Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Más difuntos y menos cadáveres

José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Corrección y cuidado del texto: Socorro Romero Vargas


Los campos de concentración, haciendo de la muerte algo anónimo (lo que hace imposible averiguar si un preso está vivo o muerto), le robaron a la muerte su significado, el final de una vida cumplida. Se llevaron a la persona de su propia muerte, lo que demuestra que de ahora en adelante no pertenecía a él ni a nadie.
Hannah Arendt "Los orígenes del totalitarismo" (1951)


¿Hablar de la muerte?

De la muerte, como quiera que sea, hablamos con mucha frecuencia... o tal vez fuera más preciso decir que solemos conversar sobre quienes se mueren y de que nosotros, también, nos moriremos. Y de allí los procesos de duelo, los cursos de los tanatólogos, el morbo de la nota roja...
         Pero hablar de la muerte... ya en serio, ¿hablar de la muerte? Eso es un poco más complicado porque no se puede hablar mucho de lo que no existe y la muerte como tal, no existe. Existe la vida y a su carencia la llamamos muerte, porque tenemos la enorme capacidad de nombrar las cosas, incluso aquellas que faltan como a la ausencia de salud, que denominamos enfermedad o a la de conocimiento, que llamamos ignorancia.
          Es un poco ocioso hablar de lo que no conocemos (lo que ignoramos), como es ocioso hablar de la enfermedad aunque no de lo que nos llevó a la pérdida de algo saludable. De la única forma en la que vale la pena conversar de la mentira es en referencia a la verdad que ha sido ocultada.
          Así las cosas, cuando se habla de la muerte, en realidad lo que vale la pena es reflexionar sobre lo que sí estamos seguros que existe y que entendemos que es finito, que se acaba: la vida... charlar sobre ella, sobre lo que en ella merece ser arriesgado, compartido, creado, pensado, sentido; comulgar lo que se ha encontrado valioso, lo que humanamente se va construyendo a pesar de los límites, de las carencias. Y es que resulta que puede ser sensato llegar al fin de la existencia sabiendo que se cumplió en la vida.
          La finitud existencial nos pone, sin más, frente a la cruda realidad -aunque tal vez estimulante- de que todo se acaba, pero no mientras se siga vivo. A eso se han referido muchas personas con reflexiones como la Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra suiza:
Solo cuando realmente sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra, y que no tenemos manera de saber cuándo se acaba nuestro tiempo, entonces comenzaremos a vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos.

Responsables del significado de la muerte

La frase que escribió Hannah Arednt en su obra de mitad del siglo pasado Los orígenes del totalitarismo y que sirve de epígrafe a este texto nos cuestiona, porque muestra algo que importante y que hay que atreverse a balbucear.
         El significado de la muerte es una vida cumplida... Arendt expresa y señala que los campos de concentración al volver invisibles a quienes allí estaban, robaron a la muerte su significado, porque la existencia de las personas se volvió insignificante: daba lo mismo si morían que si vivían.
         Esta idea nos transporta a las palabras que utilizamos para referirnos a los muertos: difunto y cadáver, que no son exactamente lo mismo... Difunto es el que ha terminado, el que ha cesado en sus funciones; cadáver es el caído. El anonimato o la insignificancia de la vida, son grandesn ladrones de defunciones y convierten a las personas en simples cadáveres, cuerpos caídos.
          Esta faceta de la muerte pone delante de nosotros no nuestra propia vida sino la corresponsabilidad que tenemos frente a la de otros, que serán difuntos sí y solo sí ante nuestros ojos su muerte revela una vida cumplida. 
         ¡¡¡Está en nosotros que nuestros padre, madre, amigos, hermanos, compañeros sean difuntos o solo cadáveres!!! Somos responsables del significado de la muerte de alguien en la medida en que nuestra relación con él o ella nos muestre que consumó su vida, que ha sido alguien. 

Más difuntos y menos cadáveres

En nuestro país -como en muchos otros- hay muchísimos cadáveres: migrantes, víctimas de la delincuencia organizada o de los feminicidios, indigentes... y tenemos que trabajar para que cada vez sean menos, organizar las redes de solidaridad para acoger, para humanizar. 
         Con la misma urgencia e intensidad tenemos que estar pendientes incluso de los cercanos, para que no se nos vuelvan cadáveres sutilmente, casi sin darnos cuenta. 
          Hoy, con el ritmo cotidiano que tenemos, que es acelerado, que nos divierte (nos vierte en diferentes cosas) y que atomiza nuestras relaciones personales es probable que incluso sin quererlo vayamos desentendiéndonos de las personas, aún de las que un día fueron cercanas. Y cuando eso pasa: ¿cómo podrían ser difuntos?
          Es más... vivimos en  una época de envejecimiento poblacional que hace que cada vez haya más ancianos y que nuestra forma y estilo de vida nos alejen de ellos: porque hay que trabajar muchísimo para mantenernos y mantenerlos, porque se vuelven latosos, porque no encajan en la aspiración de juventud que culturalmente hemos creado...
          Hay la probabilidad de que se nos mueran y no hayamos podido atestiguar el cumplimiento de su vida, que de alguna manera simplemente caigan: la despersonalización del fallecimiento, sin más.
          En vida, hermano, en vida... reza el poema de Ana María Rabatté... y no es mero sentimentalismo. En vida se construye y se prepara una buena defunción, lo cual se teje de relaciones cordiales, de conversaciones, de interés por quién es y ha sido alguien, qué hace, qué ha hecho y dejado de hacer; de la comunión con lo que valora, de la compasión ante lo vivido, de la solidaridad frente a sus carencias. 
          Tenemos derecho a tener difuntos (más que a serlo porque una vez muertos no hay nada de esto que valga). Hasta la
muerte revela nuestra relacionalidad: afrontemos la obligación de vivir por, con y para el otro de tal suerte que su presencia sea la legitimadora de su trascendencia en la ausencia: porque el cadáver cae, pero el difunto de alguna manera permanece.

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