cruzar un arroyo porque tenemos la certeza de que el agua no nos arrastrará hasta matarnos. Si queremos seguir viviendo sin lastimarnos, no atravesamos una calle cuando estamos ciertos de que la velocidad y cercanía de los vehículos que la transitan nos llevaría a ser atropellados.
           En el mundo de nuestras certezas vivimos imperturbables, impertérritos, impávidos. Todo funciona como lo pensamos, como lo juzgamos. Estamos en el paraíso del control, del desenvolvimiento a nuestras anchas. 

El mundo de lo incierto         


Hasta aquí todo bien. Hay cosas que son tan claras ante nuestras capacidades sensoriales y cognitivas, que no dudamos de ellas. ¿Pero qué pasa en lo no tan claro? Sencillo: nosotros, por nuestra libre voluntad, decidimos estar seguros. Y aquí comienza lo emocionante.
           El problema de la certeza es que puede ser errónea, falsa. Esto es: el hecho de que estemos seguros de algo que afirmamos o negamos no hace que lo afirmado o negado sea como nosotros lo juzgamos y lo decimos. 
          Podemos estar seguros de la existencia de algo que no existe o de que algo es de una forma, cuando en realidad es de otra. La existencia de los reyes magos para los niños es cierta, pero no verdadera, no es real; si yo estoy seguro que en el vaso hay agua, pero en realidad es cloro, mi certeza no convierte al segundo en la primera. Las falsas certezas pueden tener consecuencias graves en nuestra vida cotidiana y llevarnos incluso a la muerte.
           Conforme avanzamos en la vida nos vamos dando cuenta de que cosas que nos resultaban ciertas no eran como las veíamos: la realidad se nos rebela, nos zarandea, nos pone de cabeza... 
         Es una experiencia difícil: la incertidumbre (falta de certeza) nos produce desasosiego. Cuando la realidad nos muestra que algo cierto, de lo que estábamos seguros, resulta no ser verdadero, nos vemos impelidos a reajustar lo que pensamos, lo que estamos acostumbrados a afirmar o negar de ello y eso genera la sensación de intranquilidad, nos turba o perturba.
           Si el asunto erróneo es trivial, basta que lo enfrentemos, cambiamos nuestra forma de ver y resuelto: nueva certeza, con la idea de que en esta ocasión lo que tenemos en la cabeza es cierto y verdadero, sobre todo si es algo muy claro. Entonces podemos continuar la vida sabiendo que entendimiento y realidad van en buen diálogo.
           Conforme más profundos se vuelven los asuntos y más tienen que ver con el terreno de las cosas que llamamos morales o éticas, más fácil es que nos demos cuenta que las cosas no son tan claras como creíamos; que lo que siempre habíamos afirmado que es o debe ser de una manera, puede ser de otra. Las certezas morales resultan a la larga ser un poco inciertas.  
           Y es que hay terrenos en los que es muy difícil saber qué son las cosas de manera compleja, contextual, circunstancial. Afirmar sin dudar se va volviendo una tarea difícil, porque vemos cada vez más aristas que no teníamos contempladas, de las cosas, de las relaciones . Resultamos ignorantes, limitados y cuando caemos en el mundo de la incertidumbre las cosas se ponen color de hormiga...
           Es algo de lo que pasa en las crisis: se desmoronan muchas de nuestras certezas, entramos en el terreno de la duda, un mundo de emociones fluye en nosotros alimentando nuestra sensación de zozobra: ¿qué podemos hacer?

Los escépticos a escena

Se llama con seriedad escépticos a los filósofos helénicos que buscaban como muchos de nosotros, una vida con la mayor imperturbabilidad posible. Vivieron un tiempo de grandes crisis, de cambios culturales profundos. Se dieron cuenta que cosas que eran ciertas para unos pueblos, no lo eran para otros; que cosas que alguien afirma con plena seguridad en la juventud resultan insignificantes o afirmadas de manera contraria en la madurez o la vejez.
          Se dieron cuenta con genial agudeza que el conocimiento de lo verdadero, la afirmación veraz es muy difícil, sobre todo en los terrenos de las cosas que nos atañen más profundamente. Pusieron el dedo en la llaga: parece que lo que pensamos es realmente como lo pensamos, pero infinidad de veces erramos. Ejemplos abundan.
           ¿Cómo reaccionar ante nuestro conocimiento / desconocimiento de las cosas?
           Y también se dieron cuenta que negar la realidad para continuar afirmando con seguridad a la larga solo trae más problemas, mayor desasosiego, gran perturbación.
          La necedad es una mala opción: los necios siguen afirmando que algo es verdadero cuando saben que no saben si así es... Y cuando golpean con pared y no se mueren en el intento, salen innecesariamente mal parados... porque las cosas son como son aunque tú las pienses de otra manera. Negar la realidad o afirmarla erróneamente no son a la larga buenas opciones.

 
        Vivir deliberadamente en la ignorancia, tampoco parece una buena apuesta: el costo personal y  social puede ser muy alto.
          Entonces: ¿hay alguna salida? Los escépticos proponen una que si la miramos con calma y no la absolutizamos nos puede dar mucha luz. Su planteamiento es escandalosamente sencillo: ni afirmes, ni niegues (no emitas juicios) si no tienes algo real con lo cual respaldar tu decir y la seguridad que de ello se desprenda: suspende el juicio y eso te va a dar tranquilidad. El nombre técnico de esa suspensión es epojé.
         La epojé puede dar una mejor postura para tratar de entender mejor las cosas y cuando sepamos mejor lo que son, por qué o para qué son, cómo funcionan, podremos afirmar o negar mejor sobre ellas en aquello que nos sea posible. Se hace una pausa en el camino, se toma distancia, y allí se verá si es necesario avanzar con duda, con reservas o no.
          Es claro que realmente  se vuelve inviable vivir humanamente si se suspenden de manera definitiva todas las afirmaciones o negaciones. Los seres humanos juzgamos todo el tiempo. Tengo hambre es ya un juicio: afirmo de mí que tengo hambre. El agua me hidrata, es otro juicio. Nuestra cotidianidad está llena de juicios y no nos es posible suspenderlos todos: equivaldría a vivir como piedras o plastas.
          Pero sí es posible ser humildes y reconocer que cuando no entendemos algo lo mejor es suspender el juicio. Si eso no vale la pena, allí lo dejamos; pero si lo vale, habrá que intentar avanzar aunque sea de a poco, en nuestro conocimiento sobre ello, hasta que podamos afirmar algo y nuestra certeza u opinión (un juicio emitido con alguna inseguridad, con temor a equivocarse) quede respaldada.

¿Escepticismo en tiempo de crisis?

Entendidas las cosas como hemos dicho, la sabiduría escéptica nos ayuda a sortear los tiempos de incertidumbre, como los que hemos vivido de muchos formas a lo largo de la historia reciente, la más novedosa e incluso angustiante, la de la pandemia originada por la irrupción del Coronavirus.
          La Covid-19 y las medidas de emergencia sanitaria que se han desarrollado en el mundo para hacerle frente, nos han mostrado vulnerables, frágiles, al mismo tiempo han roto muchos de nuestros hábitos y certezas cotidianas. Durante los meses del confinamiento hemos visto personas en crisis emocional porque no entendemos lo que está pasando, porque cosas de las que estábamos muy seguros resultan ser un poco ilusorias, como la idea del dominio del hombre sobre el mundo, que el bienestar era el punto de llegada de la vida, que la estabilidad económica se logra con trabajo y disciplina, por citar algunas.
          Si queremos recuperar tranquilidad, no estar perturbados continuamente, hay que dejar de emitir juicios sobre lo que en realidad no entendemos. Como Sócrates: sabedores de nuestra ignorancia será más fácil afirmar o negar lo que sí podemos juzgar y tener una vida más mesurada y humilde en cuanto a netas se refiere. Es lo más normal no entender del todo las cosas, lo que no es normal es afirmar sobre ellas cuando no las entendemos o angustiarnos porque resulta que hay  cosas que no comprendemos y queremos vivir como si entendiéramos todo y todo funcionara como lo pensamos.
          En la filosofía del conocimiento suele distinguirse entre certeza y opinión. En la primera se juzga sin temor a errar  a que lo dicho sea falso: es tal nuestra seguridad que asentimos sin más; en la segunda juzgamos también, pero con temor de que lo que digamos pueda no ser así. Formalmente, la frase "tu escrito en un gran texto", dicha con total seguridad es una certeza: no hay temor a equivocarse; mientras que decir la frase: "me parece que tu texto puede ser un buen escrito" es una opinión, pues está dicha dejando abierta la posibilidad del error, que lo dicho no corresponda a la realidad.
          Hablar comenzando los juicios con fórmulas como me parece, creo, hasta donde alcanzo a entender, ayuda para saber que puede no ser así, que hay apertura para considerar que el error puede estar presente. Tal vez no da la tranquilidad de afirmar con seguridad, pero ayuda a relajarse, porque siendo limitados en nuestro conocer como lo somos no tenemos por qué "entender todo, ser conocedores de todo". Hablar emitiendo opiniones -juicios sin total asentimiento- nos recuerda vivir es un continuo dialogar entre nuestras capacidades de sentir, percibir, entender, juzgar y la realidad de la cual hablamos, en la cual nos situamos y que en última instancia tiene una palabra muy importante frente a nosotros, al grado que puede "cachetearnos" y romper nuestras certezas. 
          Por más que nos digan que la realidad es como la percibimos o como la pensamos, no es así: nosotros pensamos que algo es de determinada manera, pero puede no ser así; muchísimas veces nuestro pensar no corresponde en mucho con lo que realmente son las cosas, las personas, las relaciones.
          El escepticismo nos invita a la humildad que implica hacer la vida sabiamente, un paso a la vez, en apertura y disposición para dialogar una y mil veces con uno mismo, con los demás, con el mundo, para que donde podamos estar seguros hablemos con certeza, pero donde no, solamente opinemos, dudemos o si es necesario, suspendamos los juicios. 
          Será una experiencia incluso terapéutica, porque podremos avanzar la vida con menos turbación, mayor tranquilidad y si no perdemos la brújula, con mayor apertura para responder a nuestra propia realidad, a la real relación que tenemos con los demás y el mundo.

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