Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

viernes, 9 de febrero de 2024

Soy filósofo y educador: ¡me encantan las desveladas!

 José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más del autor, haz click aquí.

Soy filósofo y soy educador... Y debo confesarlo: ¡me encantan, me fascinan, las desveladas! Pero en honor a la verdad, también debo señalarlo: intento dormirme temprano. ¿Entonces, cómo es eso de las desveladas?

La experiencia de que nos "caiga el veinte"...

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Cuando era joven existían los teléfonos públicos, hoy absolutamente innecesarios con la comunicación móvil y los millones y millones de dispositivos que para ella han sido vendidos.

En muchas esquinas en las ciudades uno podía encontrar cabinas o algo similar que tenían un aparato de unos cuarenta centrímetros, con un auricular, un disco o botones de marcación en el que estaban indicados los números y una alcancía. Y es que funcionaban con monedas, que en mis primeros eran de veinte centavos.

¿Cómo funcionaban esos artefactos? Había que descolgar el auricular, marcar el número de destino (girando el disco o apretando botones) y esperar a que la otra persona levantara su auricular y se estableciera la conexión eléctrica (¿electrónica?) y eso provocaba que la moneda cayera en la alcancía, permitiendo la comunicación. 

Todavía recuerdo la angustia que surgía cuando la otra persona ya había descolgado, que hablaba sin que el circuito de la comunicación se completara... Y es que la moneda no había descendido... Muchas, muchísimas veces hubo que dar golpes al cuerpo del teléfono para que el dinero fuera recibido y entonces la llamada fuera posible: ¡cuando caía el veinte y podías conversar con tu interlocutor la zozobra desaparecía y venía la tranquilidad, cuando no la franca alegría... Era la magia de la caída del veinte.

Y por analogía la expresión comenzó a usarse para los momentos en que entendemos algo, especialmente cuando no lográbamos comprenderlo. En México se dice: ¡ya me cayó el veinte! para señalar que se cerró el circuito entre lo que necesitábamos conocer y haberlo entendido. 

¡Ya entendí! ¡Eureka! (¡Lo descubrí!) dijo Arquímedes cuando comprendió cómo medir volúmenes irregulares... Insight llaman los psicólogos al acto en el que una realidad que nos aparece oscura se vuelve clara.

La desvelada: cuando el velo cae...


Los griegos hablaban de aletheia, de desvelamiento, de correr o quitar el velo a la experiencia de entender una cosa o comprobar que como la entendemos, así es en la realidad.

A la correspondencia entre algo que hemos entendido y la realidad de lo entendido le llamamos verdad (¿De qué hablamos cuando hablamos de verdad?). Cuando afirmamos que algo es así y realmente es así hemos hecho un juicio verdadero: no hay velo entre lo afirmado y nosotros, ha quedado corrida la cortina.

Cuando el velo cae y se mantiene recorrido experimentamos placer, gozo... Cualquier angustia ante lo ignorado que deseábamos que fuera comprendido, desaparece. Una desvelada (quitada de velo) no nos deja como antes, nos mueve, nos cambia, nos da una nueva actitud, nos permite interactuar con lo que hemos descubierto.

No digo que siempre que acontece una desvelada sea tal el impacto, la euforia, que salgamos desvestidos, corriendo por la calle, diciendo "lo descubrí, lo entendí, me cayó el veinte" como hizo el ya referido Arquímides, pero sí lo gozamos y muchas veces ardemos en deseos de comunicarlo.

Los filósofos somos recorredores de velos, desveladores, personajes que muchas veces vivimos desvelados. Y si siendo este tipo de personajes, somos además educadores, nos fascina crear condiciones para que alguien pueda experimentar el placer de las desveladas.

He sido profesor de filosofía del ser humano (antropología filosófica) muchos años. Mi labor ha sido pro-vocar y con-vocar al estudiantado a enfrentarse a la realidad frecuentemente desvelada por tanto que se ha dicho (sin ser pensado) sobre qué es ser humano, por qué serlo, para qué serlo.

Continuamente recurro a experiencias, analogías, a la búsqueda de perspectivas no pensadas por quienes acompaño -casi siempre en la adultez, pero muchas veces en la juventud- para que surja un tipo de preguntas que una vez formuladas nos causan comezón, picor, escozor porque permiten entrever que hay algo que no hemos visto claramente, que podría resultar revelador, claro y que nos puede proveer intelecciones para vivirnos de otra manera, para relacionarnos con otras profundidades, para resolver problemas que nos parecían insolubles.

Deseamos que todo quede desvelado... Y si bien, no todo, de repente entendemos algo, tal vez minúsculo, pero que encaja en el rompecabezas de nuestra visión de nosotros, de los demás y del mundo y las cosas se ven diferentes... Como cuando entiendo con otra profundidad qué es ser amigo, qué es ser madre, qué es educar... ¡Entiendo lo que son las cosas! Y entonces puedo hacer afirmaciones que si son adecuadas a la realidad, me permiten moverme con nuevas profundidades, con mayor libertad...

Toda una experiencia gozosa. Muchas veces he dicho: ¡no lo había pensado! ¡No lo había visto así! ¡Qué claro me está quedando! Pero también lo he escuchado en los diálogos que hemos tenido en nuestras disquisiciones filosofantes... 

No se si decir miles de veces, sientos de veces, pero seguramente no pocas veces, estudiantes de las asignaturas que me han sido encomendadas o acompañadas y acompañados en las asesorías filosóficas (Terapia para cuerdos: orientación filosófica para la vida) han emergido gozosas y gozosos de sus desveladas... y lo han compartido con su familia, con sus amigos. 

Como doy clases síncronas en videoconferencia, más de una vez ha sucedido que una mamá, una novia o un novio, un hermano se han sumado a nuestras sesiones, contagiados por quien disfruta nuestras desveladas semanales, tejidas en las sesiones en las que los involucrados nos vamos reconociendo aprendices del filosofar, del preguntarnos, de buscar entender y afirmar con verdad.

Más allá del intelecto, en la entraña de la comunión amigable, amorosa



Y también ha resultado que la experiencia gozosa de entender y poder afirmar cosas adecuadas con la realidad de lo afirmado se vuelve algo mucho más que intelectual. Nos provoca intimidad, complicidad, fraternidad "humanizante". 

Las "desveladas" nos permiten no solo ser un poco más libres, sino también un poco más amorosos (Hablemos del amor... sin tanta sensiblería). Porque si la amistad, el amor de familia o de pareja, se tratan de poder de alguna manera promover que el otro puede ser más otro en la situación en la que se encuentre, esto se dificulta en la ignorancia, en las apariencias y se facilitar cuando entendemos mejor las cosas, cuando podemos afirmar o negar con verdad (de manera adecuada a la realidad). Si entiendo mejor mi relación contigo, puedo crecer más contigo; si entendemos que nuestra relación no nos permite crecer como antes, podemos buscar otras formas de relación...

Soy filósofo y educador: ¡me encantan las desveladas! Porque me han dado una visión de mí, por con y para las personas con quienes coexisto y he coexistido, porque me han permitido hacer muchas cosas para responder a los desafíos que en la vida he encontrado.

Pero también, porque ellas me han regalado amigas y amigos, una red de complicidades humanizantes que hacen que andar la senda, esta que retratan los Apuntes en el camino, sea una experiencia que se recorre en la soledad del profundo, íntimo acto de desvelar el ser de las cosas, pero en la compañía del diálogo que nos ha llevado a ello y que se produce una vez que entendimos y queremos seguir entendiéndonos (a nosotros mismos y nuestro ser por, con y para los demás) al ir entendiendo el mundo que nos desafía para hacer de él un lugar un poco mejor que como lo hemos encontrado.


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