José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Este texto apareció en una primera versión en Liderazgo para la vida, No. 2, en mayo del 24. Es un newsletter producido y difundido por Raúl Arturo Sánchez Vaca... A él le agradezco la provocación para escribirlo.
Hace algunos días mi amigo Raúl Arturo Sánchez Vaca me pidió que escribiera un texto sobre la formación del carácter. Después de pensarlo un poco, puse manos a la obra.
Así, en estas líneas
te comparto mi reflexión sobre esta dimensión de la educación formal, informal,
no formal que es infaltable si se quiere acompañar a las personas a ser lo
mejor que puedan ser; si se desea que los ciudadanos seamos
corresponsables de que este mundo sea mejor y que en el mundo del trabajo las
personas puedan aportar realmente a sus equipos y, en última, a la misión que
los convoca.
¿Qué es eso del carácter?
Vayamos al principio… Las mujeres y los hombres, para vivir, para construirnos personas (porque cuando nacemos lo único seguro es que está toda la vida por vivirla, todo está por ser excepto nuestra innata dignidad y derecho a ser humanos) necesitamos descubrir cosas que nos humanicen; esto es, que respondan a nuestras necesidades, superficiales y profundas, porque somos seres que carecemos de mucho y deseamos lo que remedia nuestra carencia.
Así deseamos el
agua porque necesitamos hidratación; deseamos abrigo, porque necesitamos
protegernos del clima y el tiempo; deseamos dormir, porque necesitamos
descanso.
Cuando
descubrimos algo que responde a nuestras necesidades, le otorgamos un valor, lo
valoramos, lo consideramos valioso. Y es lo que valoramos lo que nos mueve para
vivir: valoramos el agua y la buscamos; valoramos la amistad y la cultivamos;
valoramos la verdad y tratamos de hacer coincidir lo que pensamos con lo que
son las cosas realmente. Y es más valioso entre más colabora a que seamos más, por con y para los demás,
encargándonos de construir un mundo un poco más humano.
En El hombre: un misterio, Ítalo Gastaldi, un educador salesiano, escribió que un valor es aquello que me saca de mi indiferencia existencial porque porta algo que contribuye a mi realización personal. Lo valorado nos afecta, nos mueve, pero también nos desafía a entender, a pensar, a reflexionar. Pone en juego todo lo que somos para que podamos ser lo que estamos invitados a ser.
Valoramos situaciones y cosas de distintos niveles: físicas, emocionales, sociales, intelectuales, artísticas, económicas, políticas, culturales, éticas, religiosas.
Una persona de
“carácter” es aquella que es capaz de vivir conforme a lo que ha descubierto
valioso, porque contribuye a su realización integral (no excluye a los demás ni al mundo). Porque si algo es valioso para nosotros, pero no nos acercamos a ello,
no lo buscamos, no lo hacemos nuestro, en el fondo no nos ayuda a ser humanos.
Si yo valoro la amistad, pero no hago nada por cultivarla, por ser amigo, por
aceptar la amistad que me brindan, nada pasa en mi vida y se pierde la
posibilidad humanizante que nos da esto valorado; es decir, la amistad.
Podemos decir lo
mismo del estudio, de la nutrición, de la salud visual, o del páncreas, o de
resolver un problema que tenemos entre vecinos; de crear un ambiente
constructivo de trabajo… Todas cosas que pueden remediar algunas de nuestras
necesidad, que nos permiten ser personas, pero que si no nos movemos hacia
ellas, nos quedaremos tal cual, carentes, necesitados, incompletos.
Cuando las personas somos capaces de vivir conforme a lo que valoramos, eso nos da identidad, nos conforma y nos da un talante personal, único, irrepetible. Existir así es el producto de un proceso de descubrimiento de las cosas que nos realizan, de otorgarles valor, pero también de aprender a priorizarlas en las situaciones de vida en las que nos encontremos, porque hemos entendido y podemos razonar qué contribuye más a nuestra realización integral en un momento específico y entonces, actuamos en consecuencia.
Formar el carácter
La formación del carácter es un proceso de acompañamiento para que las mujeres y los hombres descubramos cosas valiosas para vivir humanamente; para que aprendamos a hacerlas parte de nuestra vida, a interactuar con ellas… Hasta que se vuelvan parte de nuestros hábitos; es decir, de nuestras prácticas diarias y también hasta ser capaces de priorizar unas cosas valoradas sobre otras, dependiendo de la situación en la que nos encontremos.
Se trata de una formación que se obtiene en la acción (que alguien te explique cómo funciona -como este texto- y que tú lo repitas en un examen, no significa que puedas integrarlo en tu vida) y la repetición por medio de la cual se vuelve totalmente parte de nosotros eso de descubrir lo valioso, decidir actuar conforme a lo valioso, situarlo en nuestras prioridades según las circunstancias en las que nos movemos.
La formación del carácter nos ayuda a vivir conforme lo que valoramos, a vivir nuestros valores. La falta de esta formación produce gente en la que del dicho al hecho es enorme el trecho…
Las personas sin carácter quedan reducida a la liquidez, a la carencia de forma propia. Hablan de cosas valiosas, pero que no pueden vivir con ellas y conforme a ellas. Por ejemplo, la persona formada en el carácter que valora la lealtad, será leal; la que no, en algún momento terminará abandonando los compromisos y las acciones que ser leal requiere.
Nunca es tarde para formar nuestro carácter, aunque el tiempo de la formación inicial escolarizada o en movimientos de educación formal puede ser muy valioso en la educación integral de la persona, que toma en cuenta todas la dimensiones de la existencia, una de las cuales esta que hablamos.
De
hecho, los equipos de trabajo, las familias, los espacios sociales pueden ser
excelentes ámbitos de formación del carácter, en la medida que sean lugares y
espacios sociales en los que se propongan valores y se creen las condiciones
para que los miembros de los grupos puedan intentar una y otra vez ser
congruentes ente lo que viven y lo que han descubierto valioso. En los que se hable de los resultados de nuestras acciones, de la relación entre lo que hacemos y lo que hemos descubierto que vale la pena para humanizarnos.