En los inicios del 2009 -¡hace diez años ya!- leí en un artículo de El Universal algo que hasta ahora llama poderosamente mi atención, por la enorme profundidad que tiene a efectos de repensar la forma en la que los humanos afrontamos nuestra cotidianidad como ciudadanos, como padres y muchos de quienes leerán esto, como educadores: el origen griego de la palabra idiota, que usualmente utilizamos como insulto refiriéndonos al corto entendimiento que puede tener alguien (o que queremos utilizar como argumento para sobajarlo).
Y si la palabra solo nos remitiera a eso, no habría mayor relfexión qué hacer, al menos no como la que haré en seguida. Pero resulta que en griego la palabra ἰδιώτης designaba a la persona que se ocupaba básica y preponderantemente de sus propios y particulares asuntos, en contraposición con la participación en la vida de la comunidad propia del "animal político" que se supone es el ser humano. Así el idiota era un ciudadano muy poco ciudadano, muy poco involucrado de los problemas de la ciudad.
Vivimos en medio de una variedad ingente de desafíos a la dignidad humana: la inseguridad pública, la transformación de las formas de comunicarse y establecer relaciones interpersonales, muchas veces meramente vicarias a través de la tecnología, la transformación de los espacios y los tiempos urbanos en los que los niños crecen sin poder salir a la calle, el blindaje político que establecen muchos políticos para reproducirse como clase social impidiendo la participación de neuvos agentes, la inequidad multidimensional existente, la corrupción como forma de vida en distintos ámbitos, los homicidios, feminicidios, infanticidios, la migración en situación vulnerable, la precaria vivienda de interés social, la incapacidad de cobertura de los sistemas de salud... y la lista es larguísima.
Nada de eso y lo que dejé de mencionar se solucionan por sí mismos, como por arte de magia. No hay ángeles que puedan hacerse cargo de las responsabilidades humanas, ni tampoco el mismísimo Dios o el traído y llevado gobierno -entendido y vivido como entidad abstracta y mesiánica- que pueda hacer lo que corresponde a cada uno en la medida que no sea idiota y se aboque de alguna manera a los asuntos de interés público, a lo que nos corresponde a todos.
Se requiere, por ejemplo, que cuando se haga trabajo de equipo se cuide que no sea la exaltación de un individuo, ese que es capaz de hacer el trabajo de equipo solo para solo poner el nombre de otros supuestos coautores, con tal de asegurar una "buena calificación"; hay que diseñar las aulas como espacios de corresponsabilidades y después acompañar la lentísima y ardua tarea de convertir la participación en una forma de cotidiana, espontánea de proceder.
Foto: bbc.com |
Y si la palabra solo nos remitiera a eso, no habría mayor relfexión qué hacer, al menos no como la que haré en seguida. Pero resulta que en griego la palabra ἰδιώτης designaba a la persona que se ocupaba básica y preponderantemente de sus propios y particulares asuntos, en contraposición con la participación en la vida de la comunidad propia del "animal político" que se supone es el ser humano. Así el idiota era un ciudadano muy poco ciudadano, muy poco involucrado de los problemas de la ciudad.
Muchos siglos después... y todavía abundan los idiotas
Hoy, por distintos motivos, abundan los idiotas: sea porque las condiciones de vida ponen a muchísimas personas en situación de pobreza (en México no menos de 55 millones de personas) con la consecuente inmediatez en la búsqueda de soluciones para resolver la cotidianidad, sea por lo contrario (se están tan instalado en el bienestar que pocas cosas fuera de la propia burbuja existencial importan), sea por lo enormemente complicada que resulta la participación política, sea porque la educación no prepara en realidad para la vida pública, para la ciudadanía.Vivimos en medio de una variedad ingente de desafíos a la dignidad humana: la inseguridad pública, la transformación de las formas de comunicarse y establecer relaciones interpersonales, muchas veces meramente vicarias a través de la tecnología, la transformación de los espacios y los tiempos urbanos en los que los niños crecen sin poder salir a la calle, el blindaje político que establecen muchos políticos para reproducirse como clase social impidiendo la participación de neuvos agentes, la inequidad multidimensional existente, la corrupción como forma de vida en distintos ámbitos, los homicidios, feminicidios, infanticidios, la migración en situación vulnerable, la precaria vivienda de interés social, la incapacidad de cobertura de los sistemas de salud... y la lista es larguísima.
Nada de eso y lo que dejé de mencionar se solucionan por sí mismos, como por arte de magia. No hay ángeles que puedan hacerse cargo de las responsabilidades humanas, ni tampoco el mismísimo Dios o el traído y llevado gobierno -entendido y vivido como entidad abstracta y mesiánica- que pueda hacer lo que corresponde a cada uno en la medida que no sea idiota y se aboque de alguna manera a los asuntos de interés público, a lo que nos corresponde a todos.
Por una educación que no forme idiotas (en la casa, la escuela o donde sea)
Como todo lo humano, la participación en la vida pública, la de los asuntos que nos conciernen a todos, requiere educación, formación. Sí creo que es pertinente que hoy requerimos una educación que deje de formar de manera individualista, acunada en la abstracción lejana de las situaciones reales, desinteresada por la política a la cual mira con sospecha.Se requiere, por ejemplo, que cuando se haga trabajo de equipo se cuide que no sea la exaltación de un individuo, ese que es capaz de hacer el trabajo de equipo solo para solo poner el nombre de otros supuestos coautores, con tal de asegurar una "buena calificación"; hay que diseñar las aulas como espacios de corresponsabilidades y después acompañar la lentísima y ardua tarea de convertir la participación en una forma de cotidiana, espontánea de proceder.
Las escuelas y otros lugares formativos requiere abrir sus puertas para dialogar con los diferentes actores que se empeñan en resolver las cuestiones públicas: en las organizaciones vecinales, las organizaciones no gubernamentales. Hoy sigue siendo una tarea pendiente la formación para el uso de los medios y redes para acercarse a situaciones, tomar postura, proponer diálogos.
Todavía más: se requiere abrir espacios de participación, de interlocución con los formandos, lo cual implica abandonar el pánico a cederles la palabra para asumir el rol de acompañantes también en la formación de la capacidad analítica, argumentativa.
Los jóvenes y los niños no son el futuro (Los jóvenes no son el futuro): son el presente y en la medida en que desde la más tierna edad emerjan como actores de los procesos sociales y mundanos en los que están inmersos serán capaces de sumarse en todo momento a dar el aporte que honestamente puedan para que este mundo sea un poco mejor que como se le ha encontrado.
Las nuevas y las viejas generaciones tenemos que aprender a meternos en lo que sí nos importan, aunque haya quien diga que no nos debería importar (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2019/08/si-te-metas-en-lo-que-no-te-importa.html), máxime cuando se trata de los asuntos que mediata o inmediatamente nos afectan, porque condicionan la realización de nuestra existencia.
Seguramente no acabarán los problemas sociales, estructurales, pero indudablemente también habrá más personas capaces de mirar por encima de su nariz y de su bienestar cristalizado como seguridad meramente individual, porque todo aquello que está más allá de uno mismo tarde o temprano impacta en la propia vida condicionando su viabilidad humanizante.
Cuando los humanos educamos idiotas hipotecamos nuestras propias posibilidades humanas; cuando formamos para la vida pública invertimos en la capacidad misma de no solo adaptarnos a la realidad que se va configurando con o sin nosotros... sino también en la de transformarla, encargarnos de lo que de otra manera nos carga.
Todavía más: se requiere abrir espacios de participación, de interlocución con los formandos, lo cual implica abandonar el pánico a cederles la palabra para asumir el rol de acompañantes también en la formación de la capacidad analítica, argumentativa.
Los jóvenes y los niños no son el futuro (Los jóvenes no son el futuro): son el presente y en la medida en que desde la más tierna edad emerjan como actores de los procesos sociales y mundanos en los que están inmersos serán capaces de sumarse en todo momento a dar el aporte que honestamente puedan para que este mundo sea un poco mejor que como se le ha encontrado.
Las nuevas y las viejas generaciones tenemos que aprender a meternos en lo que sí nos importan, aunque haya quien diga que no nos debería importar (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2019/08/si-te-metas-en-lo-que-no-te-importa.html), máxime cuando se trata de los asuntos que mediata o inmediatamente nos afectan, porque condicionan la realización de nuestra existencia.
Seguramente no acabarán los problemas sociales, estructurales, pero indudablemente también habrá más personas capaces de mirar por encima de su nariz y de su bienestar cristalizado como seguridad meramente individual, porque todo aquello que está más allá de uno mismo tarde o temprano impacta en la propia vida condicionando su viabilidad humanizante.
Cuando los humanos educamos idiotas hipotecamos nuestras propias posibilidades humanas; cuando formamos para la vida pública invertimos en la capacidad misma de no solo adaptarnos a la realidad que se va configurando con o sin nosotros... sino también en la de transformarla, encargarnos de lo que de otra manera nos carga.
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2 comentarios:
Excelente reflexión
Ser parte activa del espacio público y sus problemas, es ser parte de la solución. Muchas gracias Maestro de Regil por tu oportuna reflexión. Un abrazo
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