Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

lunes, 15 de febrero de 2021

Las cosas no son siempre como se las piensa... O ¿de qué podemos estar seguros?

 Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Cuidado y corrección: Socorro Romero Vargas

La versión original fue publicada en Síntesis Tlaxcala, el 22 de febrero de 2013. Última revisión: 17 de febrero de 2021.


Suele pasar

Un grupo de alumnos conversaba entre sí: “sí, debe ser ella la que tenga tu celular, porque fíjate cómo ella…” y daban argumentos basado en conductas y actitudes y sospechas. Quien de entre ellos se había quedado sin el dispositivo electrónico se envalentonó y confrontó a la referida  por sus amigos tildándola de ladrona, lo cual desató una confrontación grupal basada en meros sentires y pensares, muy coherentes, pero sin evidencia alguna de la sustracción del teléfono por parte de ninguno de los involucrados.
      Pasado el primer impacto los alumnos que participaron en la reunión -de la cual salió una acusada- señalaban que era lógico pensar que la compañera se había robado el artículo desaparecido y para ellos fue muy fácil afirmarlo sin más. Su postura podría resumirse así: si se puede pensar, deberá existir tal cual lo pensamos en la realidad.
      Ser y pensar son lo mismo… pareciera que así es; pero no. Tener claro esto permite vivir la propia existencia de manera menos ingenua y, como en el caso señalado, cometer menos injusticias de las que ya por sí generamos tan solo por ser humanos.

Los problemas innecesarios de la seguridad errónea

Muchos conflictos que terminan convirtiéndose en situaciones perjudiciales que parecen no tener solución son debidos a que las partes involucradas actúan frente a un hecho a partir de sus certezas y no de lo que son las cosas o de lo que ha acontecido.
          Me ha tocado atestiguar discusiones en las que las personas sienten que entre más se expresen con convicción mejor será su argumento y que el interlocutor deberá rendirse ante su dicho. En el mejor de los casos ese intercambio de palabras -que no diálogo- terminará en risa cuando los involucrados descubran que han estado hablando de cosas diferentes o que incluso hasta han olvidado lo que originó la disputa, perdidos en un mar de afirmaciones que nacieron en sus certezas, que resultaron falsas y a veces hasta ridículas una vez confirmada la verdad.
          En el peor de los casos eso puede terminar mal, muy mal, como en el paso a la violencia física o a distanciamientos que por pura voluntad terminan volviéndose alejamientos en los que la reconciliación se vuelve imposible.


Distinguir, ayuda

Las personas solemos hacer dos operaciones que van juntas pero que no son lo mismo: por una parte emitimos juicios sobre las cosas y por otra construimos una seguridad personal a partir de lo que hemos visto, olido, gustado, tocado, oído o pensado. 
        Necesitamos estar seguros de las cosas para podernos relacionar con ellas sin temor, pues de otra forma nos quedaríamos inmóviles: nadie pisaría el pavimento si no estuviera seguro de que es sólido, ni se aventaría un clavado en el agua si no estuviera seguro que es líquida. A este asentimiento sin temor a la equivocación se le denomina técnicamente certeza. Filósofos como Roger Verneaux nos diría que es el mayor grado de asentimiento sobre los juicios que hacemos.
       El problema de la certeza es que se puede estar seguro de cosas que no son reales, como cuando alguien muerde una fruta artificial pensando que es tal y resulta no ser más
que una figura de cera realista; o cuando suponemos que alguien se robó el celular y resulta que fue otra persona. 
         Las certezas -para ser ciertas, para darnos seguridad- no necesitan ser verdaderas. Basta que una persona quiera estar segura de algo que dice, para que lo convierta en certeza. Por ello hay certezas verdaderas y certezas erróneas.
          Como se ve, aunque en el lenguaje coloquial cierto y verdadero son utilizados como sinónimos, son cosas diferentes, pero no deberían ser independientes, sino interdependientes, correlacionales. Una verdad ante la cual no logramos estar seguros, se vuelve irrelevante para la existencia cotidiana; lo cierto sin lo verdadero se vuelve fideísmo, la fe ciega de quien afirma, verbigracia, que la pareja va a cambiar y dejar las adicciones, la mentira, la irresponsabilidad porque se la ama.
         Muchas personas conocemos a alguien que estaba seguro de situaciones como la del ejemplo, y que al cabo de los años topó con pared, con el desgarrador dolor sentirse incluso tonto cuando quedó  expuesto ante una verdad cuya realidad siempre estuvo allí, pero que no podía ver, instalado como estaba en sus certezas.

Fundamentar las certezas



Por ello se hace necesario confrontar las certezas con la realidad de lo que se piensa, que simple y llanamente significa hacer crítica. Ser crítico no significa ser quejumbroso, sino analizar detenidamente lo que se dice, en busca de que sea lo más real posible; buscar que el pensar se corresponda con el ser.
          Hace unos años edité un texto que escribió Xavier Cacho, un erudito jesuita, que invitaba a los estudiantes a formarse en la criticidad que no es aprendizaje memorístico, sino la labor cotidiana de pensar las cosas, de buscar que los propios juicios sean verdaderos. Él distinguía dos criticidades: la exterior y la interior. 
          La criticidad exterior es la que hemos descrito. La criticidad interior es revisar si ante una situación juzgada uno ha estado atento a los datos; si uno ha entendido de qué está hablando; si se puede afirmar sin lugar a dudas. Quien hace crítica de su propio acto de criticidad y es humilde, podrá reafirmar sus dichos; podrá revisarlos y corregirlos e incluso podrá detenerse un momento, movido por una sana duda, esa que lleva a seguir buscando.
       En una escuela, por ejemplo, es típico que alguien diga que sus resultados son debidos a que el profesor “lo trae de encargo”, porque en la cabeza del estudiante es muy claro que si se esforzó merece una buena calificación. Pero puede suceder –y de hecho sucede- que hay alumnos que se esfuerzan mucho, pero entregan algo que no fue pedido o que fue pedido de otra manera. La realidad es que si la calificación responde a lo pedido no responde a que el profesor tenga mala actitud hacia su discípulo, esté este seguro o no de otra cosa.
        Los seres humanos necesitamos una y otra vez revisar nuestras certezas, buscar evidencias de las cosas de las que hablamos, en especial de aquellas que no tenemos suficiente claridad; todavía más: necesitamos aprender a callar cuando es necesario porque no tenemos qué sostenga nuestras afirmaciones o negaciones (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2020/07/sabiduria-de-los-escepticos-para.html). Entender que las cosas no siempre son como se las piensa y cómo actuar a partir de ello nos evitaría problemas innecesario; porque los necesarios, pues son inevitables.