Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

sábado, 11 de abril de 2020

Significados centenarios y actuales: apuntes de Pascua

Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer al autor, haz click aquí

Para Juan García Ábrego y su equipo, por las ganas que tienen de compartir vida. 
Para todos quienes hoy siguen animando para que la vivencia de la Pascua 
tenga sentido y significado en nuestros días...
Hoy, muchos años después, el P. Juan se fue con el coronavirus: ha vivido su propia Pascua... La vida que compartió permanece (Semana Santa 2022). 

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Cuando los humanos tenemos experiencias profundas, significativas, llenas de sentido, de esas que mueven la mente y el corazón y orientan nuestras acciones, suele darnos grandes deseos de transmitirlas a las siguientes generaciones e inventamos mecanismos para hacerlo: narraciones, símbolos, ritos. Si sucede que a quienes reciben el mensaje y viven el mismo tipo de experiencias también les parece que son importantes y trascendentes, a su vez las trasmiten a sus sucesores. Se crea el gran patrimonio de la cultura.
               Si lo experienciado tiene que ver con cosas trascendentes que nos religan, que nos unen a lo que consideramos Dios, aparecen las religiones como grandes vehículos que institucionalizan las cosas para garantizar que sean replicadas en distintos tiempos y lugares.
   

        Estructuran en lo que se llama dogma un conjunto de explicaciones que pueden ser contadas en diversos tiempos y lugares; instrumentan una serie de preceptos -moral- para vivir conforme al espíritu de aquellas experiencias originarias; y articulan una serie de ritos y ceremonias que hacen que en la repetición cultual las cosas queden a disposición de otros.
              Es así que hoy, como hace miles de años, los judíos celebran la Pascua reunidos en familia, recordando cosas antiguas que les parecen nuevas y vigentes; los cristianos hacen ritos bautismales o eucarísticos o los musulmanes saludan a la meca.
          El problema viene cuando al paso del tiempo y de la masificación, esas experiencias originarias,  se van revistiendo de símbolos y de ritos  que las personas empiezan a no entender, dejan de saber de qué se trata todo eso, porque el lenguaje se vuelve arcaico, los gestos caen en desuso en cualquier terreno que no sea el religioso, los preceptos morales parecieran prescribir sobre realidades para las que la acción debería ser diferente... 
           Así puede pasar en países mayoritariamente católicos como el nuestro, por ejemplo, con las celebraciones de la semana santa. Los días santos están llenos de símbolos, de gestos, de textos sagrados repetidos de generación  en generación pero que dicen poco a quienes acuden a sus celebraciones: se van perdiendo el sentido y el significado encontrados en las experiencias que dieron lugar a todo ello y en su lugar solo quedan palabras, cosas y acciones que suenan huecos y al mismo tiempo que imponen tanto respeto que pareciera que queda uno impedido de preguntar por ellos, de exigir explicaciones

Volver los ojos a los tiempos de Jesús

Cuando de la Pascua se trata, la única manera de arreglar ese embrollo es volver los ojos hasta los tiempos en que Jesús de Nazareth deambulaba por los caminos del Medio Oriente y predicaba algo que él había encontrado muy, muy valioso: que sí hay respuesta para las cosas deshumanizantes que entristecen nuestros corazones, como el odio, la violencia insensata, la exclusión, la preminencia teleológica de cualquier otra cosa que no sean las personas, el robo, el ocultamiento de la verdad.
               En sus tiempos, como los nuestros, la muerte insensata provocaba indignación, tristeza y dolor; el despojo de lo trabajado, también. Y cuando eso se da en niveles macro la impotencia es tal que personas se sienten desbordadas, expectantes por algo que pueda revertir las cosas y este mundo sea viable humanamente hablando.
               Jesús tuvo una experiencia fundante, de esas que cambian la vida para siempre: vio y sintió con claridad que el percibirse querido profundamente por Dios, más allá de cualquier querer inmediato y a partir de ello compartir la vida en la fraternidad, son dos cosas que no fallan para construir alternativas de vida humana digna. Los teólogos dicen que descubrió, entendió y compartió de diversas formas que Dios reina cuando las personas se hermanan para crear condiciones de vida digna en los espacios, tiempos y lugares que habitan.
               Cuando se permite que Dios reine -pues no lo hace sin nosotros- se encuentran cosas importantes para vivir como la compasión, la inclusión, la misericordia, la verdad, la justicia, la creatividad, la libertad y se tiene el dinamismo para comprometerse como lo hicieron Benito de Nursia, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Teresa de Calcuta, Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas y muchas mujeres y hombres que entregaron lo que eran, lo que tenían y  lo que sabían a la causa del ser humano, que es la misma causa de su padre-madre Dios y que se concreta en la fraternidad que busca la vida humana justa y digna. Irineo de Lyon lo dijo hace muchos siglos: la gloria de Dios es que el hombre viva. El profeta Isaías también: el nombre del Señor será santificado cuando la viuda, el pobre, el huérfano, el extranjero se sienten en la misma mesa y Jesús lo señaló cuando dijo que en el juicio final irán al lado de Dios quienes se hayan comprometido en las obras que incluyen al hambriento, el preso, el enfermo...
               El empeño de aquel nazareno por la vida humana digna fue tan serio y valió tanto la pena que su mensaje ha quedado grabado en los corazones de muchísimas personas.
              A pesar de que haya situaciones tan difíciles que parecieran de muerte, esta no tiene jamás la última palabra, sino la de la vida…. La muerte no triunfa, la vida sale victoriosa en el amor, la fraternidad, la promoción de los otros y de uno mismo. Y esto porque hay un amor muy grande que sobre pasa todas nuestras limitaciones e incluso todas nuestras malas disposiciones; el amor paterno y materno de Dios que se compromete en acompañar el camino de la humanización que es personalizante, comunitaria, sustentable.
                Quien se ha descubierto amado enormemente, invitado y acogido en la fraternidad que busca la justicia, quien experimente el compromiso de los valores humanizantes que polarizaron todas las energías con las que vivió Jesús, tiene Fe en que el mundo puede ser más como Dios quiere, tiene esperanzan en que la apuesta por un futuro en el que se viva como hijos de Dios es algo que vale la pena; se compromete amorosamente en crear mejores condiciones de vida humana digna. Fe, Esperanza y Amor, virtudes que orientan una vida comprometida en la causa de la Vida.

Volver los ojos a nuestro tiempo

               Esta es la experiencia subyacente a la celebración de la Semana Santa que desemboca en la gran fiesta de la Pascua, es lo que han celebrado millones de personas en prácticamente todo el mundo a lo largo de 20 siglos. Los días jueves y viernes santos, el domingo de resurrección portan esta antiquísima experiencia de que es buena apuesta acoger la invitación a vivir la vida en la causa del Reinar de Dios y responder a ella comunitariamente creando vida humana, especialmente para y con quienes son  más vulnerables.
             Son días para mirar la propia vida, descubrir cuándo nos hemos sentido cercados por situaciones de muerte y por oscuro que pareciera el panorama la vida emergió una y otra vez triunfante. Son tiempo propicio para zambullirnos en lo humano, en lo que humaniza y también en lo que trasciende.
              La experiencia que subyace a los días santos nos llama a sentirnos agraciados, agradecidos e invitados a no bajar la guardia, porque el mundo que vivimos requiere urgentemente una reingeniería humanizante y saber que la vida triunfa sobre la muerte es un motor garantizado para que algo bueno en ello sí suceda. Si miramos al pasado con ojos de futuro, encontraremos a muchísimos que experienciaron eso mismo y  lo convirtieron en proyectos de vida que fueron impactantes en sus días, aunque no fueran espectaculares y resultaran casi anónimos. Impactaron porque generaron vida, compartieron esperanza, alentaron la fe en el mundo posible y la existencia de un amor trascendente que no es solo discurso sino realidad vivida, sentida que provoca que se viva amorosamente cuidando enfermos, buscando el sustento, generando estrategias, apostando porque todos quepan en el banquete de la vida.
              Vista y vivida así la Pascua ya no parece tan insensata. Allí está la clave para sumarse a los signos y palabras construidos a lo largo de los siglos y celebrar que hoy, como ayer y mañana somos parte de una causa en la que la vida tendrá siempre la última palabra y la resurrección de Jesús es prenda de ello.




Publicado en Síntesis Tlaxcala el 29 de marzo de 2013. Última actualización: 13 de abril de 2022.

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