Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

sábado, 28 de enero de 2023

Don Bosco y yo... en el camino

Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer másdel autor, haz click aquí

Este texto lo comencé hace ya casi un año: un homenaje personal pero compartible en la fiesta de Don Bosco, el 31 de enero. Por lo que sea quedó en la bandeja de los borradores de los Apuntes... Creo que ha madurado suficientemente en mente y corazón para compartirlo. Es una forma de relatar una dimensión de andar la vida que tiene que ver con lo que soy y hago y de cómo las personas siguen vivas en la comunión del Espíritu. 
           Posiblemente sea un texto más largo de lo usual en este blog, pero aun así lo comparto como testimonio de lo afortunado que soy siendo educador inspirado en los valores del Evangelio, con el estilo de Don Bosco enriquecido por el contacto con otros carismas más con los que he convivido y en los que también me he formado.
           Lo dedico a muchos compañeros de camino con los que sigo andando la senda de la vida o he andado parte de ella y que reconocemos que hay una buena apuesta en compartir la buena noticia en la acción misma de educar y de educar en la acción misma de compartir la buena noticia de que sí hay respuesta para lo que aflije nuestra vida por inhumano en una invitación a construir la vida humana digna de la mano del Señor Jesús, cobijados en el amor de su Padre, dinamizados en el calor de su Espíritu.


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Un encuentro, pero no uno cualquiera

Es una historia de más de 4 décadas... Tengo claro cómo nos conocimos: recién había muerto el tío Arturo. 
          Estábamos en eso de las misas, cuando fuimos a caer a la Casa del Exalumno Salesiano, donde presidió la celebración un sacerdote ya mayor. Era el padre Luisito González, el que había ayudado a mi tío huérfano recibiendolo en el internado que su congregación religiosa tenía cerca de Villa Coapa, en Huipulco, al Sur de la Ciudad de México. Con el sacerdote como director de la obra y un equipo de salesianos el tío se había hecho de las herramientas fundamentales para abrirse paso en la vida, a pesar de la adversidad de la pérdida del padre, del incesante trabajo de su madre y la pobreza en la que crecieron en su hogar.
           Mi mamá me presentó con ese venerable clérigo, quien me saludó afable. Le dijo que yo ayudaba en las misas dominicales de la Capilla del Rosario, en Toluca, donde vivíamos. El viejito sonriente, con las manos temblorosas por su Parkinson, me saludó cálidamente y en virtud de no sé qué cosa que pudiéramos haber charlado, me regaló un libro inolvidable: Amenísimos y curiosos episodios, la hagiografía que Juan Zin había escrito de San Juan Bosco, dedicada al público infantil y sencillo que disfruta las anécdotas de una persona relevante para su lugar y su tiempo.
          A mis diez años devoré el escrito. Me impactó profundamente, al grado de trastocar mi vida para siempre: conocí a don Bosco, el piamontes campesino, que desde muy niño se sintió llamado por Dios a través de la Virgen para trabajar por los jóvenes pobres y abandonados de su tiempo. 
         Juan Melchor estaba lleno de cualidades que supo poner al servicio de la educación: era atlético, sabía magia, podía contar historias y captar la atención incluso de los adultos. Tenía memoria prodigiosa, fue barman, sastre, músico, saltimbanqui: un estuche de monerías dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de hacer el bien a sus vecinos -al principio- o a los chicos arrabaleros que eran los destinatarios de su acción apostólica, una vez ordenado sacerdote en una convulsa Turín, en pleno empuje industrializador.
          Quedé subyugado. Quería ser como él y me enteré de que para ello debía irme con los salesianos, que es el nombre que se da a quienes pertenecen a la Congregación Religiosa fundada entre 1854 y 1859 por el santo piamontés. 
          Hablé con mis papás de mis descubrimientos e intenciones y sucedió lo más lógico:por supuesto que me dijeron que esas no eran cosas para un niño de quinto de primaria, que me dejara de eso.

Con Don Bosco, en el descubrimiento de ir siendo humano


 
Muy rápido pasaron cuatro años. Cursaba el segundo de secundaria en el Colegio marista, el de los niños "nice" de Toluca, donde con muchos esfuerzos y con la ayuda de una beca que nos dio el hermano Roberto Agredano a mi hermano y a mí, avanzábamos en nuestros estudios con la idea materna de que tuviéramos buena educación, al menos lo que ella se imaginaba como tal, y que suponía que esa institución religiosa podia darnos.
           Yo vivía el descubrimiento vital de los 12-15 años; estaba confundido: la sexualidad y la forma de vivirla en una cultura extremadamente represiva al respecto; las relaciones interpersonales, el bullying (que todavia no recibía ese nombre ni preocupaba especialmente a nadie pero que sí producía miedo, marginación), las mentiras a los papás, el alcohol que ya se avisoraba en las vidas de muchos compañeros... todas esas cosas del mundo adolescencial que aunque yo no viviera en carne propia, eran parte del ámbito cotidiano, en el cual muchos compañeros actuaban de una forma que no encajaba con la visión religiosa de niño bueno con la que había crecido. 
          Me preocupaba y no lograba ver que a los adultos les interesara nuestra situación, excepto para quejarse de nosotros y nuestra ligereza, descuido y mala vida, alejada de Dios y la buena conducta esperada según los cánones de la moral y la religión toluqueñas. Muchas décadas después me sigue sorprendiendo que en aquel entonces yo entreveía que es posible transitar la pubertad y la adolescencia de otra manera, si uno es acompañado por un adulto que caminando con los jóvenes les ayude a ver que otra forma de vivir, más alegre y humanizante sí es posible.
          En esos predicamentos estaba cuando reapareció don Bosco, pero esta vez a través de Marcelino Champagnat, fundador de los hermanos maristas en cuyo colegio estudiaba y hoy también santo.
         Resulta que un día llegó un viejito que resultó ser el promotor vocacional de los hermanos maristas, y se presentó en nuestro salón con un fervorín que invitaba a ser heróicos y entregar nuestra vida para ayudar a otros muchachos a través de la educación. 
          Un movimiento interno se produjo, me pareció que allí estaba una respuesta: si a los adultos no les interesaban nuestras cuitas, dudas, miedos, "pecados", a mí sí y podría hacer algo si me volvía educador. Y regresó la figura potente, animadora, de Juan Bosco, a quien sí parecía haberle importado la muchachada, sus problemas y sus posibilidades en la etapa de fraguar su vida.
         Y me quedó más que claro: su biografía y la mía estaban íntimamente ligadas. Así que no aguardé más, hice todo lo que pude para "ser como él", yéndome de casa a los 13 años, incluso sin el beneplácito paterno y teniendo que pedir apoyo económico a diversas personas para afrontar los gastos que dejar el hogar suponían para pagar colegiatura, ropa y materiales didácticos.
          A pesar de encontrarme con los salesianos -tan humanos, contradictorios y decepcionantes algunos de ellos- y con mis compañeros, -tan humanos nosotros- no quedé defraudado. 
          A través de historias que nos contaban, de los materiales agiográficos de la Central Catequística Salesiana, de la literatura primero anecdótica e histórico-crítica después; de sus escritos (que leí todos los disponibles en ese entonces) y la sistematización en los estudios de salesianidad y pedagogía salesiana, a lo largo de muchos años se afianzó nuestra amistad, sellada por la vocación educativa-pastoral.

Don Bosco y yo... en el camino educativo



Acompañándolo en sus vivencias, sus reflexiones, los choros mareadores que dicen que les contaba a sus muchachos llamándolos sueños, fui construyendo la visión que hoy tengo de educación, al mismo tiempo que una familia de hermanos, hermanas y amigas que incluso a mis 57 años me acompaña: compañeros, exalumnos que hoy son mis amigos y hermanos y muy especialmente lo que llamo mis connovicios.
          Aprendí a jugármela para lograr en equipo estar presente en todo tiempo y lugar con los educandos (y muy pronto con sus formadores, pues me considero formador de formadores) proponiéndoles que es posible un desarrollo humano integral, como decimos en estos días los educadores: ser cada vez más capaces de cocrear un mundo más como Dios, que sí se puede vivir de alguna manera, por pequeña que sea, en una fraternidad que es buena nueva, que se pueden juntar sabiduría, salud y santidad; que es posible estar preparados para hacer de este mundo un mejor lugar.
            Fui entendiendo que la educación es cuestión del corazón y brota del encuentro amable, afable y cordial que suscita confianza para proponer valores como la libertad, la creatividad, la criticidad, la solidaridad fraterna, y que se logra si se aprende no solo a saber cosas, sino a practicarlas en un clima de alegría, aprendiendo del pasado para vivir esperanzadamente en el presente el futuro que deseamos.
          Al leer sus escritos, sus cartas, sus recomendaciones y algún que otro librillo, en mis tiempos de normalista afiancé el aprendizaje de mi praxis educativa en proponer procesos de acompañamiento basados en la amorevolezza, la razón, la religión que desatan los dinamismos de las personas cuando se crea un ambiente educativo en el que todo se dispone razonablemente para que las personas -si así lo deciden como opción de vida- puedan ser honestos ciudadanos y buenos cristianos (otro día me detendré en cómo eso podría ser entendido en nuestros días).
          Asumí que se gana más previniendo, dialogando, animando, que reprimiendo, castigando, culpabilizando; pues resulta mejor empreza la de prevenir que la de reprimir a aquellos que nos han sido confiados.
          Fui sabiendo que la cercanía del corazón abre la puerta al diálogo razonable a través de experiencias que promuevan una manera seria, exigente de entender el mundo a través de las ciencias y las letras y una no menos importante de habilidades para poder vivir la vida, ganarse el sustento y aportar al mundo a través de un oficio o una profesión.
           Viví (y vivo) que los pilares de todo proceso humanizante son la oración de agradecimiento, eucarística y la reconciliación con uno mismo, con los demás, con el mundo y con Dios. 
           Allí se construyen la esperanza sin la cual no hay educación posible, el reconocimiento de la dignidad personal y la del otro con quien hay que caminar conciliando, reconciliando, perdonando, amando; con el mundo para el cual nos preparamos y en el cual intentamos que las cosas sean un poco más justas, un poco más amorosas, un poco más como Dios quiere. 

Don Bosco y yo compañeros de camino con un espíritu compartido

Al paso del tiempo comprendí que al caminar con Don Bosco también conocí a Jesús, a quien centuria y media antes él también había encontrado y que nos precedía para que nuestro andar fuera seguir amistosamente al nazareno, cuyo mensaje, vida y presencia todavía hace vibrar corazones más de dos mil años después. 
           Hoy sé que el mismo Don Bosco había abrevado en las experiencias vitales y en las reflexiones escritas de las mujeres y los hombres que son figuras del humanismo cristiano de los siglos XVI al XVIII: Francisco de Sales, Felipe Neri, Ignacio de Loyola, Alfonso María de Ligorio, Teresa de Jesús, Juana María Chantal. 
          Ellas y ellos encontraron y compartieron que si las personas nos sentimos amadas y amamos y nos echamos un clavado en nuestra vida diaria, allí donde hacemos la historia, inevitablemente encontraremos las mociones, las invitaciones para vivir más como Dios quiere, sin necesidad de ser mochos, persignados, ratones de sacristía, sino protagonistas de la interacción ciudadana que construye espacios de vida digna.
          La sequela Christi como le gustaba llamarla a los salesianos viejitos que conocí, nos hacía compañeros de un espíritu que brota de una experiencia personal de un Dios amoroso que tiene especial predilección por los pobres, por los niños, por los jóvenes y que encuentra en Jesús un modelo de presencia que ha transitado los siglos en la figura del "buen pastor", que entrega la vida por las ovejas, aunque sea una sola (imagen desagradable para nuestros gustos urbanos, pero poderosísima para quien entiende el mundo como una casa común).
         El Espíritu Salesiano en el cual me reconozco y que de alguna manera articula mi vida y mis opciones personales y profesionales, está trenzado de amabilidad, de Espíritu de Familia, de alegría y optimismo, de mucho, muchísimo trabajo, de sencillez y moderación -incluso austeridad-, de disponibilidad para dar el primer paso si se trata de crear cercanía para decir a los demás compañeros de camino -pues van siendo muchísimos al paso de los años- que todo estará bien, que la gracia lleva a dimensiones impensables nuestros afanes, nuestros límites, incluso nuestros errores.
          Quienes me conocen podrán de alguna manera reconocerme en estas letras, como yo reconozco a personas que me son entrañables con quienes estoy trascendentemente vinculado en la vocación de educar en la escuela de Jesús, con la chispa de Don Bosco. 
          Y saben que ha sido muy enriquecedor sumarme a otras tradiciones educativas de otros compañeros de camino como Juan Bautista de La Salle, Ignacio de Loyola, Julia Navarrete. Es que al fin y al cabo... cuando se educa en la escuela de Jesús, todo concurre en una formación que propone Evangelio.

Don Bosco y yo: un encuentro de por vida para un caminar lleno de sentido

www.agustindelatorre.com

 
Y de repente se fueron cuarenta y cuatro años. Don Bosco y yo en el camino... un encuentro de por vida, un mutuo descubrimiento de un llamado que trascendió su natal Piamonte, su siglo XIX y que vive en mi natal México, en mi actual siglo XXI. 
           Él prometía a los suyos pan, trabajo y paraíso (los dos primeros nunca me han faltado) y resulta que al andar hermanados el camino de Jesús he podido ver los frutos de la educación que hoy llamo con muchos otros humanizante, pero también ha resultado que ando el camino con muchas personas, en muchos lugares. 
          Andar con Don Bosco y Jesús se convirtió en un andar multitudinario. Somos una pléyade de amigos, hermanos una gran familia tejida paso a paso, sin prisa, sin pausa, como la obra misma de Dios en la que amorosamente coincidimos... en el camino. Me siento contento de haber emprendido esa senda y continuar en ella.

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