Cuidado y corrección: Socorro Romero Vargas
Hace algunos ayeres -en 2015- escuché una intervención de Fernando Fernández Font, sj, -entonces rector de la Universidad Iberoamericana Puebla. El jesuita doctor en filosofía señaló entre otras cosas que hoy una persona que haya hecho un buen proceso educativo durante sus años jóvenes debería poder ser caracterizado por cuatro “C”: compasivo, consciente, comprometido, competente. La idea es contundente e iluminadora, tanto entonces como hoy. La comento:
De lo que se trata en educación es de acompañar el proceso por el cual una persona puede hacerse cargo de ser quien está llamado a ser, acompañado por, con y para los demás encargándose del mundo que les tocó vivir para que en él haya condiciones de vida sustentablemente digna, de cara a lo que dé sentido último a su vida.
Dicho de otra forma: acompañar a alguien en el proceso de asumir la responsabilidad de convertirse en persona (personalización); de construirse en la interrelación por, con y para los demás (socialización), a fin de hacer de su tiempo y su espacio un conjunto de posibilidades para vivir dignamente de manera sustentable (mundanización, ser-en-el-mundo). Esto sucede porque un ser humano que se abre a la vida necesita el acompañamiento de alguien que lo haya precedido y le comparta herramientas para hacerse cargo de su existencia... Digamos que le pasa los "trucos para ser humano".
Entendidas así las cosas, una persona educada es la que puede establecer relaciones humanizantes consigo y con los demás, que es capaz de adaptarse al contexto social, político, económica y cultural en el cual es; que transforma su ambiente para heredar un mundo mejor que el que ha recibido.
Primera C: compasivos
Una mujer y un hombre se abren a la realidad, a sus contemporáneos no por ideas, sino por afectos y emociones: otras mujeres y otros hombres nos afectan (afectos) y provocan en nosotros reacciones que nos mueven (emociones) de una u otra forma. Es la única forma real de salir entrañablemente de nosotros mismos y encontrarnos con otros seres de carne y hueso como nosotros. Sin esta afectación emocional nos quedamos concentrados en nosotros mismos y nada nos mueve para descentrarnos, para salir, para encontrarnos. Aquí entra en juego la primera “C” de la educación, la de la Compasión.
Alguien es compasivo cuando más allá de sus ideas y razonamientos es capaz de sentir a algún otro en lo que vive concretamente: su alegría, tristeza, frustración, dolor ante los triunfos, las derrotas, lo que le hace crecer, lo que lo estanca. Muy especialmente esto es importante cuando se vive en situación de vulnerabilidad, porque padecer con otro nos mueve a intentar actuar de tal forma que sea posible encontrar alternativas para salir avante afianzados humanamente.
Por ser compasivos es que nos alegramos, nos entristecemos, nos solidarizamos con los demás. Todavía más: es en la compasión donde nace el deseo real de cambio en las condiciones que dificultan que las personas se realicen por las situaciones particulares que atraviesan o por las generales que nos condicionan a todos. Todas las transformaciones en las que nos hemos comprometido con alguien en corto o incluso en lo sociopolítico han nacido de alguna manera porque ha habido gente compasiva que se mueve para responder al desafío de que su mundo sea más humano, de que a ella y a los suyos les sucedan cosas buenas para existir humanamente.
Segunda C: conscientes
Cuando uno compadece y se compromete a actuar corre el riesgo de hacerlo sentimentalmente, al calor de la emoción y muy posiblemente a tientas y a locas. Se requiere la segunda “C”: Consciencia.
Se es consciente cuando se puede caer en cuenta inteligente y críticamente de lo que son las cosas, de las condiciones en las que los humanos se encuentran, cuando la realidad encontrada es contextualizada en sus múltiples causas y posibilidades; cuando se es capaz de afirmar lo que las cosas son, pueden ser y deben ser y eso antecede toda actuación con, por y para el otro o uno mismo y permite su evaluación.
La persona consciente se da cuenta de sí en su yo y en su nosotros (porque es por, con y para los demás), pero no de manera aislada, sino en el conjunto de sus relaciones fácticas (de las cosas que suceden), históricas, sociales, políticas, culturales.
Quien es consciente se mueve en diversos planos de acercamiento a las realidad: su funcionamiento, sus razones de ser, sus finalidades, sus contextos. Es alguien que se pregunta qué son las cosas, cuáles son sus relaciones, sus causas de origen (por qué son así) para qué son (sus finalidades), cómo funcionan. Y tratan de responder sin dejar siempre de preguntar y para ello recurren a lo que normalmente conocemos como racionalidad científica, filosófica, incluso teológica, sin dejar de poner los pies en la tierra en el más llano y cordial sentido común.
En este sentido manejamos consciencia como sinónimo de criticidad: la capacidad de dar razón de lo que se dice porque se ha entendido y porque se puede afirmar o negar lo que se dice de ello.... La persona compasiva que quiere acercarse a los demás y a su mundo para hacer algo por la vida humana, tiene mejores herramientas cuando es consciente, crítica y entiende y afirma dialógicamente lo que son las cosas y también lo que pueden ser, sus posibilidades. Ser consciente es un algo personal y social, construido en la reflexión y el diálogo.
Tercera C: Comprometidos
La consciencia para una comprensión razonable de los impulsos que suscita la compasión es importante, pero tampoco es suficiente: reclama la tercera “C”: la del Compromiso.
La persona comprometida es la que se hace cargo de la promesa que se tiene de que algo sea mejor (com-prometer), de tal suerte que actúa conforme al motivo que provocó la compasión y la inteligencia que supuso la consciencia. Se hace cargo de la situación, de las cosas, de la realidad promisoria de un presente y un futuro dignos.
La persona comprometida ha formado y dinamizado su voluntad, la capacidad de ir tras lo que se quiere, lo que se desea porque de alguna manera contribuye a la realización.
Emocionalidad sin voluntad, sin capacidad de compromiso es llamarada de petate, acción que se pierde una vez que ha cesado el primer impulso.
Consciencia sin compromiso es sabiondez, petulancia intelectual que no lleva a ningún lado, porque no sale de regocijarse en un mundo intangible e inexistente de ideas, de explicaciones que terminan perdiendo su carácter de brújula de la acción para convertirse en excusa de la inactividad.
Se trata de ser persona de carácter, como decían los abuelos para referirse a quien valora cosas que encontró experiencial y emocionalmente valiosas para su vida humana; que entendió y afirmó su sentido humanizante y que es capaz de jugársela por lo que valora, de manera firme y flexible. Firme porque vive conforme lo que le es valioso, flexible porque es capaz de discriminar en las situaciones concretas y momentos específico qué cosas contribuyen más a su realización con, por y para los demás en la construcción del mundo.
Compromiso sin consciencia y sin compasión se vuelve intolerancia, fundamentalismo, voluntarismo.
Las personas muy comprometidas que no se relacionan compasivamente con los demás los aplastan en nombre de sus valores; cuando no entienden se vuelven rígidas y son capaces de perder su vida insensatamente por algo que en una situación concreta podría no ser tan valioso, como cuando un maestro prefiere poner un no aprobado antes que asegurarse de que pueda haber más oportunidades para el aprendizaje: no ha entendido para que se evalúa y no lograr
La cuarta C: Competentes
Y así se llega a la cuarta “C”, la de las personas Competentes, que son capaces de disponer de una buena actitud y movilizar sus conocimientos y habilidades para afrontar cualquier situación problemática y convertirla en una solución realista, oportuna, constructiva, creativa, justa, solidaria, promotora de libertad y crecimiento humano.
Cuando era niño escuchaba que "Dios nos librara de los tontos con iniciativa". Yo hoy, a mis diez lustros de vida pienso que nos debe librar de los incompetentes. Cuando alguien no entiende puede repetir lo que le dicen, pero jamás logrará la autonomía para resolver problemas en diferentes situaciones, sin la presencia de su jefe, su madre o padres, su cónyuge. Pero si lo entiendo y no tiene desarrollada habilidad, tampoco podrá solucionar las situaciones problemáticas en las que se encuentre. Por último: si no tiene una actitud favorable, bien dispuesta, pues aunque entienda y sea hábil no hará nada y las cosas seguirán como están.
Formar para la humanización en un mundo complejo
Nos ha tocado vivir una realidad en la que ser humanos es difícil: alrededor del 80% de la riqueza mundial está en muy pocas manos, menos del 5% de la población del orbe. Millones de personas migran en condiciones de prácticamente total vulnerabilidad, a la merced de grupos delictivos, enfermedades y accidentes que pueden incluso matarlos. Millones de personas viven excluidos de la alfabetización gráfica y digital, siendo relegadas de cualquier posibilidad de tomar decisiones personales y políticas para ser protagonistas de su historia. No menos carecen de acceso a la salud, la vivienda con privacidad, la procuración de justicia. La lista puede continuar.
En un mundo así, la existencia de mujeres y hombres compasivos, conscientes, comprometidos y competentes es totalmente pertinente. Que los haya no es una cuestión de promedios escolares, cuadros de honor y conocimientos que no pueden ser relacionados hábilmente con la realidad porque no se puede o porque no se tiene una actitud solidaria, fraterna, justa, incluyente, veraz, libre.
Su existencia es fruto de procesos formativos cuya finalidad sea el crecimiento integral de las personas comprometidas con su mundo. Los educadores que son mujeres y hombres de las cuatro C pueden diseñar los procesos pedagógicos en los cuales acompañarán a sus discípulos a descubrirse compasivos, conscientes, comprometidos y competentes y asuman las herramientas que como seres humanos tienen para construirse así, cabalmente humanos, integralmente personas.
Se trata de una educación para la acción, para la vida y no solo para las olimpiadas de conocimientos, para sacar buenas calificaciones y mantener altos promerdios o para el mero tránsito de un plan de estudios al del siguiente nivel escolar.
De eso se trata, en última instancia, lo que llamamos formación para la ciudadanía. Cada persona viven inmersa en un mundo al que tiene que responder en una acción social y política en la que ejerce influencia, trata de sumar personas, contrarrestar posturas, proponer soluciones y formas de organizarse para llegar a ellas. Y todo ello será posible en la medida en que la educación haya preparado para ello (puedes leer https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2009/06/el-reto-de-fondo-formar-la-ciudadania.html)
Que este mundo sea humano, humanizante, que en él haya espacio para la justicia, la creatividad, la fraternidad, requiere ciudadanos autónomos, críticos, dialogantes, comprometidos con los valores, en especial los éticos, competentes para resolver los mil y un desafíos que existen en los asuntos que nos atañen a todos y que no se resuelven por arte de magia.
Apostar a la formación integral como la que hemos comentado en este texto es abonar a la formación de ciudadanos que estén en condiciones de asumir relacionalmente (consigo, con los demás, con el mundo) el papel que les corresponde en la historia, en su aquí y ahora y en las posibilidades de futuro con las que cuentan para que la familia, la colonia, las instituciones y organizaciones, la ciudad, el país, la región sean cada vez más un mundo mejor que como nos fue entregado.
Las cuatro C son referentes claros para evaluar toda acción educativa pertinente, de gestión pública o privada, escolar o familiar.
Formar mujeres y hombres de las cuatro C es el desafío real que hoy enfrentan los educadores y los educandos: los primeros como creadores de condiciones para la formación; los segundos como artífices del ser humano que están llamados a ser con, por y para los demás en el mundo y abiertos a un sentido de vida que trascienda la inmediatez de lo efímero.
Publicado en Síntesis, Tlaxcala, el 16 de abril de 2015, en la columna Palabras que humanizan. Actualizada el 28 de junio de 2020.
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