Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

miércoles, 21 de julio de 2021

Cuando el yo no es suficiente: ser por, con y para los demás y el mundo

José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor, haz click aquí

La egología moderna: una explicación que se volvió insuficiente

Somos herederos de una larga y centenaria tradición llamada modernidad. Por allá del siglo XVII René Descartes logró formular, con su filosofía, una inquietud que flotaba en el ambiente: la de la importancia del yo, del individuo que debe vivir su vida.
               La época anterior fue diferente en tanto que lo que era importante era la comunidad y en ella la relación con Dios. Los apellidos lo mostraban: se era reconocido por la ciudad de origen, lugar de la familia, del clan, de la nación. De allí los apellidos gentilicios, como el mío, de Regil, que atañe al valle del cual emigraron mis antepasados.
                Eso podía tener un gran valor porque daba sensación de pertenencia, pero también se volvía limitante, porque implicaba una manera de pensar que no era propia, sino la recibida y compartida con los demás y que se mostraba insuficiente en un mundo que comenzaba a volverse chico tras la invención de la imprenta, el impulso del comercio por el desarrollo de la marina mercante.
                 En la época moderna, para poder vivir conforme a los nuevos tiempos se requería que cada individuo pudiera pensar libremente y expresar su pensamiento de igual manera. Nació entonces el individuo, el yo, como algo que hay que cultivar frente a la cultura que se hereda, frente a la religión que homogeneiza con el dogma, frente a la monarquía que sólo reconoce en el derecho divino de una familia la posibilidad del ejercicio del poder político.
               Para responder a los desafíos del mundo había el yo tenía que ser pensante, pero con un tipo de pensamiento científico instrumental que le permitiera el dominio de los diversos ámbitos de la realidad: la naturaleza, la sociedad, incluso la conducta personal.
                En esta forma de pensar se desarrolló la ilustración, con su manera de ver la vida confiada en la capacidad individual de inquisición intelectual de la realidad. Y en este contexto surgieron la revolución social que dio paso a las clases sociales como las entendemos, la revolución política que hizo nacer las repúblicas democráticas y la revolución industrial hermanada de la económica que trajo consigo el liberalismo capitalista de corte industrial y ya no agrario. También nacieron las ciudades como los lugares que hoy conocemos, distintos de los villorrios feudales, centros poblacionales de febril actividad económica, que propugnaba la existencia de individuos libres que con su razón pudieran resolver los desafíos de la realidad, en especial la material.
                Fue cuando surgió la escuela como un lugar para que las personas cultivaran su yo, su capacidad de entender y dominar el mundo, mirado desde sus propias categorías. Uno de sus presupuestos es que la autonomía humana vendría cuando cada quien pudiera pensar instrumentalmente la realidad para que ésta funcionara desde el punto de vista de la razón tecnológica...
                   El yo se convertía en el creador de la realidad, el demiurgo orquestador de todas las cosas y sus posibilidades. Y nació el mito de que la persona era fundamentalmente un animal racional, capaz de dominar el mundo: científico, aventurero, emprendedor...

Una nueva manera de entender lo fundamental: somos por, con y para el otro

Esta forma individualista y egológica de entender al ser humano y el mundo mostró sus excesos y peligros con las guerras tecnologizadas de grandes proporciones del siglo XX, los colonialismos que buscan el dominio de los lugares que proveen materias primas sin importar su población, la industrialización que rompe el equilibrio ecológico, la polarización de la riqueza con un saldo de enormes porcentajes de personas empobrecidas, marginadas.
                Hoy, transformar el mundo sigue siendo un reto… sin embargo, la historia nos ha mostrado que el yo científico instrumental no alcanza, pues muchas veces se vuelve incapaz de relacionarse con los otros y con lo otro, incluso aplastándolo, acabándolo. 
               Dicho en palabras más cotidianas: que yo entienda el matrimonio y la familia de una forma no quiere decir que las personas con quienes convivo van a funcionar de la manera en que yo lo quiera administrar, planificar… Lo mismo sucede en cierta forma con la economía y los fenómenos naturales: están más allá de nosotros y no siempre se reducen a lo que pensamos de ellos.
                Ante la injusticia, la muerte, el sufrimiento, las condiciones de empleo, la política, la desigualdad muchas veces el yo pensante dominador no alcanza y solo las personas que se abren más allá de su yo, de sí mismos, logran caminar creando mejores condiciones para vivir día a día humanizándose al humanizar sus relaciones con los otros y lo otro. Cuando es por, con y para los otros, el yo pensante pasa de la búsqueda del dominio a la construcción inteligente de un mundo donde la dignidad de las personas sea posible y el mundo se convierta en una casa común para ser justamente habitada.
                Las personas nos hacemos personas en la relación. Martin Buber, filósofo judío del siglo XX, a propósito de todos los límites que mostraron el individualismo y el colectivismos de esos tiempos, puso sobre la mesa una idea pontente, provocadora: la relacionalidad es la protocategoría desde la cual se puede comprender al ser humano y vivir la humanidad a la que todos nacemos llamados. 
                Relacionalidad significa apertura fundamental para que nuestra vida se realice desde y en el encuentro con los demás, con las necesidades que 
su ser tiene en la libertad y que no podemos atrapar en nuestras ideas, ni siquiera en nuestros deseos. Si no nos relacionamos y no logramos reconocer y respetar a los otros y lo otro, quedaremos fuera de la posibilidad de la creación de un nosotros en el cual se generen espacios afectivos sociales, políticos y económicos que no estén marcados por el signo de la cosificación, del dominio del más fuerte sobre el débil, con la irracionalidad de los políticos que quieren hacer que todas las personas encajen en su propio proyecto.
                 Dicho de otra forma, solo en el encuentro y la relación con el otro podemos comenzar a ser personas. A la madre el hijo es quien la vuelve tal; al docente lo hace tal el estudiante; al amigo, el amigo.
                   Lo mismo sucede con lo que no es humano y que también existe: en la medida que nos relacionamos con los demás seres logramos entender que todos vivimos en una casa común que ha quedado encomendada a nuestro cuidado, el cual sólo es posible en la apertura a lo otro, a las demás cosas, sus características e interacciones.
                    La escolarización y la inserción en la vida pública pareciera estar diseñada para el cultivo del yo. Urge que nos acompañemos todos en la labor de formarnos para el nosotros sin el cual el yo terminará perdido; para la relación con los demás, con el mundo; formación de mujeres y hombres competentes para la interacción que supone hacer del nuestro un tiempo y un lugar, local y global, con espacio para la vida digna, sustentable, justa.

Acompañarnos en el paso del yo que domina al nosotros que incluye y humaniza

En este sentido sigue siendo pertinente la acción pedagógica que desmitifica el currículum como un itinerario de formación del yo pensante que conoce objetivando a los demás y al mundo para su dominio. La educación formal y no formal por la cual unos humanos compartimos con otros humanos que la humanización integral es posible, se trata de una praxis que busca la colaboración, el aprendizaje situado en la realidad que se afronta lo mismo con la emoción que con el pensamiento, con la compasión (entendida en su sentido etimológico más profundo) y la solidaridad bien informada.
                 Cuando en una época como la nuestra en la que el yo moderno, anunciado por Descartes, no alcanza, se vuelven urgente procesos que nos preparen para la apertura en la relacionalidad que invita a las personas a salir de sí para responder a los desafíos que plantea la dignidad de sus congéneres y la encomienda de habitar el mundo para que sea un hogar y no meramente una conquista. Es imperante la educación para él nosotros, mucho más allá del yo.


Texto publicado originalmente en 24 horas, el 23 de marzo de 2017 y actualizado el 27 de junio de 2021


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