Mirar al futuro con todo y el pasado
Llega el año nuevo: es inevitable… nos saluda con un
misterioso encanto, como invitándonos a la redención, a darnos una nueva
oportunidad. En estos días muchos nos sentimos llamados a pensar de alguna
manera en el futuro, el porvenir; es más: circula un ánimo optimista. No miento
al decir que los últimos días de diciembre son propicios para la esperanza.
La esperanza
es la seguridad de que es posible un futuro en el que hay oportunidades para lo
humano y no una mera quimera. Sin embargo, tras ver cuánto dura el compromiso
con los propios propósitos de año nuevo pudiera parecer que hay más de ilusión
que de verdad en eso de que el mañana está preñado de humanidad. Y ni se diga
si damos un vistazo a las miles y miles de cosas injustas e inhumanas que
atestiguamos día a día.
Al final
nada cambia, seguimos instalados en lo mismo. Y es que estamos todavía en el
terreno de los sentimientos inmediatos, no de la esperanza.
Nos parece
que la única forma de dar consistencia a la esperanza a fin de que sirva de
motor y brújula para lo por-venir es que logremos hacer un triple movimiento
simultáneo: leer el ayer en el hoy para descubrir las semillas del mañana en su
profundidad.
El dinamismo de la esperanza
En realidad
solo tenemos el hoy, el momento, y en él es donde nos posicionamos ante la
vida. Puede ser descuidadamente, o con pesimismo o de manera superficial…
Pero lo actual también podemos encararlo con corazón abierto y mirada atenta, contemplándolo. Y para ello es básico volver los ojos al pasado inmediato, mediato o lejano, allí donde hemos vivido situaciones llenas de densidad existencial, porque nos han puesto cara a cara con lo más llanamente humano: la muerte, el inicio de la vida, la frustración, la alegría, la sensación efímera e intensa de plenitud, la presencia amorosa de alguien o para con alguien, el cierre de ciclos vitales. La lista puede ser tan grande como formas de ser persona existan.
Es en este
acto que traemos a nosotros a las personas de nuestra vida, las circunstancias,
los hechos, con la intensidad de lo que vemos, oímos, sentimos, olimos, pero
con la serenidad que puede dar la distancia emocional.
Pasado el
primer encuentro con la memoria y convertidos los acontecimientos en recuerdos
(los que han sido traídos nuevamente al corazón) hay que dar un segundo paso:
con toda la apertura y decisión de mente y corazón hay que penetrar lo vivido
con el sentimiento y la imaginación, hasta encontrar aquello que nos ha sido
regalado para poder seguir siendo quienes somos, para que los nuestros sean una
mejor versión de ellos mismos. Puede ser que nos encontremos con cosas
evidentes, que nos aparecen inmediatamente, pero puede ser que estemos ante
algo pequeño, al parecer insignificante, pero que es semilla humanizante. Si lo
buscamos con generosidad, seguro es que lo encontraremos.
Una vez
encontrado hay que dejar fluir el agradecimiento. Agradecer reconcilia; es
decir restablece el concilio con nosotros mismos, con los demás, con el mundo y
las circunstancias que nos han tocado transitar… Nos centra, nos descentra y
nos sobrecentra en un dinamismo que nos lleva a dejar de re-vivir para
posicionarnos hacia adelante, sabedores de que pase lo que pase siempre hay
posibilidades para lo humano, para salir avantes en la aventura de vivir.
Agradecer nos permite saber desde las entrañas que lo agradecido es real,
existente y por ello se vuelve promesa de que sí pasan cosas buenas, aunque
sean sencillas y que son prenda de que la vida tiene siempre la última palabra,
por encima de cualquier mala nueva.
La fuerza del esperanzado
Quien
comienza cada día lleno de esperanza no es un iluso, un soñador con los pies
quién sabe dónde, sino una persona fuerte que avanza con los pies muy firmes en
el suelo que pisa, pero con la mente y el corazón abiertos a las posibilidades
que sabe que llegarán, porque ha contemplado una y otra vez lo dado, y se da
cuenta que allí se encuentran las semillas de lo que se está dando y está
totalmente germinado de buenas noticias.
Agradecimiento y esperanza: excelente apuesta para esto últimos días
decembrinos, en la medida en que los vivimos con apertura agradecida al pasado
y esperanzada por el futuro, porque estamos seguros que el año nuevo y lo que
venga siempre están llenos de oportunidades para la dignidad de vivir por, con
y para los demás, dejando nuestro mundo de alguna manera un poco mejor que como
se le ha encontrado. Y vivir, entonces, genuinamente reconciliados, con la
frente en alto y el paso decidido.
Texto recomendado: ¿Qué y cómo esperar del futuro? Apunte sobre esperanza en tiempos oscuros
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