José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Recientemente tuve que recurrir a mis amigos. Me enfrenté a una situación económica inesperada por tener que pagar gastos médicos que no tenía previstos y que eran importantes para atender la salud de un familiar cercano.
La inmediatez del asunto me encontró de alguna forma con las manos atadas... pensé algunas posibilidades, pero de alguna manera todas resultaban más que menos inviables. Me armé de valor, conversé con un par de amigos y con otras personas cercanas y lancé la invitación: "participa en una campaña de solidaridad fraterna y apóyame con un regalo monetario". A cambio puse a disposición cuatro regalos para sortearlos entre mis benefactores.
La experiencia fue mucho más intensa de lo que me imaginé. Tuve respuestas prácticamente de manera inmediata. Los amigos de todo tipo se comunicaron: me preguntaron de qué se trataba, si podían hacer algo más. Varios me dijeron que recibiera el dinero y que no era necesario que los registrara en las listas que preparé para irles otorgando números para el día de la insaculación que me permitiera repartir los regalos que destiné para la ocasión.
En esa comunicación charlamos, pudimos recordar las veces que hemos coincidido, compartido, lo que nos agradecemos; incluso las ocasiones en las que hemos podido ayudarnos.
A lo largo de este año que fenece tuve lumbalgias, dolores ocasionados por contracturas musculares en la espalda tan peculiares, que prácticamente me dejan inmovilizado. Vivo solo y eso supone dificultades para surtir medicamento, ir al médico, tener qué comer... Y en cada una de las ocasiones salí adelante sin problema por quienes me cuidan y procuran. Si tuve miedo por las consecuencias de la soledad, hoy se han disipado porque tengo una red de solidaridad física y emocional que me sostiene.
Por la cercanía de las fechas decembrinas al considerar estas situaciones me experimenté esperanzado, tranquilo, sabiendo que el futuro -venga como venga- será llevadero, porque hay mujeres y hombres de distintas edades y diversos orígenes, que coincidimos en que caminar juntos de alguna manera -tan solo de alguna manera- nos posibilita seguir adelante, plantar cara a lo que se nos va presentando, siempre con una seguridad, profunda, suficientemente razonable: en la fraternidad se abre paso lo que humaniza.
La esperanza, como la fe y el amor, son regalos que nos van siendo donados a lo largo de la vida, a través de experiencias tan diversas como somos cada uno de nosotros en la originalidad única que nos distingue. Y aunque nos son dadas, hay que cultivarlas, alimentarlas.
He escrito en otro momento sobre el agradecimiento y la esperanza (APUNTES EN EL CAMINO: Agradecimiento y esperanza), también puedo decir que la consideración de la vida de otras personas que han transitado con fe, en el compromiso amoroso que han nutrido de esperanza, nos ayuda.
Y debo decir también que en la solidaridad fraterna se van creando formas de vivir en las que creer, amar y esperar en la humanidad posible, en que las personas podemos asumir que ninguno de los desafíos que se presentan tienen una palabra definitiva, aunque puedan ser definitorias, marcar su existencia cotidiana modificándola, pero nunca acabándola... Y es que cuando de alguna manera -solo de alguna manera- logramos hermanarnos... Podemos seguir adelante con la seguridad de que el futuro humanizante es posible y que lo que humaniza -y no sus obstáculos- tendrá siempre la última palabra.
En vísperas de año nuevo me digo y digo a los lectores: compartamos, en acciones cotidianas, agradecidas, fraternas, solidarias, qué si hay cuando nos comprometemos los unos con los otros, es más fácil creer esperanzadamente en que estamos llamados a vivir más como Dios quiere y que en la humildad y la pequeñez del día va siendo posible construir esa trascendencia que nos lleva tan lejos como nuestro propio futuro lo permita.
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