Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Proteger, educar, empoderar: actuar en un mundo en el que las personas acosan

 José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

www.unesco.org

Era yo muy chico para los usos actuales, tal vez no tanto para la época en la que sucedió. Resulta que varias veces en primero de secundaria -en ocasiones muy cercanas la una de la otra- le pedí a mi mamá que fuera a interceder por mí a la escuela: porque el maestro de español encargaba tareas que nadie entendía, que nos hablaba burlón cuando resultaba que casi nadie llevaba la actividad de aprendizaje pedida; que si los compañeros me molestaban (venía recién llegado de la escuela rival).
        Un día, llegué molesto, ofuscado
     - Mamá, ¿puedes ir a hablar a la escuela? Es que mis compañeros me echan mucha carrilla (forma prehistórica para referirse al bullying o acoso escolar) Ella me preguntó que qué me decían y yo le dije que me decían "güera", "puta" o "bastonera".... Me dijo 
      - Ve al baño y fíjate si tienes pene y testículos o vulva...
      - Mamá, tengo pene...
     - Ve y compruébalo, porque a lo mejor como dicen tus compañeros que eres "güera" a lo mejor tienes vulva y no te habías dado cuenta... Porque ellos deben saber más que tú, que te afliges por lo que te dijeron.
     Me incomodé mucho. Ella siguió hablando:
     - Yo casi siempre te veo en casa y en las mañanas estás en la escuela: ¿a qué hora vas a trabajar vendiendo tu cuerpo? ¿Qué haces con el dinero que ganas? Porque aquí en la casa siempre pides dinero...
     Para ese momento yo ya no tenía más qué decir: yo no era lo que decían mis compañeros que eran. Pero para rematar, terminó diciendo: 
     - ¿Sabes qué sí eres? Eres un tonto... Por no saber distinguir entre lo que dicen los demás y lo que tú eres... Y eso sí me duele, porque hemos gastado mucho dinero en tu educación como para que ni siquiera sepas la diferencia entre lo que se dice y lo que se es.
     Sentenció: 
     -Así como es tonto dudar de uno por lo que dicen los demás, lo es sufrir por eso. Pero como no voy a estar contigo a cada momento que haya algo que te incomode, que te moleste, de una vez te digo que mi hijo sí puede solucionar sus problemas. Así que no, no voy a ir a hablar a tu escuela. De ahora en adelante soluciona tus problemas. Si en algo te atoras, entonces me avisas y te diré lo que pienso o te ayudaré a encontrar qué hacer, pero tú lo solucionas y debes decidir si lo harás sufriendo o haciendo oídos sordos a las cosas que no valen la pena ser escuchadas.

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Educar para afrontar la convivencia

     Nunca más volvió a ir a mi escuela. Incluso cuando en la Escuela Normal (que se estudiaba después de secundaria) me dieron de baja por injustos motivos disciplinares (40 años después sigo pensando que fue injusto) mi mamá no fue a la Normal. Después de apapacharme me preguntó: ¿qué piensas hacer?
     En esa etapa de mi vida, con esa actitud de mi mamá, todo cambió para mí, porque yo tuve que tomar otra actitud para vivir frente a los conflictos, a la intolerancia, a las injusticias.
     Hoy es el día Internacional contra la violencia y el acoso en la escuela, incluido el ciberacoso. El lema propuesto para este 2024 es Proteger, educar, empoderar. Los estudiantes exigen escuelas seguras e inclusivas. Esta conmemoración fue instituida en 2019 por los estados miembros de la ONU, para llamar nuestra atención sobre uno de los factores que más dificultan la convivencia escolar -y a la larga familiar, laboral, vecinal-.
     Cuando leí en la página de la UNESCO (DÍA INTERNACIONAL) el énfasis dado en este año para esta efeméride no pude sino recordar la experiencia recién compartida. Mi mamá, con su poca escolaridad, me educó para afrontar el acoso, me ayudó a poder lidiar con mis compañeros, con sus dichos, sus bromas, sus acciones opresoras, poco humanizantes. También me dio las herramientas para denunciar, como debí hacer cuando un educador intentó abusar de mí sexualmente en otro momento de mi vida. Pero fundamentalmente me ayudó a entender la diferencia entre lo que son las cosas y las palabras que las nombran, que es algo muy poderoso.
     No pienso agotar aquí un tema tan amplio, aunque en futuros textos abordaré otros aspectos que me dan qué pensar... Pero sí quiero reparar en esa dimensión de la educación que es proteger y empoderar mediante las herramientas cognitivas y emocionales concretadas en el uso de las palabras que supone la convivencia, en la que se dicen muchas cosas ante las cuales nos permitimos sentirnos incómodos, lastimados, rebajados... y en la que se pueden decir muchas cosas que sumen a la construcción de formas de interrelación humanizantes.

El lenguaje es real, pero no es la realidad

      Las palabras son signos que creamos los humanos para comunicar nuestra experiencia y entendimiento de las cosas que existen. El lenguaje es real: existe... Como es real todo lo que de alguna manera existe, sea o no sea nombrado por alguien. 
     Los siglos XIX y XX estuvieron plagados de descubrimientos de todo tipo de cosas existentes o que habían existido. Y conforme fueron siendo descubiertas fueron siendo nombradas. Y nombrarlas nos permitió interactuar con ellas de otra forma. Porque el lenguaje es poderoso, nos da el poder interactuar con las cosas de una manera diferente que cuando no podemos nombrarlo siquiera (como cuando uno no logra nombrar la emoción que siente y que es confusa y cuando se le nombra y se aclara se vuelve manejable).
     Pero que las personas que usan lenguaje para relacionarse con la realidad cuenten con un instrumento poderoso como las palabras, no nos faculta a pensar que lo nombrado es real porque ha sido nombrado... Como diría mi mamá: que los demás digan que eres güera no hace que realmente seas güera.
     En el caso del acoso que alguien nos ayude a comprender esto es fundamental... Porque el círculo del acoso implica un generador de violencia y un receptor de ella; sí: si no hay alguien que acuse recibo se rompe el acoso, aun cuando el otro quiera seguir generando violencia. Dicho de otra forma, para que no haya acoso no se necesita únicamente que desparezcan los que dicen cosas; basta conque alguien no se compre lo que el otro dice.
     Hay que aprender a experimentar y entender quienes somos, tener claridad en ello. Hay que aprender a entender el papel que los otros juegan en la conformación de nuestra comprensión de quiénes somos. Entender nuestro ser y experimentar y saber que no depende solo de los demás, porque en mí mismo soy lo que soy nos da mucho poder... El poder de no depender solo de lo que los demás digan para construirnos la persona que somos y la que podemos ir siendo.
     En la antigua grecia los cínicos nos advertían de la heteronomía, del riesgo de abandonarnos a nosotros mismos al vaivén de lo que los otros dicen (¿Para qué andar dando tumbos estando el suelo tan parejo? Reflexiones cínicas para nuestros días). Y hoy sabemos que también tenemos que ser responsables de lo que decimos...

www.okdiario.com

Al hablar, podemos construir lo humano (no solo destruirlo)

     Porque las personas a través solo a través de las palabras podemos construir... y eso nos protege: construir formas de hablar entre nosotros, de dialogar, de dar a conocernos a los demás. Hace un par de días un acompañante educativo de la institución en la que trabajo me contaba de tres estudiantes que habían tenido un conflicto. 
     Uno de ellos estaba muy enojado por lo que los otros dos le habían dicho y querían que la institución tomara cartas en el asunto. Después de un círculo de diálogo los dos señalados entendieron por qué su amigo estaba dolido con ellos y le pidieron que los disculpara: ellos no se habían dado cuenta de que sus palabras habían producido un efecto adverso en el amigo. Y salieron de allí frescos como lechuga.
      Trabajemos contra el acoso escolar: creemos espacios experienciales y reflexivos para entender la relación entre el lenguaje y la realidad; entre el lenguaje y la convivencia... Entre el lenguaje, la convivencia y lo que somos para que las personas no sucumban ante los dichos de los demás... Y creemos espacios para dialogar y nombrar lo que sucede, sobre todo cuando lo que pasa dista de lo que podría pasar para que nos relacionemos más humanizantemente. Y demos los espacios para que el fruto del diálogo permita construir relaciones dinámicas en las que no se tiene miedo al conflicto, sino a no afrontarlo para sacar de él la posibilidad de construir lo humano.

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viernes, 25 de octubre de 2024

¿Dónde nacen los verdaderos encuentros?

 Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí


Lo que separa... no une

Era muy joven, de los 14 a los 15 años, cuando siendo estudiante normalista comencé a trabajar en un oratorio festivo salesiano, en la ciudad de Puebla. Para que quien me lee tenga mejor contexto, diré que en ese tiempo -1980- todavía existía el Muro de Berlín, el marxismo era una ideología en boga y su postura materialista histórica y dialéctica alentaba el discurso de muchas personas. En su ateísmo, veían a la religión como el analgésico de la humanidad, destinado a calmar los dolores de mujeres y hombres, pero sin llegar a la causa de sus desventuras. La militancia era feroz.

Y hay que decir que no menos fiera era la combatividad de grupos religiosos que veían en los comunistas y los socialistas sin Dios a los enemigos a combatir. 

La coincidencia de grupos de ambas posturas muchas veces terminó en golpes, insultos, y alguna vez, también en la pérdida de la vida para algún desafortunado. Lo mismo sucedía entre grupos religiosos: católicos, evangelistas, testigos de Jehová... semillas del desencuentro, la falta de diálogo y como suele decirse en esta época: de la intolerancia, la falta de cooperación y la inexistencia del diálogo.

La consigna que flotaba en el ambiente parecía ser: o piensas como yo, o crees lo mismo que yo y de la manera en que yo lo creo (ese yo también era nosotros y se refería a los grupos o comunidades en las que uno estaba adscrito) o estás en mi contra y nada tenemos que hacer el uno junto al otro.

Recuerdo que en el Oratorio Juan Bautista Pedroni concurríamos niños y jóvenes católicos (al menos nosotros, que siendo normalistas éramos aspirantes a la vida religiosa con los salesianos) y ateos y descreídos, porque muchos venían de familias de obreros que trabajaban en los entonces existentes fábricas poblanas de textiles y estaban adscritos al combativo partido comunista.

Nos reuníamos a jugar futbol. Habíamos organizado una liga que tenía algunos equipos infantiles y otros maś juveniles. Nuestro lugar de encuentro (así, subrayado y después quedará claro por qué) era un terreno en un fraccionamiento que recién empezaba a construir sus casas. El fraccionador nos lo dio y puso dos porterías... El resto eran piedras y esa tierra que en tiempo de lluvias hace colosales lodos y en secas te deja empanizado.

En las banquetas coincidíamos, charlábamos de las familias, de la semana, del que estaba enfermo, del papá desempleado, encarcelado o que tenía un trabajo que lo mantenía lejos de casa durante muchos días. En los partidos, el descanso del medio tiempo lo destinábamos a "pláticas formativas" que no eran sino la explicación del evangelio dominical con los términos más humanistas y menos teológicos posibles, para que todos nos lleváramos alguna reflexión. Dos años pasamos allí, y fuimos amigos del Ratón,  el Migue, el Gordo y no recuerdo cuántos más.

Al paso del tiempo, en mi último año de normalista, en la Ciudad de México, coincidimos con estudiantes de la UNAM, que vivían en verdaderas comunas para poder ahorrar gastos, por ser extranjeros provenientes de Bolivia, Colombia, Ecuador. Muchos de ellos adscritos a la entonces existente guerrilla de sus países, todos fincados en ideologías revolucionarias de cuño ateo. Con ellas y ellos tuvimos algún otro amigo y yo católicos y diferentes a ellos, buenos momentos de canto, de conversación, de probar guisos sudamericanos con insumos mexicanos.

Al mismo tiempo, en la misma época fui testigo, como señalé al principio, de división, incapacidad de unión, de desacreditación, desestimación debida a los discursos, a los "catecismos" católicos o marxistas recitados desde la postura de superioridad de creer que se tiene la verdad, la verdad dada, no la construida a partir de la experiencia y el encuentro con las cosas cuya forma de ser tenemos que desvelar (Soy filósofo y educador: me encantan las desveladas).

Me atrevo a decir con la autoridad que da la experiencia vivida que en ambos casos fue posible el encuentro, la coincidencia, y algo muy cercano al diálogo... Ese que no era posible en muchos grupos en los que las ideas y las creencias eran lo único importante como aglutinador humano.

Hace poco platicaba con mi amigo Ricardo. Él y yo no estamos adscritos a la misma comunidad religiosa. Él comulga en una iglesia renovada (protestante les dicen en lenguaje común, aunque no del todo apropiado) y yo, a mi edad, sigo siendo católico. Nos conocimos en una maestría en la que fui facilitador y él estudiante. Allí nos descubrimos apasionados de la pastoral y la educación. Y desde entonces hemos forjado una amistad que en sus palabras puede resultar inusual, porque a nuestro alrededor es frecuente la exclusión por no pensar y creer lo mismo, y de la misma manera (me permito la repetición de la expresión, porque creo que es precisa). 

En esa ocasión uno de los motivos de nuestro saludo y conversación era la entrada de un huracán que golpearía las ciudades donde vive y trabaja y un incidente de violencia escolar entre preparatorianos de la institución educativa que dirige y que estaba atendiendo con todos los protocolos que el caso merece. Me preocupaba su preocupación. Y cuando todo pasó, me alivió su alivio.

En la superficie de la esfera no hay coincidencia

Tras nuestra charla, me quedé pensando: ¿dónde es que se da el encuentro entre las personas, ese que permite que quienes tienen estilos de vida diferentes, particularidades morales diversas, explicaciones de la vida con distintas palabras y enfoques puedan ser amigos e interactuar juntos de manera solidaria? Y recordando experiencias como las que he compartido y otras más puedo afirmar que en la compasión.

José María Mardones fue un amigo filósofo, sociólogo, teólogo de producción intelectual prolífica en los 80 y 90 del siglo pasado hasta que la muerte le sorprendió a una edad que no merecía que se fuera. Alguna vez lo escuché conversar sobre lo difícil que son la tolerancia, la inclusión, la interacción fraterna entre las personas, y utilizó un recurso literario muy ilustrativo. 

Comparó las relaciones humanas con una esfera en la cual es casi imposible que quienes están en distintos lados lleguen a coincidir. El decía que la única manera que sucediera el encuentro es que se diera en el centro, en el núcleo, en lo profundo y no la superficie de la esfera. Esta consistiría en lo de cada día, que damos por hecho y que nos lleva a vivir de una forma determinada y diferente a la de otras personas y grupos sociales: las ideas, las palabras, las tradiciones, las costumbres... Incluso formas más elaboradas de la convivencia social como la forma en la que estructuramos las instituciones políticas, el derecho, la educación.

A diferencia de la periferia, el centro o núcleo está formado por la compasión, esta impresionante capacidad humana de ponernos a trabajar hombro a hombro, codo a codo con otras personas para solucionar los retos que presenta la existencia cotidiana cuando nos importan sus carencias y las nuestras, sus penas, sus dolores, sus vulnerabilidades y también sus motivos de orgullo, de gozo, de apuesta por la vida. 

En la compasión, nos ponemos a chambear para salir adelante, para no dejar abandonado al que menos tiene, al que está tronado porque las adicciones lo hicieron prisionero, o la enfermedad lo aqueja, o el desempleo lo ha dejado sin tener un pan que llevar a la mesa, al que quedó paralizado por el dolor de la muerte, de la injusticia. 

En la compasión podemos conversar con quien nos comparte su sentir ante la adversidad o la fortuna. Podemos disfrutar los pasos humanizantes que alguien va dando.

Un poco más: a partir del encuentro compasivo podemos dialogar sobre las cosas que nos valen la pena para andar la vida, sobre el sentido que tienen las ideas con las cuales nos explicamos la realidad y reconocer en ellas formas de entender la existencia que pueden complementar las nuestras, porque las hemos visto reales, humanizantes.

El mecanismo que posibilita el diálogo y no solo los monólogos simultáneos (como cuando dos personas que piensan distinto van a un panel, cada quien vierte su rollo, pero quedan indiferentes el uno frente al pensamiento del otro) es el que se desprende del encuentro, del reconocimiento del otro, de su rostro,sus gestos, sus sentipensares, de ser testigos de su forma de vida, de sus luchas, sus aspiraciones, sus dolores. Levinas y la antigua sabiduría prehispánica nos hablan de ello.

Y es que la dimensión entrañable de la vida nos abre a la disposición para comprender lo que el otro piensa, lo que el otro cree. Nos permite entrever lo fundamental de sus creencias, de sus estructuras morales y encontrar los puntos de coincidencia... 

En la compasión se enrutan los dinamismos humanos fundamentales: nuestra búsqueda de verdad se encauza diferente cuando se trata de crear condiciones de vida digna en las que quepamos; nuestras decisiones se orientan más fácilmente al bien común (Libertad sin compasión: hipotecar la vida humana), la solidaridad condiciona nuestras preocupaciones, los afectos van más allá de la autoestima y el autocuidado. 

Y entonces todo queda dispuesto para el humor,para lo lúdico, esos espacios de encuentro que no necesariamente producen ganancia económica y que sí nos recrean para continuar el afán de la vida.

¿Dónde se da el encuentro? No en las ideas, las estructuras de creencias, las prácticas morales por sí mismas, sino en la compasión que desvela ante nosotros a la persona que piensa, que cree, que orienta su vida. Y a partir de allí una solidaridad fraterna, ecuménica (universal) se hace inicialmente posible. Y en ella, siempre encontraremos riqueza, y seguramente no saldremos depauperados, como sí sucede cuando en la cerrazón ideológica, axiológica, moral terminamos unos desacreditando a otros; cuando no atacándonos e incluso, matándonos.

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jueves, 5 de septiembre de 2024

Gestores de paz

José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

La paz... ¡vaya tema!, ¡vaya compromiso! Y no es que esté de moda, es que se trata de una condición sin la cual ser persona es muy difícil. Hemos dedicado ya algunos apuntes al tema: ¿Y qué les van a hacer? Clamar por el castigo no basta para construirnos y construir el mundoQue la amistad y la paz tengan la última palabra: historia de dos amigos-enemigosLa paz comienza conmigoLa construcción de la paz también comienza en la escuelaUn decálogo por la paz: un llamado humanizante de urgencia¿De qué hablamos cuando decimos paz? Entre la pax romana y el shalom bíblicoConstruir la paz: diálogo, educación y trabajoFrente a la lógica de la violencia, la sabiduría del pesebre: construir la pazRetos y desafíos de la mujer educadora 2: formar constructores de paz...

Nunca estará suficientemente dicho: situarnos ante la paz no es solo "expresar un buen deseo", "hacer una carta para los reyes magos", "conjurar a alguna deidad que asuma nuestra responsabilidad y nos soluciones nuestros problemas"... Se trata de tomar el toro por los cuernos, de asumir que estamos ante lo más profundo del misterio humano: un dinamismo en el que permanente hay que apostar por lo que construye, por lo que permite vivir conforme a nuestra dignidad... Porque todo cambia, excepto que tenemos que empeñarnos en ser en paz, vivir en paz, convivir en paz.

Te comparto un apunte dialógico. Conversé el 9 de julio con Jessica Cisneros y Víctor Sánchez sobre estos temas, desde la perspectiva de una puerta participativa social, política en el más puro de los sentidos (¿Qué va de por medio en la participación política? Mucho más que el voto, claro... ). Te presento este apunte que es reflexión e invitación para ser gestores de paz: ¿cómo, por qué, para qué, qué es eso de ser gestores de paz?

Los invitados, de la Red de Gestores de Paz nos dan su punto de vista, no cuentan de sus apuestas personales y las de muchas otras personas que han conformado la Red en la cual ellos -y yo mismo- participan. Esa charla se me fue como agua... espero que a ti también. Te invito a que veas el video, que dura alrededor de 40 minutos.

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domingo, 1 de septiembre de 2024

Una de las cosas que tal vez convenga no hacer...

 José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

www.elespañol.com

No sé si sea más del siglo pasado que de este... Pero crecí en los tiempos en los que la comunicación mediada se parecía solo un poco a la que hoy podemos vivir. Me tocó utilizar el teléfono residencial, ese que tenía disco para marcar la numeración y después tuvo botones. Se escribían cartas cuando la gente estaba lejos y no teníamos suficiente dinero para pagar las llamadas de larga distancia.

En la escuela nos mandábamos mensajitos en papelitos que pasábamos entre los compañeros hasta que el profesor o la profesora se daban cuenta. Si el asunto era muy puntual y urgía, mandábamos telegramas, con una redacción muy chistosa, porque se cobraba por letra o palabra. 

En cualquier caso se trataba de una comunicación poco móvil, y la mayor parte de las veces tenía que ser oral: por teléfono o de plano en el encuentro cara a cara.

Entonces, hace unos 34 o 35 años irrumpió entre los mortales (o sea las mujeres y los hombres comunes y corrientes, a veces más lo segundo, jajajaja) la posibilidad de comunicarse de manera móvil, ubicua y asíncrona. Poco a poco fuimos adquiriendo nuestros buzones de correo electrónico y los mensajes tardaban una nada en llegarnos, aunque también se perdían en los misterios de la red (como mis cartas de papel se perdían en Correos de México), aunque con menos frecuencia.

Pero la magia se hizo con los mensáfonos -pequeños dispositivos también llamados bipers, por el sonido que hacían- mediante los cuales podíamos recibir mensajes de texto y nos convertíamos en disponibles para prácticamente cualquier persona que pudiera marcar el número telefónico desde el cual nos mandaban los recados. Fueron los años en los que también irrumpieron los teléfonos celulares.

Ambos aparatos eran muy caros, al alcance de pocos bolsillos. La telefonía celular provocó la desaparición de la radiomensajería, pues puso a nuestro alcanzo los mensajes de texto: de muy pocas palabras y alto costo. En la última década del siglo pasado, un minuto de telefonía celular costaba veinte pesos aunque no mucho después comenzó a bajar. Así que se seguían utilizando los teléfonos públicos de moneda o tarjeta o los mensajes de texto, que quitaban los problemas de tener que ir a una esquina y encontrar aparatos descompuestos o vandalizados.

Así, al menos en mi entorno, fueron disminuyendo las llamadas de voz y aumentando los mensajes de texto, que fueron potenciados por otro invento: la mensajería por internet.

www.genbeta.com

Durante la primera década de este siglo vivimos la erupción del messenger de hotmail, de yahoo o lugares que eran "salas de chat". Recuerdo por allí del 2007 rara era la persona a mi alrededor que no tuviera su cuenta, que no chateara

Se fue configurando una manera diferente de escribir, en párrafos muy cortos, cargados de abreviaturas y figuras, a las que poco después conoceríamos como emoticones, que pretendían auxiliarnos en la expresión de los estados emocionales que las letras son incapaces de transmitir y que dejábamos de percibir al ya no escucharnos o mirarnos.

El lanzamiento de Whats App en el 2009, presente en los teléfonos independientemente de las computadoras supuso una gran revolución: se podía chatear de manera asíncrona o síncrona, ubicua y móvil. Pronto los equipos de trabajo comenzaron a utilizarlo; las familias también y no se diga los grupos de amigos, los profesores.... Todo mundo estaba a unas cuantas letras de distancia.

Fue tal su impacto que tres años después desapareció el messenger... y también las salas de chat. Sobreviven algunos servicios de mensajería, como el de Facebook, el de Google, el de Apple porque lograron ser integrados a la telefonía celular. Se pueden usar con los datos del plan de telefonía de pre o pospago que tengamos, pero también conectándose a cualquier red de wifi... Eso rompió todo esquema económico: lo volvió casi gratuito. Nada que ver con lo que costaban las llamadas residenciales ni las del móvil.

www.xatakamovil.com

Hoy, millones de personas mandamos mensajes. Es muy normal, con todas las posibilidades y los límites que nos da decirnos cosas breves, de manera muy funcional, para resolver los inmediato.

Creo que esa nueva normalidad tiene grandes ventajas, pero al acomodarnos a ella hemos ido perdiendo la posibilidad de comunicarnos  escuchándonos, incluso mirándonos. Hace unos cuantos días sonó mi teléfono y era mi amigo Ricardo. Me saludó jovial como es él, amable. Me dijo que me llamaba para saludarme, para saber cómo estaba.

Su voz, el tono con el que la pronunciaba, las palabras que utilizaba produjeron en mí un gran impacto, una alegría que no es posible experimentar a través de los mensajes de texto. Y es que se trataba de una conversación poco funcional, sin fines pragmáticos. Dedicada solo al gozo de la amistad, de ocuparse por la persona apreciada. Se tornó en algo muy personal, de una forma que las letras de la mensajería no pueden reproducir.

Y eso me hizo pensar. Apunté en mente y corazón que debo hablar más seguido con quienes aprecio; con quienes quiero para que sepan de mí, que me escuchen e incluso que me vean con ese portento tecnológico que son hoy las videollamadas. Así podrán palpar mi estado anímico, mi gozo, tristeza o preocupación. 

Hay cosas que tal vez convenga no hacer. Una de ellas es reducir la comunicación a la que permite la mensajería de texto, porque nos perdemos del otro, acercado vicariamente, virtualmente por la tecnología que pone al alcance de nuestro oído, de nuestra vista su presencia. El encuentro interpersonal -en vivo y a todo color- pero también el mediado dan a la mente y al corazón una viveza que nutre los días, enriquece los momentos.

En realidad, solo converso por teléfono y virtualmente de manera habitual con una persona... He permitido una reducción impresionante de mi horizonte interrelacional y me atrevo a decir que muchos lo hemos hecho. A la larga invertimos tanto tiempo tecleando como hablando, pero la resultante intelectiva, volitiva y emocional no es la misma.

www.laoracion.com

Lo apunto para mi camino y lo hago extensivo para nuestro camino... Porque hay cosas que sí conviene hacer y una de ellas es aprovechar los portentos tecnológicos para andar la vida acompañados, porque al final somos por, con y para los demás y reconocernos en el tono, la intensidad, el gesto -aun en la distancia- se vuelve energía para nuestro caminar.


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jueves, 11 de julio de 2024

Soy Rafa, soy maestro

José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer al autor, haz click aquí 

https://lluviadeideasyrecursos.blogspot.com/

¡Soy Rafa, y me convertí en maestro!

Era un jueves... El 21 de junio, para ser preciso. Me acompañaban mi mamá, -siempre infaltable- y mi papá, quien al principio no quería saber de mis estudios normalistas, más por ser parte de la formación religiosa de los salesianos, que por el hecho de prepararme para ser profesor. Por algún motivo que no entiendo, mi trabajo de titulación le provocaba gran orgullo y lo había presumido y referido en distintos cursos de formación de alta dirección de empresas que él daba...

Ese día de 1984 concluían cuatro años de muchísima lucha interior: ¡YO NO QUERÍA SER MAESTRO! La simple idea me parecía abominable, puesto que yo quería ser educador popular, de esos de barrio, de los que no viven atrapados en la cárcel simbólica y cultural que me parecía que era la escuela; cualquiera que fuera: reproductora del statuos quo, imperio de la moralina que atornillaba a la gente a portarse como niños buenos y no como sujetos éticos.

En esa fecha, al final de un muy largo examen profesional, que todavía recuerdo, se me extendió el acta que señalaba que oficialmente era PROFESOR DE EDUCACIÓN PRIMARIA. Sabedor de que no ejercería la profesión, puesto que me iba a transformar el mundo a la Sierra Mixe, agradecí tal vez superficialmente a mis maestros, le di a mi mamá mi acta de examen, la carta que decía que había sido merecedor de una MENCIÓN HONORÍFICA y unas cuantas semanas más tarde mi título y cédula, que fueron a dar al viejo archivero de la casa.

Mi mamá -madre al fin y al cabo- puso el título en un marco, como correspondía. Era en mucho su derecho porque gran parte del costo que supuso mi formación normalista salió de su bolsillo, de su ánimo y del inmenso amor con el que me apoyó en todas mis locuras juveniles.

Y sí, renegando de mi primer carrera,me fui a hacer la vida, siguiendo los derroteros que las personas, los momentos y los vericuetos me fueron presentando. Y así se pasaron 40 años, que son muchos, nunca pocos, pero se han ido como agua entre los dedos. Se forjó mi existencia en los barrios, las parroquias marginales, el servicio en la universidad de inspiración cristiana, de muchas escuelas, comunidades religiosas poniendo al servicio lo que sé, lo que soy, lo que pienso, lo que sé hacer mediante la cátedra, el oficio de la pluma, el noble uso de la palabra hablada.

El tiempo voló entre la innovación educativa que he perseguido ideando métodos, programas, estructuras educativas con la pretensión siempre de poder realmente aterrizar los grandes ideales que la evangelización educativa y la educación humanizante habían forjado al analizar, fundamentar y sostener una propuesta educativa nacida de una antropología, una ética, una gnoseología personalistas solidarias, la que aun hoy sigue dando fundamento a mi praxis. En menos palabras: intentando por todos los medios no participar en instituciones que dicen educar integralmente pero que en realidad solo dan clases y alimentan la esquizofrenia social de estudiar años y años para egresar siendo incapaces de entender el mundo, de colaborar para el bien común, de vivir en paz incluyendo a los menos favorecidos. Por eso todo eso de innovar, de crear y recrear la escuela.

Y simultáneamente todo el mundo avanzó: mis padres envejecieron y murieron; formé una familia en la que tras 24 años los cuatro enrutamos hacia diversos destinos... Aparecieron personas con las que se han forjado amistades increíbles sobrevivientes de mil ires y venires. Con pasión de educador, con el coraje de compartir la pasión por ser humano que siempre ha estado en mi ánimo, fundé instituciones de educación media y superior, lancé proyectos de difusión y diálogo fe-cultura, formé formadores en casas religiosas y en licenciaturas y posgrados de educación.

Al negarme a ser "profe", al rechazar la escuela como el trono único desde donde se educa, al ser crítico del papel tan insuficiente que ha desempeñado la escolarización en la formación de mujeres y hombres capaces de encargarse de su mundo porque se construyen por, con y para los demás, fui entendiendo la entraña del hecho educativo, de la pasión por ser humano que se contagia: el proceso de acompañamiento del proceso por el cual los seres humanos respondemos a la invitación existencial de ser más por, con y para los demás encargándose del mundo que se los carga, mientras se los sigue cargando, abiertos a un dinamismo de trascendencia.

Descubrí en los recovecos de los submundos de la educación popular y no formal que los métodos y técnicas no son el tributo que rendimos a los autores sagrados, cuya praxis tenemos que reproducir y aplicar; sino que son los diseños que tenemos que hacer para pasar del dicho al hecho acortando el trecho; claro: si queremos ser coherentes, si no queremos quedarnos condenados cual Sísifos educativos a repetir una y otra y otra vez lo que no ha funcionado.

En esos andares entendí que de verdad hay que intentar formar para la autonomía que solo se obtiene en la praxis de la libertad; que el mundo solo es viable si se aprende a colaborar con otros en función de un bien común, que se vuelve el cauce del bien personal y de nuestros grupitos cercanos; que sin la participación real de los miembros de la comunidad en sus propios procesos formativos lo que suele llamarse educación no es sino un barniz que disfraza de criticidad la más pura, repetitiva y burda instalación en la doxa, en lo de siempre, en lo que se hace porque siempre ha sido así, porque lo dicen los autores, porque lo manda la autoridad.

Aun más: fui entendiendo que el educador es profesional de la amabilidad y la cercanía que generan la confianza para que el acto educativo sea un diálogo profundamente compasivo y amoroso que encuentra sentido en la apuesta por dar consistencia a las personas para que emerjan desde sus vulnerabilidades en procesos fraternos y solidarios que les permiten un poco más de libertad al permitirles sentirse y saberse capaces de encargarse de lo que los carga en lo personal, pero también en lo estructural: porque a este mundo hay que rehacerlo, aunque sea de a poquitos, para que todos quepamos a menos que no queramos caber.

Fue así como la invención de las prepas que me tocó fundar -encabezando en una y respaldando en otra- se convirtió en la posibilidad escolarizada de hacer cosas diferentes, porque fueron concebidas "fuera de la caja" por alguien que creía que no quería ser maestro, pero que encontraba en la escuela inmensas posibilidades humanizantes. Armado de no escolaridad fue posible -aunque fuera de a poquitos- recrear la escuela...

Y se fue una parte de la vida. Casi como si fuera de repente, llego a mis casi 6 décadas. Desde ellas puedo voltear al verano del 84 y ver al Rafael de antes de la caída del muro de Berlín, del Espíritu del Vaticano II y la reunión del CELAM de Puebla: muchacho desafiante, altanero si de hacer cosas educativas se trataba, tratando de rebelarse y romper las paredes de la escuela para educar de otra manera que no fuera dar clases, enseñar moralina y sentarse a esperar un mundo diferente...

Un entonces novel profesor que hoy puede verse y reconocerse por cuarenta años como eso: como un profesor, un maestro, un docente, un educador; un todavía ilusionado hombre que cree que sí, que de alguna manera sí hay un mundo mejor posible cuando se educa, cuando de verdad se dan herramientas al cuerpo, al alma, a la voluntad que puede descubrir bienes y convertirlos en valores y a la inteligencia que es capaz de afirmar verdades que permiten a los humanos responder a los desafíos de la realidad que es, pero también de la que puede ser y en la que sí hay cabida para vivir dignamente.

Sí, sí soy el profesor que siempre he sido, pero que en mi orgullo no pude ver cuando me gradué de la Normal; que escondió en un cajón su título en busca de otros honores que resultaron ser útiles solo en la medida que han hecho de mí un mejor educador. Soy el maestro que ha acompañado miles de alumnas y alumnos y que ha recibido de ellas y ellos la luz que hoy le da serenidad para seguir acompañando pero ahora para impulsar que otras y otros sigan la senda educativa a la que en mucho todas las personas debemos que haya cosas buenas en nosotros y a nuestro alrededor.

Como un Jonás educativo, tras huir y huir, terminé siendo arrojado en mi propia Nínive vocacional y profesional. Estoy donde empezó todo, pero estoy en paz, solidariamente animado, con un poquito más de sabiduría y con humildad para reconocerme quien soy y he sido: el muchacho que dejó su casa porque supo que quería ser como Don Bosco: signo y portador de la buena noticia de que somos amados por tan solo ser personas a quienes se les ha encomendado que este mundo sea un buen lugar para vivirlo; buena noticia que se alcanza solo tras la vivencia de buenos procesos educativas que forman y forjan las personas que cada época necesita... Y así, heme aquí hoy como allá ayer: con un título que dice: soy Rafa, soy maestro. Ya es tiempo de celebrarlo