Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

domingo, 22 de mayo de 2022

La bendición y la maldición de las palabras soeces

 Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres saber más del autor, haz click aquí

www.culturacolectiva.com

¡Seamos honestos! Todos hemos experimentado el placer de desahogarnos con una palabra soez, de esas que llamamos groserías o vulgaridades. Nunca falta la situación que nos lleva imprevistamente a expresarla o la acción de otra persona que nos contraría y solo atinamos a decirle un improperio.

¡Pendejo! ¡Cabrón! ¡Chingón! ¡No mames! ¡Ya me emputé! ¡Estoy encabronado! están siempre a la mano, para cuando llegue el momento. Aunque no nos atrevamos a decirlo pueden llegar a ser una bendición cuando lo que queremos decir no puede ser mejor dicho sino con esas palabras o pequeñas frases.

Las ocasiones: el enojo, la impotencia, el sobresalto, el miedo, la incertidumbre, la alegría, la emoción, las ganas de insultar a alguien... Esas que requiere que echemos mano de las interjecciones, esos elementos gramaticales que sirven para llamar la atención de alguien para que haga o deje de hacer algo; para expresar de una sola vez un estado anímico o un sentimiento. 

Se consideran vulgares, y por ello poco o nada recomendables para los que han salido del vulgo por su nivel educativo o socioeconómico; pero esa vulgaridad es lo que las hace imprescindibles, pues personas de todo estrato cultural, económico, social, político e incluso religioso pueden echar mano de ellas.

Pero como suele suceder, eso que las hace sentir como bendición cuando la usamos, es la fuente de su misma maldición.

Y es que las palabras soeces, como toda interjección, no dice nada. Nos permite exclamar, llamar la atención, pero en realidad no dan cuenta de aquello que las provoca. Si el doctor familiar, el cardiólogo o quien interpreta nuestros resultados clínicos nos dice: "¡ya te chingaste!", por supuesto que llama nuestra intención, incluso puede llegar a aterrarnos... Pero nos deja exactamente en las mismas o nos coloca en la situación de imaginar cualquier cosa.

Cuando se trata de comunicarnos meridianamente, las palabras soeces resultan totalmente insuficientes, ambiguas y provocan que nos entendamos mal con las consecuencias chuscas o graves que eso pueda traernos. Y es allí cuando llegamos al meollo del problema: necesitamos un vocabulario amplio, que podamos manejar adecuadamente, porque sin ello no nos comunicamos y se quedan pendientes las posibilidades de interactuar con los demás y el mundo.

Para aclarar diferencias, para establecer acuerdos, para precisar el motivo de nuestros sentimientos favorables o desfavorables, necesitamos palabras precisas, adecuadas, específicas. 

Sin falsos moralismos: decir un retahíla de majaderías puede ser una gran bendición cuando no se quiere en realidad expresar nada, sino solo manifestar sentires, incluso sin profundizar en ellos. 

Sin ingenuidad: expresarse habitualmente y para todo con groserías empobrece de tal manera el acto comunicativo, que podemos hipotecar nuestras relaciones con los demás, incluso los más cercanos; quedar condenados a la inmovilidad o al actuar desatinado, por mera emoción.

Así, en lo que al lenguaje malsonante se refiere no se trata de "espantarse", de actuar con moralina, sino de educación seria, exigente, profunda; esa que nos da herramientas de crecimiento humano y nos pide que las usemos para crear las condiciones de vida humana digna que merecemos y que no sucederán si no logramos comunicarnos.

No hay que tener miedo a las palabras soeces, solo a no saber usarlas y a no poder comunicarnos si no es con base en ellas, reduciendo nuestro mundo a imprecisión y emocionalidad insuficientes para el llamado que tenemos de ser más por, con y para los demás, encargándonos del mundo que nos carga.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
Síguenos en redes: