José Rafael de Regil Vélez. si quieres conocer más del autor haz click aquí
Desde el 2007, cuando fui invitado a dejar de trabajar exclusivamente con estudiantes de licenciatura y posgrado para encargarme de la dirección de una preparatoria, muy rápidamente comencé a escuchar frases de parecidas a "qué difícil es trabajar con los chavos de prepa", o "vaya que los maestros la tienen difícil con muchachos de esa edad".
Supongo que los comentarios provenían de la propia experiencia juvenil, de las relaciones tenidas con hijos o sobrinos de entre 15 y 20 años o por la muy extendida idea del "difícil periodo de la adolescencia".
Han pasado más de 13 años. Y entonces como hoy sigo pensando: el león no es como lo pintan... Y es que en realidad me parece que cuando lo pintan lo hacen por lo que imaginan que es; por esa común distorsión que nos lleva a adoptar lo que se dice, todos instalados dentro de la misma caja, mirando lo que siempre nos han dicho que debemos ver y que a fuerza de repetirlo nos parece real.
Vivimos instalados en la creencia de que dado que los adolescentes, chicos o niños, como se les suele llamar, son demasiado ligeros, irresponsables, rebeldes; que no quieren tener que ver con los adultos con quienes existe un abismo generacional prácticamente infranqueable. Y apoyan sus constructos en los casos en los que los estudiantes de bachillerato, incluso de inicio de la universidad, rayan carros de profesores, se muestran rebeldes, "contestones y criticones"; en el desmedido relajo que echan cuando están juntos en el lugar al que los educadores los obligan a ir.
En las escuelas, cuando se lleva a los alumnos a un auditorio, se pido a los docentes que se den vueltas en los pasillos, que los cuiden -como sinónimo de que los vigilen- porque al león hay que domarlo, someterlo... "¿educarlo?".
La "educación del león"
Comúnmente se piensa que al león hay que educarlo a partir de la desconfianza: en su capacidad intelectual, ética, de autodisciplina. Así hay que "controlarlo", diseñar las formas de relación suponiendo de antemano que en cualquier forma los leones son por naturaleza transgresores, incapaces de tomar decisiones y afrontar las responsabilidades de lo que eligen y hacen. A los leones nada les importa y no tienen valores. Ya no son como antes, en ese mundo idílico de la juventud de los educadores donde NOSOTROOOOOSSS sí teníamos valores, deseábamos aprender, nos comprometíamos con disciplina.
Y así... de tanto desconfiar, pareciera que estamos decididos a condenar a la infantilidad a quienes ya pueden ir haciendo su camino: los sobreprotegemos, para después quejarnos de que nada funciona con ellos... Generación, tras generación.
San Juan Bosco, allá en la primera mitad del siglo XIX, dos centurias hace, se enfrentó a desafío de educar jóvenes. Los albores de la revolución industrial en Turín conocían de la capacidad "feroz" de los "leones ". Tras años de guerras, perdida la población masculina "adulta" con hambre en las casas, multitudes de menores bajaban a la ciudad para buscar trabajo encontrando muchas veces explotación y muchas otras nada. Unidos para sobrevivir, delinquían, parecían incorregibles.
El sacerdote de origen campesino, que se sentía fuertemente invitado a hacer algo, pronto aprendió que había que mirar a los muchachos de otra manera, desde otra perspectiva, una real. Y para ello había que repensar también el rol mismo del educador.
Pronto descubrió que no es verdad que los jóvenes no quieren tener que ver con los adultos; es más, se mueren de ganas de una presencia adulta en su vida; pero no cualquiera, sino de alguien cercano y al mismo tiempo razonable que muestre opciones para ir haciendo la vida de manera sensata...
Y no por mero discurso y pontificaciones, sino porque se crean las condiciones para vivir las experiencias que lleven a ver, escuchar, oler, palpar, gustar, imaginar, formas de vida.
El compromiso real con los jóvenes llevó a Don Bosco a vivir una educación que sí educa: diseñada de manera razonable, con una clara teleología y con una axiología definida (fines y valores humanizantes claros) se invita y acompaña a los dicentes -palabra hoy de moda- a ser lo que siempre debieron ser: protagonistas de su formación; acompañados para reflexionar lo que van viviendo; para ajustar sus acciones con la propuesta que se les hace; formándose mediante la participación en las actividades que preparadas con ellos y para ellos.
Educación juvenil en una libertad progresiva y acompañada para decidir como fruto de discernimiento y no de la mera impulsividad y que es capaz de ir comprendiendo las consecuencias de su actuar y responde ante ellas para sacar lo mejor posible y seguir construyendo una convivencia en la que la comunidad se educa viviendo los valores que la convocan y para los que forma.
Se trata de una forma de educar que parte de la confianza, que sabe que toda persona viene "equipada" para ser la mejor persona que puede ir siendo, vez por vez, en un proceso individual y comunitario; en un ambiente de familiaridad en la que muchos se pueden sentir invitados a sacar de sí la mejor persona que puede ser; el mejor ciudadano y -en términos del sacerdote educador- el mejor cristiano que le toque ser, en el mundo que le toque vivir.
A la educación de jóvenes en las que se les acompaña creando condiciones para que se vuelvan protagonistas de las experiencias y las reflexiones que les permitan formarse, en la que se les acompaña con mucho diálogo y con preguntas finas para entender realidades, ver posibilidades y encontrar valores, se le denomina hebegogía...
Y la hebegogía la típica educación de jóvenes que nos han pintado; sino una en la que realmente se avanza desde lo que se es, a lo que puede ser; partiendo del mundo que ha tocado vivir y avanzando aunque sea milimétricamente al que es posible construir para vivir aunque sea un poco más humana y dignamente.
Y el león no es como lo pintan; sino una persona
Si algo he aprendido a lo largo de cuatro décadas de educador; es que hay cosas que los humanos hacemos; por ser personas, no por ser jóvenes o adultos. Cada uno no sabemos cómo reaccionaremos en un apasionamiento, somos capaces de mentir como primera reacción para proteger nuestro yo expuesto, incumplimos compromisos, nos rebelamos ante imposiciones que nos parecen insensatas (aunque sea de manera soterrada y silente).
Como director de bachillerato he visto comportarse de manera muy similar a estudiantes, profesores y padres de familia. Y he visto que cuando los educadores partimos de esta realidad compartida y entendemos que tenemos que crear las condiciones para poder convivir partiendo de esta realidad pero apuntando a las posibilidades humanizantes que tenemos todos, a cualquier edad, y ponemos la experiencia de haber ido aprendiendo a personalizarnos al servicio de la experiencia de quienes nos siguen, nuestros sucesores, todos nos formamos: inicial y continuamente.
El joven es una persona. Desea lo que necesita para construirse persona. Valora cuando encuentra cosas que realmente son sensatas para construirse humano. Viene equipado para ello.
Con toda honestidad puedo decir que en mis años de educador juvenil y de formador de educadores juveniles no he encontrado la caricatura que siempre escucho decir cuando los "adultos" se refieren a los "muchachos", ni he experimentado que la labor sea algo difícil. Solo se trata de partir de la humanidad compartida de manera cercana, afectuosa, amable, y de dialogar una y otra y otra vez para encontrar lo más razonable para construirnos humanos.
E irlo haciendo cada vez más profesionalmente, sistematizando métodos, materiales, estructurando formas de relacionarse y convivir para que las personas -que no leones- vivan experiencias hebegógicas, que no domesticación de los felinos tan traidos y llevados en estas líneas.
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