Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

domingo, 25 de febrero de 2024

Cuando el maíz crece dentro de la casa... Memoria y esperanza

 Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí


CUANDO EL MAÍZ CRECE DENTRO DE LAS CASAS

En el 1993 -cuando más entre la última semana de marzo y la primera de abril de 1994- estuve en una de las ubicaciones que el gobierno de México y el ACNUR habían creado para los refugiados que iban llegando a este país desde el primer lustro de la década anterior.

En ese momento ya había comenzado el programa de repatriación voluntaria a Guatemala para quienes lo quisieran y el de asimilación a México para quienes decidieran quedarse. Poco más de diez años antes, entre 1981 y 1984, fueron creados asentamientos para reubicar a los hermanos que huían de la política de Tierra arrasada y cuya ejecución también es conocida como el genocidio silencioso o el genocidio guatemalteco.

La tal política -formulada y llevada a cabo principalmente por los presidentes generales Romero Lucas García y Efraín Gómez Montt- partía del presupuesto de que las guerrillas que continuaban una guerra civil que llevaba ya un par de décadas en el país centroamericano podían sobrevivir por la facilidad con la que las poblaciones indígenas eran involucradas por los guerrilleros, a quienes se supondría que cobijaban. Así, el ejército asesinó a miles de personas, quemó sus propiedades, envenenó las tomas de agua, para desaparecer cualquier posibilidad de vida de las comunidades indígenas en la región norte de Guatemala.

Retornando a mi comentario, estuve en los Campamentos de Los Lirios, Maya Balam y La Laguna. Un tanto para dialogar con las personas y compartir la esperanza que ellos lograban transmitir, un tanto para comulgar la fe celebrada en la tradicional semana santa que los católicos suelen considerar central en su calendario litúrgico.

Quedé profundamente impactado por las historias de muerte, de dolor que me fueron compartidas, y también por que al caminar por las veredas de alguna de esas comunidades, entré a algunas casas abandonadas por los recién retornados y me impresionó ver cómo el maíz crecía desordenadamente en el piso de tierra del interior de las viviendas, muchas ya sin parte del techo que tuvieron en algún momento. Lo capturé con la lente de mi cámara de entonces estudiante de periodismo y en el andar de la vida la perdí, pero no su recuerdo: la vida no se detiene, la vida siempre encuentra oportunidades: en el terreno mejor labrado, en el piso de una casa que cede a la fuerza de algunos granos de maíz que cayeron cuando los habitantes de la vivienda salieron de allí como cuando llegaron: con las muy pocas cosas que pudieron llevar consigo.


LOS QUE AQUÍ SE QUEDARON

Foto: Isaí López, El Heraldo de Chiapas

El documental El Colorado: memoria a través de la imagen (Ruiz, 2021) utiliza la fuerza del video y de la fotografía para provocar la recuperación de la memoria de los mayores exiliados guatemaltecos avecindados en Chiapas y el diálogo con quienes nacieron en México una vez que sus progenitores decidieron no volver a su país de origen. 

La antropóloga Verónica Ruiz, junto al fotógrafo Keith Dannemiller, en un proyecto auspiciado por el también antropólogo Dzilam Méndez y su equipo de fotografía W -registro visual para el apoyo de la antropología- nos regalan un trabajo en el que los habitantes de la comunidad chiapaneca traen al presente los motivos de la salida de los suyos de Guatemala y su instalación en la Comunidad nacida de la nada y de la solidaridad de ejidatarios y la gestión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Sus poco más de 30 minutos me transportaron a mi encuentro con los refugiados que vivieron en los campamentos de Quintana Roo, al encuentro con personas que entregaron parte de sus vidas al apoyo de los hermanos centroamericanos exiliados en México, a la alegría de tributar un reconocimiento desde la memoria y el recuerdo a quienes forjaron oportunidades de vida a quienes la muerte parecía haberles arrancado todo.

Y mientras, la imagen del maíz crecido en las casas no abandonaba mi mente: por lo fuerte del impulso vital que lograba abrirse paso a pesar de todo, por la necesidad de que las personas echemos raíces, tengamos raíces forjadas en el recuerdo, en los espacios simbólicos, en la posibilidad de reunirnos en la celebración festiva de lo que somos, de lo que fuimos, de lo que seremos, como sucede con las mujeres y los hombres, jóvenes y viejos que se reúnen durante la presencia de los antropólogos y las fotografias de 40 años antes.

RECUPERAR LO HUMANO, SEMBRAR LO HUMANO... Memoria y esperanza

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Pensé en la necesidad que tenemos de hablar, de comunicarnos con imágenes, con palabras, con la música para contarnos unos a otros una y otra vez quiénes somos, y agradecer a quienes nos han traído hasta aquí y que nos hacen saber que pese a todo, estamos poniendo los cimientos, la semilla para que la vida crezca en cualquier lugar, de cualquier modo, pero nunca vencidos fatalmente por la muerte.

No cabe duda: la fuerza de lo visual es una excelente herramienta antropológica, no por lo que pueda publicar el antropólogo y el mérito académico y gremial que pueda obtener, sino por su fuerza provocadora, convocadora, evocadora y connotadora que tiene para servir a la finalidad de una práctica científico social comprometida: poner la el lenguaje, la palabra, la inteligencia cordialmente construidas al servicio de la identidad y la comprensión del ser humano en su contexto que es el humus de su resistencia y libertad.

En este caso, el documental El Colorado se me desveló como una invitación a la esperanza que viene de la celebración de la memoria, del recuerdo.

Vivimos de cierta manera en una época de invitación a la instalación en un presente desmemoriado y a evitar la esperanza de crear, construir el futuro, al amparo de posturas psicológicas de débil epistemología creadas para responder al dolor y a la fragilidad de quienes al quedar atrapados en el pasado viven en pedacitos su presente. ¡No, no nos podemos dar el lujo!

Creo yo que hemos de recuperarnos desde el recuerdo, pese a todo lo que cada uno puede sufrir por lo horrible de su infancia, juventud o incluso la adultez vulnerada por las acciones inhumanas de la violencia de cualquier género, del sufrimiento, la vulnerabilidad, la frustración y el fracaso. Traer de la memoria al corazón, avivar el recuerdo, como el que a mí me ha nutrido de la imagen de aquellas solitarias plantas de maíz crecidas al interior de una vivienda abandonada. Como ha sucedido con las personas de Nueva Libertad al contacto con las imágnes del fotoperiodista Keith Dannemiller. Como a miles y miles nos ha sucedido al cantar con León Gieco su La memoria, que recorre con belleza, armonía y energía profética los dramas de toda Latinoamérica y que jamás tendrán la única ni la última palabra.

La semilla de maíz ha sido capaz de crecer de cualquier modo, como la semilla de lo humano que sobrevive a adversidades como las vividas en su momento por los exiliados guatemaltecos sobrevivientes del intento genocida de su gobierno; como la semilla sembrada hoy en quienes migran desplazados por conflictos terribles como los que azotan el Medio Oriente, Rusia, Ucrania, Nicaragua, las múltiples regiones de México azotadas por la delincuencia organizada y las incapacidades estatales para generar condiciones de seguridad, de economía digna, por la terrible brecha de la distribución de la riqueza, las alteraciones del cambio climático.