José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí.
He sufrido vértigo de diferentes maneras, esa nada grata sensación de mareo e inestabilidad que hace sentir que uno se va a caer. El vértigo por altura es horrible.
Recuerdo una ocasión, que subí al monumento de la Revolución, en la ciudad de México: conforme ascendíamos comencé todo comenzó a moverse, sentía una contracción en el estómago y cosquilleo por toda la parte media del cuerpo y comencé a experimentar ansiedad. Quería acabar lo más rápido con ese suplicio, replegarme junto a las paredes para sentirme más seguro, menos expuesto. De alguna manera eso palió mi malestar, pero no fue la solución.
Cuando regresé al nivel de piso (planta baja) y pude volver a poner todo en perspectiva, todo cobró un nuevo rostro, dando pie -incluso- a la risa.
Hace unos cuantos días leí en el Facebook de mi hermano Francisco un texto publicado por un excompañero suyo en la licenciatura de ingeniería mecánica. En el escrito de su blog (Teorías de la conspiración, que te recomiendo por su contenido y el buen estilo de su autor) Luis Iturriaga discurre sobre la escapatoria fácil que son en última instancia las teorías conspirativas, que pertenecen a los sesgos cognitivos con los que los seres humanos afrontamos de manera fácil, simple -simplona o simplista- las cosas que no entendemos, que nos producen vértigo nomás de pensarlas en su complejidad o en su mediatez (o sea, que necesitamos utilizar algunos medios lógicos para explicarlas de mejor manera).
Y es que cuando tratamos de explicar cosas que desbordan nuestros conocimientos cotidianos, que cuestionan nuestro sistema de creencias sentimos "mareos y que nos vamos a caer", una experiencia de vértigo mental. Las cosas inciertas nos producen inseguridad y muchas veces ansiedad: no nos permiten vivir en paz respecto de lo que no entendemos.
En lugar de allegarnos con más paciencia mejor información, echamos manos de explicaciones que en un primer momento nos parecen lógicas sin siquiera preocuparnos de si pasarían la prueba de los hechos reales.
Recuerdo a una señora, cuyo marido brillante -al menos así lo veían ella y personas cercanas a esa pareja- había sido despedido de manera inesperada de la empresa en la que el señor tenía un buen puesto. La consorte contaba a todo mundo que lo que pasaba es que le habían hecho política a su esposo, y contaba una trama de intrigas que le daban un carácter espectacular y martirial a esa situación.
No recuerdo que una sola vez ella haya hecho alusión a en qué consistía el trabajo que debía realizar su cónyuge, ni cómo había sido evaluado, ni si su contratación era permanente o por proyecto. Tampoco si habían cambiado las condiciones internas o externas del trabajo.
Desde lo que hoy entiendo, ella tomó el elemento que más podría entender -la interacción política en las relaciones humanas- y lo magnificó para tener una explicación de las cosas que la dejara satisfecha, aun cuando aborreciera el resultado final. Todo solucionado.
Luis Iturriaga en su texto llama la atención desde su experiencia como administrador y consultor: no hay que adelantar argumentos ni hacer conjeturas hasta que tengamos la mejor información disponible, basada en los hechos y no solo en las percepciones o las suposiciones.
Un día amanecí con vértigo. Hablé con una amiga mía, médica especialista en oído, me sugirió tomar difenidol, pero sobre todo observarme, porque una primera y sencilla hipótesis es que eso podría tener un origen postural, pero cabía una posibilidad de que fuera algo diferente. El Difenidol contendría las manifestaciones, pero lo importante sería el origen.
La superstición puede ser un placebo que nos haga sentir menos desafortunados, acongojados, intranquilos: la simulación perfecta del medicamento que nos cure. Pero no necesariamente nos lleva a la raíz de lo que queremos entender. La criticidad, la búsqueda de lo razonable, el uso de métodos lógicos nos pueden acercar más a lo que realmente sucede y con ello estaremos en condiciones de interactuar con los demás y la realidad de una manera más asertiva (te recomiendo: Las cosas no siempre son como se las piensa: ¿de qué podemos estar seguros?.
Educarnos personal y comunitariamente para afrontar el vértigo de la incertidumbre, convivir con las cosas que no entendemos y nos asustan, nos marean, nos provocan ansiedad; aprender a darnos tiempo y espacio para formular los datos, acopiar la información que nos permitan comprender mejor ante qué realidad debemos responder, de qué debemos hacernos cargo es una buena apuesta. Después de todo, con explicaciones falsas -aunque sean espectaculares como las teorías de conspiración- lo que va de por medio es, incluso, la viabilidad de nuestra vida misma, la posibilidad de abrirnos paso para responder más acertadamente a los desafíos de nuestro día a día, de la época en la que hemos de responder a nuestro llamado humanizante.
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