José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más datos del
autor, haz click aquí
Reseña de las palabras que compartí con las graduadas de la
licenciatura en Procesos Educativos de la Universidad Iberoamericana Puebla en
2019
Me llaman la atención dos formas de mirar la realidad, lo
que está en nosotros y más allá de nosotros cada día.
En la primera miramos de bulto, casi podría decir que de grosso
modo: ante nuestros ojos desfilan las realidad que suelen llenar los
titulares y el contenido de los noticieros. Es la forma de mirar que nos
produce desasosiego porque estudiantes son secuestados y mueren, en lo micro y
lo macro hay quienes se adueñan de lo que no es suyo. Es la visión de la
violencia, la muerte, el engaño, la imposición dela fuerza sobre la debilidad,
de la falta de compasión.
En la segunda tenemos que aguzar mente y corazón, ir a lo
fino de lo que vivimos cada dia. Entonces aparecen ante nosotros muchísimas
buenas noticias: millones de mujeres y hombres cada día se levantan para llevar
a casa sustento, los hijos aprenden a cuidar de sus padres ancianos o enfermos,
los padres lidian con los problemas congénitos o sociales de sus hijos, los
vecinos se ponen de acuerdo para resolver algún problema común, las personas
que descubre que su salud se deteriora aprenden a vivir de otra forma…
Observando este mundo de la vida humana mirada finamente, se
descubre que detrás de cada buena noticia en la que mujeres y hombres de
cualquier edad crecen humanizantemente, haciendo posibles la personalización,
socialización y mundanización (una sustentable forma de relacionarse
socialmente con el mundo), hay procesos educativos: pedagógicos, andragógicos o
gerontagógicos.
Nadie nace sabiendo hacerse cargo de un enfermo terminal en la familia, o trabajar, o solucionar problemas complejos, hablar, amar, decidir… Se va aprendiendo a lo largo de la vida porque alguien que de alguna manera ha vivido y aprendido a humanizarse se pone al lado de otra persona para compartir posibilidades de humanización.
Hacernos cargo de nosotros mismos, de los demás (o nuestra
relación con ellos), del mundo y la realidad en la que estamos insertos siempre
es producto de un proceso educativo, porque la educación es el proceso del
acompañamiento del proceso por el cual vamos aprendiendo a ser nosotros, por
con y para los demás, encargándonos del mundo que nos carga mientras nos carga al
tiempo que vamos trascendiendo.
Y cuando los procesos educativos estructurados (formales o
informales) se abocan a que las personas puedan formarse para vivir humana y
humanizantemente, entonces suceden cosas que por humildes y pequeñas que sean
se convierten en buena noticia.
Las personas educadas son capaces de mirar con mente y corazón, con las entrañas, a los demás y a sí mismos; tienen una visión del mundo suficientemente amplia como para comprender cosas, hacerse preguntas, utilizar el patrimonio de concepciones que ha acuñado la humanidad para afrontar los desafíos que se le presentan en el día a día; ha formado su voluntad para salir avante haciéndose cargo de lo que toca a cada momento y son capaces de interactuar con otros de manera organizada, con amplitud de miras, dialógicamente, para acometer las tareas que se le presentan de manera conjunta, social y políticamente pertinente.
Por eso se aventuran bien (son bien-aventurados) quienes se entregan
a la educación, acompañan personas y se dejan acompañar por ellas para que la
vida humana (entendida en el más amplio e incluyente de los sentidos) s, vuelva
buena noticia y cree posibilidades para las generaciones presentes y futuras.
La educación no puede garantizar que se acabaran las malas
noticias -espectaculares o no- pero sí puede garantizar que en todos lados haya
personas competentes, conscientes, comprometidas y compasivas haciendo cosas
que observadas con humildad son buena noticia y se convierten en anuncio de que
sí hay espacio para vivir humanamente.
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