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Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

jueves, 19 de mayo de 2022

¿Quién gana? ¿Quién pierde? Reflexiones sobre aprobación, reprobación y trayectoria escolar

 Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

 


Hace algunos ayeres, aunque no tantos, discutíamos en una reunión de profesores del bachillerato en el que laboraba. El asunto versaba en torno a los exámenes parciales.

Los participantes teníamos puntos encontrados sobre el sentido y la finalidad real de estos instrumentos de calificación; que no necesariamente de evaluación.

Por una parte, unos poníamos el énfasis en qué información daría la prueba al estudiante para saber si había alcanzado o no el aprendizaje que se esperaba que obtuviera en un momento del curso; por otra, había quienes enfatizaban la calificación que podrían obtener los discípulos; cómo podrían llegar al diez, pero que fueran pocos (no podría ser tan fácil), cuántos deberían quedarse sin aprobar, con su cinco o menos.

 

Reprobar es la consecuencia

Crecí en un ambiente escolar “normal” para los años 70 y 80 del siglo pasado, en los que cursé la escolaridad básica y la media superior, que en mi caso fue la Normal Primaria. Se daba entonces mucha importancia a las calificaciones que obtenían los alumnos. Había los del cuadro de honor y los que habitualmente reprobaban.

La consecuencia de no poner el suficiente empeño, o estar en desventaja por el motivo que fuera, deberían pagarla el alumno y su familia: no aprobar el parcial, o incluso el curso.

En esta óptica, los ganadores serían los que pudieran transitar por el sistema escolar con buenos promedios o, incluso excelentes. Tendrían el camino abierto a las becas, a la mención honorífica en la Universidad.

Y creo que aun en día esa mentalidad sigue presente… Cuando se piensa en el paso de niñas, niños, adolescentes por el Sistema Educativo, suele pensarse que deben demostrar que son capaces de “ganarse una calificación que los lleve a acreditar la educación básica, la media o la superior”. Y si no pueden ganársela, deben reprobar. Por eso se mira muy mal que en la primaria y la secundaria suela haber pocos reprobados: se les dan los mismos méritos que a quienes se esfuerzan.

 

Niños de dieces… y no necesariamente algo más

Cuando dirigía una institución de educación media en la que los estudiantes tenían que conocer el sistema laboral desde dentro, a través del trabajo en fábricas, almacenes, establecimientos de servicios, debía hacer convenios con gerentes de recursos humanos para que recibieran en sus empresas a nuestros estudiantes.

Invariablemente la conversación giraba en torno a que en los lugares en los que ellos se desempeñaban no se confiaba en que los egresados de las escuelas con promedios altos podrían desenvolverse adecuadamente en la labor que deberían realizar. La experiencia en la vida real es que mejor calificación no significaba necesariamente mejor desempeño laboral, mayor capacidad para crear equipo, resolver problemas, comunicarse adecuadamente, capacitarse y formarse permanentemente como parte de una forma de vida.

Eran no pocos los casos de trabajadores con mediocres promedios escolares y con buen desenvolvimiento en los requisitos para ser partes de buenos equipos de trabajo, con buena productividad.

Algo parecido he constatado con quienes acompañan familias: que los cónyuges hayan sido niños del cuadro de honor no garantiza su capacidad de convivencia, de resolución de conflictos, de generación de alternativas económicas en situaciones difíciles.

Y mi experiencia vecinal es parecida.

Tras todo ello considero que dudar de identificar buenos promedios con adecuada trayectoria educativa es necesario.

 

¿Escuela y educación para qué?

Parece obvio, pero en la realidad no lo es: los seres humanos nos educamos para poder encargarnos de nosotros mismos, por, con y para los demás, encargándonos del mundo que nos ha tocado vivir para que haya condiciones de vida para un vivir con un mínimo de dignidad, de justicia, con capacidad de crecimiento personal y social.

Y ante esta finalidad las preguntas educativas que para las escuelas importan son: ¿cuáles son los mínimos indispensables en términos de conocimientos, de habilidades y de actitudes que todos debemos tener para cuidarnos, cuidándonos con los demás y cuidando el mundo? ¿Cómo podemos crear estrategias para que en la educación básica la mayor parte de las niñas, niños y adolescentes puedan ir hacia allá? ¿Cómo debemos dialogar y retroalimentar -sentido profundo de la evaluación- los distintos pasos que se dan en la trayectoria escolar para que los educandos se vayan apropiando de su dinamismo multirelacional de ser personas? ¿Cómo priorizar el trabajo con quien se rezaga escolarmente sin descuidar a quien avanza?

Y para las familias y el resto de la sociedad habrá que preguntarse: ¿cómo ayudamos a cada ciudadano a que pueda desenvolverse como tal? ¿Cómo ayudamos a las escuelas a que abatir el rezago en los aprendizajes sea una tarea de alguna manera viable?

Una buena educación da las herramientas para que las personas interactuemos ciudadanamente: que seamos capaces de comunicarnos, de incluir a quienes son diferentes a nosotros pero que también aportan de alguna manera para un mundo humano; que podamos resolver problemas personales, sociales; que creemos alternativas, que podamos emocionarnos y al mismo tiempo encontrar nuestros equilibrios para -sí- ser de alguna manera felices.

Cuando la finalidad del día a día en las aulas se identifica con lograr calificaciones aprobatorias en realidad todos salimos perdiendo, no solo los reprobados, porque se desvirtúa el sentido de la trayectoria escolar. No nos importan los reprobados, pues al fin y al cabo están pagando el precio de su incapacidad -voluntaria o no- y ponemos la carne en el asador para que luzcan los lucibles.

Que una persona transite la primaria, la secundaria, la educación media tiene como razón de ser que logre formarse como ciudadano autónomo: capaz de encargarse de sí razonablemente, con equilibrio afectivo; con comprensión de la realidad en la que vive, con sus límites y también posibilidades, que desarrolle las habilidades integrales para ser feliz, para rediseñar el mundo, la cultura; para enriquecer la moral para plantear sólidos sentidos de vida.

Cuando alguien se queda atrás, en realidad los “ganadores” también pierden, porque se dificulta la labor de humanizarnos humanizando el mundo.

En esta perspectiva, apostar por que las trayectorias educativas sean ricas en aprendizajes de conocimientos, habilidades y actitudes que todos puedan hacer suyas, es imperativo para padres de familia, profesores, directivos, administradores escolares…. Porque si los habitualmente rezagados ganan, seguramente todos ganamos.


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