Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

martes, 22 de septiembre de 2020

Sin Dios y sin el hombre. Aproximación a la indiferencia religiosa (Reseña)

Autor: Fidencio Aguilar Víquez
Cuidado y corrección del texto: Socorro Romero Vargas

Una de las preocupaciones de Rafael de Regil desde hace muchos años ha sido conocer el estatus del pulso religioso en nuestro tiempo. Sin duda, reflejo de sus propias búsquedas, el situarse desde la propia condición histórica y humana, desde el contexto de este momento histórico, el siglo XXI, puede explicar la propia experiencia religiosa de forma más honda e integral. No podríamos comprender ese pulso religioso sin situarnos en la historia presente y en la experiencia personal. Esos son los horizontes sobre los cuales marcha la reflexión de nuestro autor.
          He visto en la lectura una modernidad colapsada, una posmodernidad pasmada y un autor tratando de ubicar los elementos de un renovado humanismo cuya vena central sea la de la experiencia religiosa como un vínculo consigo mismo, con los demás, sobre todo en términos de fraternidad, diálogo y solidaridad, y con Dios encarnado en la persona de Jesús de Nazaret. Esta expresión resumida no es fácil y ha significado para de Regil toda una vida dedicada al estudio, a la observación y a la construcción de un diálogo productivo que parta de este vínculo entre el ser humano y Dios. El camino por la modernidad, la aceptación de una cierta condición posmoderna y la apertura de nuevas posibilidades es un plan de viaje que puede atraer a los lectores a esta obra que aparece ahora en este formato electrónico propio de nuestro tiempo. Será una lectura que interpele nuestra propia situación en el tema.
          El pensamiento moderno comenzó con un reclamo de autonomía. El sujeto humano, el hombre en términos antropocéntricos, quiso desvincularse de una relación que le resultaba ya incómoda, cultural e históricamente, la del binomio de lo natural con lo sobrenatural. Lo sobrenatural, cargado de dogmas y de disciplina, comenzó a ser hecho a un lado para proclamar, más bien, el valor de lo natural que hay en el ser humano, al grado que la naturaleza se volvió una suerte de criterio de valor. Con ello, el ser humano comenzó a mirar más al siglo,
«saeculum», al tiempo, a la historia, al mundo. Dejó de mirar al mundo sobrenatural, a la otra vida, para centrarse en esta vida, en este mundo, en el aquí y el ahora. Esto es lo que se llama el proceso de secularización.
           Dios comenzó a ser hecho a un lado para que su lugar lo ocupara el hombre; ese fue el proyecto inicial del pensamiento moderno. El sujeto humano había llegado a su madurez, a ocupar su razón y, con ella, ayudado por la ciencia y la tecnología, construir el nuevo mundo del libre mercado y de la autoridad del estado. Esos ideales de libertad, igualdad y fraternidad de espaldas al mundo anterior son los que sustentan la nueva sociedad ya no basada en la autoridad que emana de Dios sino en la que emana de la soberanía del pueblo. Como puede apreciarse, se trata del modelo de sociedad democrática en el contexto de mercado, es decir, de la sociedad tal y como la hemos conocido en nuestro tiempo (hasta antes de la pandemia del COVID-19).
           Sin embargo, ese reclamo de autonomía, que en los hechos se tradujo como un apartarse de y negar a Dios, se tradujo muy pronto en una humillación de lo humano, del propio rostro de las personas y de negación de la propia condición humana. La incapacidad de diálogo y de violencia contra el otro son los resultados más elocuentes de la nueva situación. Lo que propiamente introdujo en la historia reciente la exclusión, la intolerancia y la violencia. Con ello, y para salir de esas circunstancias, paradójicamente, se produjo una sociedad de consumo altamente nihilista. Precisamente brotó una sociedad individualista, de desinterés por los demás, de insolidaridad y tremendamente desigual.
            En ese contexto, ¿qué retos implica para el cristiano esto? De Regil señala sin lugar a dudas la fe dialogante y humilde que se encarne y “articule en la propia existencia, que brote de una profunda experiencia y se viva en lo cotidiano, que se encarne en el mundo y a él se exponga.” Esto conducirá, según nuestro autor, en esa doble dinámica de inculturación del anuncio y de evangelización de la cultura. Un rasgo notable a lo largo de todo el texto es la referencia a la constitución Gaudium et spes del Vaticano II, que abrió por primera vez en mucho tiempo a la Iglesia al mundo moderno, al mundo contemporáneo, a nuestro tiempo.
            Tomando en cuenta la reflexión de una multiplicidad de autores, uno de ellos Mardones, el autor señala que es necesaria la solidaridad para rescatar el rostro del hombre y la mujer de nuestros días. Se requiere de una humanidad solidaria que dé sustrato a la dinámica social. ¿De qué sirve una economía o una política en estos tiempos de crisis sin esa vena, sin esa energía y motivación profundamente humana de la solidaridad? Es preciso “generar ambientes donde el humanismo sea posible”, donde el otro sea reconocido, aceptado y abrazado. Esto supone valores como el perdón, la esperanza, la fraternidad, la igualdad, la justicia y la misericordia, entre otros.
             Esto desde luego supone no quedarse en una situación de amargura por el mundo que nos ha tocado vivir, con todo y los grandes problemas que han emergido. Por el contrario, para el creyente supone vivir la fe con alegría, como si se tratara de una fiesta de los corazones, del hermanamiento de los seres humanos. Esa es la aportación de los hombres y mujeres de fe. A partir de esa actitud, la fraternidad se tornará gratuidad: hacer por el otro sin otra razón que su rostro humano, su consideración como persona, valiosa por sí y en sí misma. Nada de pragmatismo ni utilitarismo, sino entrega de sí al servicio de los demás. No como una inmolación a quién sabe qué causa que vendrá en un futuro remoto, sino como descubrimiento del propio rostro a través del reconocimiento del otro.
           Esa aportación se vuelve, según nuestro autor, en uno de los elementos claves de la forma de educarnos y de educar a las generaciones que vendrán y es lo que permitirá que éstas aprendan que la fraternidad es capaz de dar sentido a nuestras vidas y a la vida de cada quien en el
«aquí y ahora» de nuestra condición presente. Es lo que, a final de cuentas, hizo Jesús de Nazaret. Venir a reconocer lo humano como eje sobre el cual concretar el reino del Padre. Es curioso que de Regil vaya hilando su reflexión para apuntar a este núcleo donde se comprende mejor la fraternidad: con la referencia al Padre común. No es algo menor esto, pero está dicho como una amable sugerencia que el lector descubre a lo largo de la lectura.