Autor: Andrés Felipe Fernando Ortiz
Este texto, que muy amablemente ha sido Andrés Felipe para los Apuntes, contiene una reflexión sobre la persona, su libertad, el sentido de vida y la forma en la que estas dimensiones antropológicas interpelan a la educación, a lo que debería ser ella. Hay ideas muy interesantes y provocativas que bien vale la pena compartir.
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Dios ha muerto, el hombre también...
“Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado”, citó Nietzsche alguna vez, convirtiéndose hasta hoy en día, en una frase que todo aquel que se ha pronunciado ateo, ha mencionado, aunque sea para sus adentros. La cuestión aquí es que el autor no se refería a que existió un Dios y luego murió, sino que es una metáfora que explica cómo, con la llegada de las ideas de la ilustración, se rompieron los cimientos del saber y la moral de la historia de la humanidad, que otorgaba, para bien o para mal, un sentido a la existencia. Dios, entonces, fue reemplazado por la ciencia, la razón y el progreso.
Y es lógico aceptar que
esta transición nos ha dado lo que tenemos, sin embargo, esta fe ciega por el
progreso científico nos llevó a olvidar que la base de la civilización
occidental era el cristianismo, que por mucho tiempo dotó al existir de una
verdad. Por tanto, la nueva verdad se fundamentó exclusivamente en el método
científico que, cual ironía, fue creada por los mismos cristianos.
Este proceso, encaminado a
formar el ateísmo como tal, supliendo a Dios por el hombre, generó una actitud
poco humanista, como bien menciona De Regil (2020) el hombre “se quedó sin
Dios, pero perdió también al hombre al convertirse en indiferencia por haberse
quedado sin el andamiaje que le proporcionaban las creencias implícitas de la
cultura moderna” (p. 13).
Es conveniente específicar
que la modernidad, que se extiende desde la revolución industrial hasta el
siglo XX, dio la oportunidad al ateísmo de reemplazar, como ya se mencionó,
a Dios, lo cual fue positivo porque no dejó ese lugar vacío, lo ocupamos
nosotros, ahora éramos los responsables de nosotros mismos. Sin embargo,
actualmente vivimos en la era de la posmodernidad que, a diferencia de su
predecesora, no suple nada, sino que pretende deshacerse de la idea divina,
incluido Dios.
Ni un solo viaje, ni en el mismo bote
Es adecuado aceptar que
por este posmodernismo en el que estamos navegando, no viajamos en un mismo
barco, ¡Qué bueno fuera! sino que la mayoría lo hace en pequeños botes que
sobreviven apenas a las olas constantes de la vida, curiosamente no todos
anhelan una tierra donde asentarse, sino una isla a la que llegar y disfrutar
para, posteriormente, continuar con su travesía, regresando al vaivén, en busca
de una isla mejor.
Mas el problema de nuestra
época, estimados compañeros, no es el ateísmo, aunque pareciese, sino la
indiferencia y no me refiero solo la religiosa que llevó al cristianismo a la
crisis que enfrenta actualmente, sino a la indiferencia hacia el humanismo. Por
poner un ejemplo, he escuchado a muchas personas exclamar que preferirían ver
morir a otras que a un perro, esto después de haber llorado con un video donde
alguien salva a uno de morir. La cuestión es preocupante por dos cosas: En
primer lugar, la expresión dicha con tal desdén hacia la vida humana y, en
segundo, que tal reflexión y emoción dura hasta que deslizamos el dedo por la
pantalla de nuestro celular, hasta encontrar un video simplón que nos
entretenga diferente o que nos cause gracia.
La indiferencia es
peligrosa porque no es exclusiva de los creyentes o de los ateos, sino de todos
y es curioso, porque, desde mi experiencia, he visto que muchos de mis
congéneres, incluyéndome, sufrimos por la carencia de un sentido y pues, hay
quienes lo buscan en coaches de vida, en videos motivacionales, yendo a
terapia, etcétera. No se me malinterprete, no es malo buscar respuestas, pero
no podemos esperar que alguien más nos diga las respuestas a preguntas que no
nos hemos hecho.
Carentes de sentido, no
nos queda de otra que anclarnos a las cosas materiales, líquidas, a fin de
sentirnos medianamente bien. La situación no es fácil porque sentimos que casi
todo nos obliga a seguir determinados por lo externo, en cambio, si nos
diéramos cuenta que además somos seres indeterminados y que nacimos con todas
las herramientas disponibles para encargarnos de lo que nos carga, estaríamos
más cerca de alcanzar lo que todos deseamos, la mayor realización, la libertad,
que bien puede concebirse como la capacidad de ruptura con todo aquello que nos
impide determinarnos, coexistiendo con, por y para los demás. Estamos, sin
lugar a dudas, llamados a la libertad.
Reivindicar el sentido
Es necesario mencionar, en
este punto, al método trascendental, pues es la manera más real
para que recuperemos ese sentido que buscamos y no terminamos de encontrar,
porque sólo nos limitamos en la mismidad y esta por sí sola, no basta, puede
justificar nuestra existencia, de manera muy superficial, pero nada más. El
acto de vivir humanamente, radica en hacerlo en alteridad, pero reconociendo y
valorando nuestra mismidad. En otras palabras, existo con, por y para el otro, más
eso no implica que deje de ser yo mismo.
Esta convivencia en
humanismo, requiere también reconocer a la ética como aquello que más te
realiza y si bien, a diferencia de la moral que puede entenderse más como esas
ideas heredadas de generaciones pasadas que nos sirven como referencia de
comportamiento socialmente aceptado, el actuar ético es personal pero solo
existe en dialogo con los demás. Una vida ética consiste, entonces, en
adaptarnos y transformarnos, pues, aunque seamos seres limitados estamos
llamados a trascender, construyendo el sentido de la vida que nos soporta
constantemente.
Educar en la ética y el sentido
Culmino mi texto reflexionando sobre nuestro quehacer educativo visto desde los problemas y
soluciones que mencioné:
Es importante atender
nuestra realidad para evitar que nuestra práctica educativa sólo se quede en la superficie de "dar clases y vigilar que los estudiantes se porten bien".
Para ello, debemos reconocer nuestro concepto de ser humano y replantearlo
si es necesario, evitando ese sentido utilitarista, pensando en qué actividad
puede ser más eficiente o hará que el alumno alcance un objetivo a fin
exclusivo de una calificación aprobatoria. Como trabajadores de la educación,
tenemos la oportunidad de generar ese sentido que no todos pudimos entender
fácilmente.
Si al alumno le podemos
mostrar el método trascendental, cobijándole con humanismo y ejemplo ético de
nuestra parte, nuestro futuro está asegurado, y digo nuestro porque
somos por y con el otro, no hay que olvidarlo, y al propiciarle las herramientas
para la libertad a un alumno, estamos contribuyendo a la libertad de todos.
Porque si lo que sabes, no te sirve para ser libre, ¿Qué sabes?
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