Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

CONSTRUIR LA ESPERANZA... reflexiones desde la necesidad de educar con calidad

Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor, haz click aquí

Sin esperanza, nuestra vida se paraliza

En el transcurrir de la existencia hay momentos en que el panorama se ve oscuro, que parece que no hay salida. La enfermedad, el fracaso, el peso de las experiencias que hemos vivido; las crisis sociales, económicas, políticas, las rupturas en las relaciones interpersonales; los cataclismos y los múltiples fenómenos naturales, nos crean la sensación de que el futuro se cierra, de que deja de haber espacio para la vida, de que se cierran y se extingue cualquier posibilidad para seguir adelante en la vida.
          En esas situaciones la esperanza irrumpe ante nosotros como una certeza, una seguridad existencial: la de que el futuro como espacio para la vida personal o para el mundo en su conjunto, es humanizantemente posible. 
          Erich Fromm, en su Revolución de la esperanza expone atinadamente que esta dinamis (potencia, fuerza) es la que nos permite avanzar la vida, seguir a pesar de todo. Ser esperanzados (y no digo tener esperanza, como si fuera algo externo a nosotros) es fundamental para vivir. 
          ¿Cómo construirnos esperanzados? En la apertura a la vida... En la lectura con el corazón y la mente de lo que ha pasado, de lo que sucede. Digamos que hay que escudriñar, zambullirse en lo vivido por nosotros y por los demás para encontrar cómo, a pesar de los pesares, no obstante lo oscuro que parezca la vida y lo rodeados que se haya estado por los signos de muerte, se han terminado abriendo los espacios para la vida.

¿Construir la esperanza desde una visión mágica o desde lo que siempre se ha dicho?

Desde siempre las personas tratamos de entender las cosas, lo que son, sus posibilidades. Y nos formamos una visión de la realidad, de la vida, de las cosas que nos dan sentido.
         Llamamos pensamiento mágico a una forma de interrelación con la realidad, con los sucesos en la que recurrimos a factores que suponemos que actúan sobre las cosas y lo que pasa para que al final todo nos acontezca favorablemente. Conjuramos -con rituales la mayor parte de las veces- a seres o fuerzas para que operen o intercedan por nosotros allí, cuando nosotros sentimos o pensamos que no podremos salir avantes.
         Puede haber en eso de construir esperanza mucho de magia. Conozco muchas personas que sintieron que se cerraba su mundo cuando sus padres se divorciaban o uno de ellos estaba agonizando y oraron o ritualizaron para que no ocurriera el desenlace que se entreveía y que de todos modos terminó ocurriendo. La magia no funcionó con un fuerte saldo de frustración y desesperanza.
          De manera fideísta creyeron que las cosas futuras serían para bien como las consideraban y esperaban y pagaron un fuerte precio de desengaño o incluso se instalaron en la negación de la realidad, con el consecuente pesimismo. En la obra anteriormente referida Fromm señala que las personas indigentes, abandonadas de sí, han perdido la esperanza, se han sentido traicionadas por los suyos y por el destino y dejaron de lado su subjetividad... se volvieron una cosa más, dejada al vaivén de lo demás y los demás.
         No estoy señalando que no haya fe, creencia, en la esperanza, pero sí que cuando se deja de lado la razonabilidad puede tener un saldo deshumanizante en la apuesta por lo humanizante.
         Igual de riesgoso resulta abordar el futuro solo por lo que siempre se nos ha dicho: si haces esto, si te comportas de tal manera, si sigues tal moral, todo saldrá bien... y es que no siempre lo que pasa de generación en generación termina teniendo bases reales. Como cuando te dicen: si te casas de determinada manera, cuando te comportas como este tipo de esposo o esposa, cuando trabajas como hemos trabajado, todo saldrá bien... Y resulta que aunque se siguió lo dicho la familia no prosperó, o los hijos tomaron diferentes decisiones... 
         La fe, la experiencia de humanidad acumulada pueden ser buenos apoyos, pero tal vez no los únicos.

La criticidad también abona cuando de esperanza se trata

El pensamiento crítico es el que mira la realidad por sus causas, por lo que es y lo que puede ser y no solo por lo que se desea que sea, por lo que se ha dicho que sea. Es el que sentipensantemente analiza, examina, entiende, verifica la realidad de lo pensado, integra lo afectivo en lo valorado.
          Si entendemos lo que las cosas son, lo que las cosas pueden ser y de alguna manera también lo que no son y lo que es difícil que lleguen a ser, podemos relacionarnos con ellas de manera más agradecida, más asertiva, con una creencia razonable, que no es como juego de lotería. 
         En un mundo complejo como el que nos ha tocado vivir, la formación de una visión realista de las cosas (insisto, lo realista tiene que ver con la comprensión de lo que las cosas son y con lo que pueden ser) ayuda a tener una esperanza más humilde, pero también robusta y menos desengañante. 
         Porque la criticidad no es un conjunto de conocimientos que se tiene, sino una forma de mantenerse abierto a lo que hemos visto de las cosas y a lo que todavía podemos encontrar de ellas, es poder dar significados por lo que imaginamos, deseamos o queremos (que sí influye), y también por lo que son y por su dinamismo...

¿La calidad educativa tiene que ver con la esperanza?

La formación académica y la exigencia deseable que conlleva suele provocar reacciones contradictorias. 
    Por una parte hay quienes le ponen todas las cruces, basados en que en su nombre se ha minimizado la educación hasta volverla un asunto memorístico, de calificaciones, promedios, cuadros de honor y menciones honoríficas. Esta visión reduccionista ha terminado dejando fuera dimensiones igualmente importantes de la educación de los seres humanos: la formación del carácter y la voluntad, la educación física de a deveras, el aprendizaje del manejo emocional, de la convivencia pacífica y la preparación para la vida.
    Por otra parte, la calidad académica tiene sus apóstoles, quienes señalan que sin ella la escuelas caen en anarquía, consentimiento de los estudiantes, formación de personas sin estructura mental definida. 

Ni tanto que queme al santo...

El asunto no es vanal. Creo que en alguna forma ambas partes tienen razón. Academia sin formación integral no es sino instrucción y la historia nos ha mostrado su insuficiencia. Escuela sin Academia es ludoteca.
    La formación académica es importante para la vida, siempre y cuando se entienda que no es un fin en sí misma, sino un medio a través del cual se acompaña al estudiante para que pueda realizar su existencia en un mundo complejo.
          Entiendo por formación académica el acompañamiento de los aprendizajes que permiten a los estudiantes entender la realidad en su complejidad y problematicidad y desarrollar las habilidades para hacerles frente, para poderse encargar de todo aquello que impide en lo personal, lo social, lo ambiental las posibilidades de que la vida se dé con dignidad.
          En esta perspectiva las matemáticas tienen como razón de ser que las personas podamos concebir las cantidades y las extensiones de tal manera que podamos ser proactivos y no meramente reactivos en el manejo de nuestras finanzas, en el diseño de espacios habitables, en la capacidad de matematizar el uso de las sustancias químicas en dosis calculadas adecuadamente para cumplir su función médica.
          El conocimiento de las ciencias naturales nos permite reconocernos seres físicos, organismos vivos inmersos en un mundo lleno de vida e interactuar con la vida no solo a partir de los mitos que hemos escuchado toda la vida o de suposiciones mágicas en las cuales el mero cumplimiento de rituales nos permitiría conjurar los males que nos acechan.
          Las ciencias sociales nos dan una perspectiva comparativa de las sociedades, nos ayudan a ensanchar la visión de los fenómenos culturales y cómo nos conforman y los conformamos; nos ayudan a entender el tiempo como un diálogo entre las determinaciones naturales, socio-culturales y las posibilidades de la libertad humana.
          En fin, que las personas bien formadas tienen posibilidades de interacción con la realidad  con procesos en los que pueden ser artífices y no meros espectadores de su vida y de la vida a su alrededor.
          Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. La "calidad académica" entendida como exigencia de contenidos e incluso actividades, como fin en sí misma no es necesariamente pertinente ni relevante para un mundo en el que vivir dignamente sea posible; su ausencia augura demasiada pérdida de tiempo e inversión de recursos para afrontar los desafíos humanizantes que se presentan a las personas en toda época. 
          Formación académica como sinónimo de compartir con seriedad el patrimonio de explicaciones, de formas de interactuar con la realidad, de habilidades y actitudes humanizantes es una de las bases para ser protagonistas de lo realmente posible en la vida personal, social, ambiental. Y por lo tanto de la construcción de la esperanza.

La esperanzadora buena-aventura de la formación integral

La formación integral de las personas -la calidad educativa- es una buena apuesta en un mundo desesperanzado, pesimista, en el que impera, porque da herramientas para saber más allá del voluntarismo y la magia, que el futuro humano es posible y todavía más... Para realizar más asertiva y adecuadamente la labor que nos toca para vivir con un mínimo de dignidad humana, ese que sí está a nuestro alcance si podemos atender, entender, juzgar, valorar, decidir y actuar en un proceso de diálogo con nosotros mismos, los demás y el mundo, el cual -aunque sea en la humildad de lo pequeño- podemos vivirlo como un hogar donde lo humano y humanizante es de alguna manera posible y eso nutre nuestra esperanza.
          Es la buena aventura (la bienaventuranza) de compartirnos unos a otros con afectos, entendimiento, voluntad que la causa de lo humano sigue siendo buena causa y que seguro que tendrá buen puerto.

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