Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

jueves, 7 de abril de 2022

¡Habrá que creer! ¡Sí!, pero... no cualquier cosa

Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí



En mis ayeres de mayor cercanía con el canto nuevo, también conocido como trova, sonaba una canción de 1993, que para mi alegría todavía se oye y se canta: Habrá que creer, de Alejandro Filio.
           En ella el cantautor cuenta del proceso en el que se va perdiendo la fe en el cielo, en el ratón de los dientes, Santa Claus; las creencias de las infancias; también en los amores de la juventud, la patria, los ideales políticos que sostienen la juventud.
           Y ante tal descreimiento viene la exclamación: ¡Habrá que creer, habrá que creer, en Cristo en la Paz o en Fidel! ¡Habrá que creer, habrá que creer! En algo o en alguien... tal vez...
           Y expresiones muy parecidas se escuchan por doquier: "es que tenemos que creer en algo"... "No se puede vivir sin creer en algo". Y con ello sentenciamos lo que parece obvio mientras a nuestro alrededor se asiente con la sabiduría que muestran las frases espectaculares, como esas que rezan "que no hay que juzgar a los demás", o "para estar bien con los demás primero hay que estar bien con uno mismo" y que requieren mayor atención, para saber con claridad si no estamos hablando nada más por hablar o porque todos hablan así.
           En el caso que nos ocupa, al decir "hay que creer en algo o en alguien, pero hay que creer" podemos estar legitimando cualquier cosa y eso, no necesariamente resulta siempre suficientemente humanizante y puede llegar a ser cuando menos arriesgado.

Vivir descreidos... no es vida

Las personas necesitamos creer. Es tan necesario en la vida como alimentarse, como relacionarse con los demás; es básico.
           Pero como en todo, conviene explicarnos. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de creer? (este mecanismo lo explico con más detenemiento en el texto Las cosas no son siempre como se las piensa... O ¿de qué podemos estar seguros?)
            La creencia o acto de fe es la afirmación con seguridad de un juicio del cual no tenemos total claridad. Por ejemplo: nos preguntan que dónde está nuestra mamá y contestamos por acto de fe: "está en misa" y lo decimos porque es domingo, a las 7 y media de la noche, cuando ella suele estar en la iglesia y como no la vemos en casa creemos que está en misa, pero en realidad no tenemos evidencia; no es muy claro que realmente esté allí.
           No creemos que dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno constituyen una molécula de agua; como tampoco que sentimos dolor después un golpe que nos hemos dado. Cuando el objeto de nuestro conocimiento es muy claro, es la misma claridad del objeto la que nos hace estar seguros.
           Señalar que las personas tenemos que creer no es una creencia, porque es muy claro que ante muchísimas situaciones tenemos que pronunciarnos sin tener toda la claridad: creemos que estudiar algo nos va a resultar útil u oportuno; creemos que la persona con la que nos emparejamos es la indicada; creemos que alguien es nuestro amigo.
           Y en ese sentido es que podemos decir sin necesidad de creerlo, porque es tan claro que estamos seguros: ¡habrá que creer! Porque no hay vida humana sin creencia...


Creencia sí; credulidad, no

En esto de la creencia hay un pero enorme que hay que tomar en cuenta, so riesgo incluso de colocarnos en vulnerabilidades y peligros innecesarios, pero posibles.
          Una vez más hay que explicarnos: el asunto de la creencia es que viene de la voluntad, esa potencia que tenemos de querer o aborrecer algo, de admitirlo o rehuirlo, como la define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
            ¿Que cómo es eso? Simple: estoy seguro de algo, porque quiero estar seguro de ello. Hay quien tiene frente a sí todos los datos de la infidelidad de su pareja y aun así afirma su fidelidad... y caso contrario, también. 
           Cuando era director de bachillerato una persona me reclamó que yo le había dicho a su vástago que era basura. Dado que yo no tenía en la memoria el asunto, de la mayor gravedad de ser verdadero, llamamos a la estudiante y le pedí que nos platicara lo que había pasado. Resultó que ella estaba sentada en el piso cuando yo pasé y dije "no tiren basura en el piso" y ella había entendido que le decía a ella basura. Cuando terminamos de aclarar el asunto con otros estudiantes que había estado presentes, resultó que había unos papeles tirados en el mismo corredor ante cuya presencia yo había expresado el dicho. 
            La señora se apenó (no mucho, en realidad; bueno, eso creo) y dijo que ella no sabía eso. Afirmó sin saber porque quiso afirmar con seguridad
            Y allí está el peligro: ¡se puede creer cualquier cosa que se quiera creer! Pero las afirmaciones que nos sirven para vivir son las que vienen de la realidad, son las que son verdaderas, no necesariamente aquellas de las que queremos estar seguros. Solo por decirlo: si yo estoy seguro que tengo super poderes y que puedo volar sin dañarme al saltar del quinto piso del edificio, no por estar seguro quiere decir que podré hacerlo... Y esa será una creencia que mate.
          Retomando algo señalado previamente: la creencia nace porque no hay total claridad en aquello que afirmamos. Pero eso no quiere decir que no podamos esclarecerlo, darle la mayor razonabilidad mostrando y demostrando de qué se trata. Tratar de entender cómo contribuye a que seamos mejores personas, a que tengamos mejor relación con los demás, a que demos una respuesta más factible frente a un problema que nos presenta la realidad.
           Inquirir, dialogar, evidenciar, tratar de tener la mayor claridad posible para dar fundamento a lo que se cree de uno mismo, de los demás, de los valores culturalmente aceptados... 
           Creer: sí, pero no cualquier cosa. De entrada no aquello de lo que no tenemos la menor evidencia (en ese caso hay que suspender el juicio, o al menos dudar de lo que decimos), porque nos la estamos jugando y podemos de alguna manera frustrar posibilidades de realización por, con y para los demás; de encargarnos de los desafíos del mundo.


Creer -y no creer-, es la cuestión

Los antiguos filósofos helénicos escépticos nos advierten de la importancia de relacionarnos con nuestras creencias con humildad (De lo que no se puede hablar es mejor no hablar: sabiduría de los escépticos para tiempos de incertidumbre). Recordar que puede haber creencias falsas, erróneas y las consecuencias que ellas tienen a lo largo de nuestra historia y las que han tenido a lo largo de la de la humanidad siempre es buena ayuda. Suspender los juicios ante creencias de las que no tenemos el mínimo referente real, nos acerca a la imperturbilidad, condición para vivir bien a la mejor, para repensar lo que nos afecta y nos mueve, aquello que mueve nuestra exsitencia
           Fundamentar creencias, actos de fe razonables -incluso con márgenes de poca claridad- es una tarea que bien vale la pena, máxime cuando se trata de lo que merece ser creído para trascender cuando aparecen los límites como el dolor, la enfermedad, la frustración de las expectativas no cumplidas, la muerte. 
            Cimentar nuestros actos de fe en los niveles éticos y religiosos condiciones de posibilidad para una mejor relación con uno mismo, con los demás, para encargarse del mundo... Y más todavía, nos permite comunicar a nuestros sucesores lo que hemos encontrado humanizante para la labor que ellos tendrán de realizar la existencia, de humanizar su realidad, les permitirá sumarse a esa labor de buscar claridad para ser, para actuar, para ser responsables del mundo.
            Creer, sí, pero no cualquier cosa ni a cualquier precio; creer sin credulidad... Ni en lo ético, ni en lo religioso, ni en lo político o cultural. Y de ello, cada uno de nosotros ha de volverse responsable, porque no vale el simple "así ha sido", "es lo que todos dicen", "es que yo pensé..."

         
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