José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Las noticias y el boca a boca nos alertan, las cifras oficiales lo confirman: la inseguridad sí existe.
A nuestro alrededor existen delitos contra la vida y su integridad (homicidios dolosos y culposos, lesiones, feminicidios), la libertad personal (secuestro), la libertad y la seguridad sexual (acoso, abuso, violación, hostigamiento), el patrimonio (el robo en todas sus modalidades y formas, fraude, abuso de confianza, daño a la propiedad, despojos), la familia (violencia, incumplimiento de obligaciones familiares), incluso contra la sociedad (corrupción de menores, trata de personas).
Y en torno a ellos hay incidencias que vistas desde el lugar en el cual se vive pueden parecer pocos, pero que vistos en la perspectiva regional o nacional son cientos de miles cada año, y eso en las cifras oficiales, que nunca alcanzan a representar del todo a la realidad, pues la falta de denuncia nos impide tener mejores datos. Hace poco a mis colegas y los líderes estudiantiles de la institución educativa en la que laboro, Juan Francisco Vázquez Arellano, experto en estos temas, nos recordaba que la información registrada en este tema es solo la punta del Iceberg: por cada delito denunciado (y que se convierte en dato estadístico) hay muchos más no denunciados, pero sí existentes.
El asunto no es anecdótico. La seguridad (etimológicamante: "poder estar sin tener que preocuparse, sin tener que estarse cuidando") es un derecho fundamental. En la inseguridad perdemos tiempo, energía, espacios emocionales que necesitamos para realizar nuestra existencia por, con y para los demás, porque tenemos que cuidar de todo y cuidarnos de todos: el desgaste vital es brutal. En tanto, en la seguridad podemos confiar en que nosotros y lo nuestro estamos cuidados y entonces enfocarnos en construir mejores condiciones de vida en todos los niveles.
Por esto, el de la seguridad/inseguridad es una asunto que ha de concernirnos a todos. Pero hemos de evitar dos actitudes, extremas, que se mueven entre el descuido y la irresponsabilidad supinos y la inmovilidad que produce el pánico.
Eso no me va a pasar
Cuando existen cosas desagradables que pueden afectarnos, muchas veces recurrimos a algo que hacíamos de chiquillos: taparnos los ojos, con la secreta esperanza de que algo o alguien desaparecería por el hecho de no mirarlo. Y es bien sabido que las cosas no funcionan así. Taparse los ojos lo único que provoca es aumento de vulnerabilidad por pérdida de las referencias que tiene uno alrededor y también de la posibilidad de darnos cuenta de lo que sucede y cómo eso puede afectarnos (de manera positiva o negativa, no importa).
En el tema de la inseguridad no es inusual esta actitud infantil, que se acompaña en general con la frase: "no me va a pasar a mí". Y es que considero que si no lo pienso, entonces no existe y ando la vida con exceso de ligereza, con una confianza que ralla en el fideísmo (la palabra confianza viene de fides-fidei, tener fe. El fideísmo es tener fe en algo solo por querer tener fe en ello, sin ninguna razón. Si quieres conocer más sobre los riesgos existenciales del fideísmo, puedes leer este artículo: Las cosas no son siempre como se las piensa... o, ¿de qué podemos estar seguros?).
Y cuando sucede algún acto que nos coloca en posición insegura pero que podría ser relativamente manejable, nos toma totalmente por sorpresa y produce consecuencias negativas, que pueden llegar a ser trágicas. Un ejemplo de niños, pero ilustrativo, es: si yo atravieso un terreno en plena balacera, exactamente en medio de las bandas que disparan, es mucho más probable que salga herido o muerto, por mucho que yo piense: "a mí no me va a pasar".
Alguna vez, en el Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México, Metro, puse con total descuido el celular -no muy barato, por cierto y que seguía pagando- en el bolsillo trasero, totalmente exhibido, mientras subía al vagón en un horario pico. Antes de terminar de abordar ya no lo tenía conmigo. Era como si me hubiera puesto un letrero: te lo regalo. Mi patrimonio quedó afectado.
¡Así, ya no se puede vivir!
En el otro extremo, se encuentra la actitud paranoica, un patrón de conducta en el que el recelo y la desconfianza se prolongan en el tiempo y que cae en el descuido porque conduce al abandono estático).
Ante las cifras que podemos tener y las experiencias personales -o de personas cercanas a nosotros- desconfiamos de todo y de todos, nos sentimos permanentemente vulnerables. Vivimos apanicados, temerosos y nos vamos condenando prácticamente a la inmovilidad: dejamos de salir de casa, nos aislamos pensando en que podemos confiar en nosotros mismos (y a lo mejor hasta esta confianza básica la perdemos).
Todo está mal, nada hay bueno, todos son malos. Sentimos que todo conspira y que todo lo que pueda pasar, nos va a pasar. La vida deja de ser vida; o mejor dicho, una vida en el miedo permanente, tejida básicamente de desconfianza en uno, en los demás, va dejando de ser vivible.
Esta actitud es básicamente el otro lado de la misma moneda del excesivo descuido: se trata de afrontar de manera fideísta un problema real, pero ante el cual nos formamos creencias sin ninguna razonabilidad, solo porque queremos creer lo que sea que se nos ocurra creer. Y una vez que se ha llegado a este extremos es verdaderamente difícil salir de él: requerirá de mucho trabajo personal, pero de la confianza mínima para que un profesional nos acompañe.
En la prudencia: el indispensable cuidado
Me cuido, te cuidas, Me cuidas, te cuido, nos cuidamos, lo cuidamos, los cuidamos, puede ser una excelente consigna cuando de inseguridad se trata (¿qué tal si le echas un ojo al artículo Me cuidas, te cuido, nos cuidamos).
Cuidar significa asistir, procurar, apostar por que la vida, las relaciones, las personas estén bien, y en la inseguridad todo ello queda en vilo. En el cuidado se genera la experiencia del sentirnos seguros, que como dijimos inicialmente, es sentir que no nos tenemos que estar cuidando de lo que atenta de alguna manera contra nosotros.
La acción de cuidar/cuidarnos supone crear condiciones propicias (disposición de los objetos, formas de actuar, formas de relacionarse) para que vivamos en seguridad, esto es, sin tenernos que estar preocupando de todo y de todos para poder fluir en la existencia cotidiana. El cuidado posibilita una convivencia pacífica, que sepa reaccionar ante la violencia y todo lo que atente contra ella.
En este momento conviene recordar que las personas somos por definición vulnerables, carentes, limitados. En nuestra vida siempre existen los riesgos y siempre sucederán cosas que no deseamos, pero que nos afectan de una manera u otra. Levantarnos, salir a la calle, relacionarnos con la familia, o el trabajo siempre implica la posibilidad de que algo nos pase trayendo consecuencias que no queremos, pérdidas en nuestra persona, en nuestras cosas, en nuestro tiempo, en nuestras relaciones.
Si bien, así son las cosas en lo humano, también es importante tener presente que siempre podemos hacer algo para salir avantes. Y hacia ello se enfocan la prevención y el cuidado.
En el terreno de la seguridad/inseguridad esto supone tener en claro de qué hay que cuidarnos y qué cosas debemos hacer para salir sin afectación o lo menos afectados posibles.
Por lo pronto, sabiendo que habrá que escribir un poco más al respecto, pongo por lo pronto algunas cosas sobre la mesa:
- Entender que en el cuidado hay una corresponsabilidad social inexcusable. Tener condiciones socioeconómicas y políticas de seguridad compete al Estado, esa estructuración de la convivencia que hacemos, justo para cuidarnos. Así que en gran medida la responsabilidad ciudadana consiste en insistir de distintas maneras en que el Estado cumpla su obligación de procurar seguridad pública, con planes, proyectos, diseños, protocolos adecuados. Estamos llamados a cuidarnos... La familia, el vecindario, nuestro lugar de trabajo son responsabilidad también nuestra.
- Pero en un terreno más cotidiano, conviene:
- Informarse: la información debidamente procesada, relacionada, produce el conocimiento que necesitamos para entender ante qué y cómo somos inseguros, punto fundamental para diseñar acciones de cuidado. La inseguridad, los delitos, son fenómenos estudiados y conocer lo que los estudiosos han encontrado, es importante.
- Cultivar una cultura de la prevención, pensar inteligentemente en lo que puede pasar y cómo adelantarse a ello o cómo responder a ello de la mejor manera posible. Y entonces ensayar una y otra vez para saber cómo actuar antes, durante y después de un episodio que nos vulnere. Se trata de estar preparados.
- Dialogar continuamente teniendo en cuenta que si formulamos protocolos adecuados quedamos menos expuestos. Un protocolo es un conjunto de acciones razonadas y razonables para acometer -en este caso- cualquier acción con mayor seguridad. Podemos tener protocolos personales, familiares, en nuestro lugar de trabajo, en los sitios públicos: las víctimas "que se ponen de pechito" por descuido, son las más difíciles de ser cuidadas.
- Comunicarnos razonablemente: evitar las afirmaciones llenas de pánico, desinformadas, con generalizaciones que pueden terminar haciendo los problemas mayores. Hay experiencias que nos muestran que es más seguro retirar dinero en un cajero que esté en el interior de un centro comercial que en uno de la vía pública; que en las redes sociales hay que cuidar muchísimo la información que uno hace pública, etc. La comunicación se vuelve un gran aliado.
- Compartir todo lo bueno que pasa, poner lo malo en perspectiva. Uno de los problemas de la inseguridad es que genera desaliento, desesperanza. Las buenas noticias nos dan la esperanza para vivir cada día sabiendo que si algo puede pasar, estamos preparados.
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