José Rafael de Regil Vélez (si quieres conocer más del autor, haz click aquí)
Una historia, que como muchas otras, termina en exclusión
Hace ya muchos años el sitio www.publico.es daba cuenta de algunas de las ideas sobre la mujer que Zvi Tau, rabino de la línea jardalim de la ortodoxia judía en Israel, vertía en un documento del centro de estudios religiosos Har Hamor.
Al decir del medio de comunicación español, el religioso judío de origen austriaco señalaba en su texto que el lugar natural de la mujer es el hogar; que la tarea a la que debe dedicar sus esfuerzos es la de dar a luz y criar hijos, puesto que por la propia creación de Dios es un ser que ha de estaren casa, donde puede vivir su vida plenamente sin el bullicio de la vida social .
El maestro infiere que la consecuencia de que la mujer abandone la morada familiar para dedicarse a la vida profesional es que sus hijos crecerán débiles y flácidos. Sentencia: “demasiada educación para las féminas daña la calidad de la vida de la nación”. El tema es polémico...
Las amistades con quienes a lo largo del tiempo he compartido este texto -en mis conversaciones o en las redes sociales- han tenido más o menos la misma reacción: indignación, mofa y descalificación de una persona cuya ultraortodoxia no comulga prácticamente en nada con lo que ellos y yo pensamos.
Muchísimos son los temas en los que la divergencia existe: políticos, religiosos, axiológicos.
Y en todos ellos existe la misma tentación. Un pensamiento tan diferente al propio podemos simplemente excluirlo del propio horizonte de puntos de referencia y de opiniones razonables con las cuales entrar en diálogo; en otros casos, nos dedicamos a señalar todas las inconsistencias que tiene esa visión del mundo, sin examinarla más en busca de algún punto razonable que pudiese tener. Las ideas y valoreaciones que divergen de los nuestros suelen llevarnos a la repulsión gnoseológica, axiológica, incluso a la descalificación existencial de la persona que las sostienen.
Para quienes han convivido con el religioso Tau una realidad es clara: aun cuando difieran en la manera de pensar y consideren que las mujeres sí tienen un papel qué desarrollar en la vida pública y las tareas profesionales, deben convivir con él y muchos otros y ven las cosas de manera diferente. Aunque lo quisieran de otro modo: la diversidad existe y no deja de hacerlo solo porque alguien decrete su irrelevancia.
La intolerancia consiste en excluir, ignorar o denostar a toda aquella persona que tenga una postura de la realidad diferente de la propia. El problema que hay con la actitud intolerantes es que no suma a la construcción de un mundo en el que los seres humanos con una pluralidad impresionante de ideas, valoraciones, acciones quepamos y podamos vivir dignamente.
El desafío de la tolerancia
Ante estos casos conviene rescatar una realidad que parece muy desgastada, pero no por ello inútil: la TOLERANCIA.
Hasta antes de la época moderna existía una visión relativamente unitaria del mundo, de la sociedad, de lo que las personas debían aspiDe los siglos XVIII al XX esta situación cambio y cada vez fue mayor el número de hombres que comenzaron a interpretar las cosas desde perspectivas arreligiosas. Se dio entonces una PLURALIDAD de formas de entender la realidad y asumir la finalidad de la propia existencia.rar en la vida. La religión era el punto de referencia y en gran parte del mundo occidental la cristiana explicaba todo, en Oriente otras creencias jugaban el mismo rol.
En una sociedad plural hay diferentes consideraciones y posturas en la forma de explicar y valorar los mismos fenómenos que a todos nos interpelan: el aborto, el rol de los sexos, la significación del género, el significado de la política, por citar sólo algunos. La divergencia se instala con facilidad porque “cada cabeza es un mundo” y entonces emergen muchas veces la indiferencia o la intolerancia: damos el avión o no aceptamos a quienes no convergen con nosotros.
El asunto es que la realidad allí está, sea cual sea nuestra postura, desafiándonos: las personas tenemos carencias, se abre la brecha entre ricos y pobres, la relación con el medio ambiente es deteriorada, cuesta trabajo ponerse de acuerdo para elegir gobierno, para relacionarse con las instituciones estatales. Existen la inseguridad, las tensiones entre sexos, los conflictos por género, los nuevos modelos de familia, la polarización de la riqueza...
En la intolerancia y la indiferencia, al ignorar a los que piensan diferente, desconocer la pluralidad es riesgoso, porque es fácil que resulte que nadie meta el hombro para resolver las cosas. Lo que nos debería ocupar a todos se vuelve botín de unos pocos, porque muchos nos desentendemos por lo difícil que nos resulta dialogar cuando hay pluralidad de opciones.
La tolerancia significa reconocer que hay diferencias en las visiones de quiénes somos, lo que sucede a nuestro alrededor y el papel que debemos asumir ante nuestra historia y al mismo tiempo construir la concordancia (con-cordar significa poner a los corazones a latir al mismo ritmo) mínima necesaria para afrontar los asuntos de los cuales no podemos excusarnos.
La tolerancia -contra lo que suele pensarse- es proactividad, es humanización, porque supone un gran esfuerzo nuestro por entender al otro desde donde mira y valora la realidad y permitir que más allá de la repulsa nuestra mente y nuestro corazón encuentren lo que el otro también busca de humano Es el único camino parar que de alguna manera sea posible colaborar juntos en lograr lo que a todos nos permita vivir como personas.
Tolerar para poder avanzar, aunque sea milímetros
En la tolerancia –que no indiferencia o evasión- al dialogar encontramos algo de lo que nos une, reconocemos lo que nos diferencia y nos hermanamos para recorrer los milímetros que son posibles en pos de los kilómetros necesarios para que este mundo esté mejor que como lo encontramos.
Solo en ella podremos seguir construyendo –por ejemplo- un lugar para las mujeres en nuestro aquí y ahora al tiempo que existen personas como Zvi Tau, o luchar por una mejor distribución de la riqueza, aun cuando haya quien piense que el orden establecido (mejor dicho, el desorden establecido), debería ser inamovible.
Quitémosle el carácter de palabra y realidad desgastada y pongamos manos a la obra, que las tareas son muchas. La tolerancia es verdaderamente difícil, requiere el cultivo de una actitud de apertura más allá de uno mismo, la formación de una mentalidad crítica y de una compasión sin la cual es imposible salir más allá de las ideas y valoraciones para reconocer que hay otros que necesitan de nuestro consenso y concordancia para construir humanidad.
Por increíble que parezca, la tolerancia no nace en el mundo de las ideas y de los juicios de valor, sino en la humildad de la compasión, del relacionarse con los demás y con el mundo desde lo que ellas y ellos padecen y nosotros con ellos, y que lleva a la falta de dignidad, al sufrimiento, a la muerte.
Solo desde la actitud compasiva podemos comenzar a dialogar en lo que podemos hacer juntos, lo que nos une, lo que nos posibilita. Compadecer nos desintala existencial, racional, axiológicamente, nos permite reconocernos como necesitados de una solución que solo encontraremos si comenzamos desde lo pequeño a buscar las explicaciones que lleven a una mejor interacción social, política, económica, incluso cultural o religiosa.
Hoy, como en cada época, tenemos algo que decir y hacer juntos frente a lo que dificulta la tarea humanizante a la que todos estamos llamados tan solo por haber nacido. La intolerancia que hemos mamado en la cotidianidad desde pequeños es un gran obstáculo para ello. Recuperar la tolerancia nos devolverá el protagonismo y la responsabilidad frente a los desafíos concretos, pequeños, cotidianos, de la historia.
Artículo publicado originalmente en Síntesis, Tlaxcala, el 11 de agosto de 2012. Reestructurado y actualizado el 17 de julio de 2021.
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