José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí
Escribo estos párrafos en el contexto del cierre de un ciclo escolar. En los últimos días han venido a mí diversas escenas vividas por mí, y las narraciones que he escuchado o leído de mis colaboradores y exalumnos.
Podría comenzar con cualquier anécdota, pero lo evitaré porque quien me lea habrá visto u oído al menos una situación en la que verá concretada mi preocupación.
Me he topado a lo largo de ya décadas con personas -padres o madres de familia en general, pero también uno que otro abuelo o tío- que han olvidado que las personas somos eso antes que ser hijas o hijos, nietas o nietos, sobrinas o sobrinos.
La frase "es que uno haría cualquier cosa por un hijo" ha estado de muchas formas ante mí y la mayor parte de las veces de manera en realidad poco humanizante. Suele ser pronunciada por quien ha decidido actuar por encima de la capacidad de su hija o hijo para afrontar la vida o para aprender a afrontarla.
En nombre de la paternidad o la maternidad se es capaz de tomar las decisiones que corresponden a los vástagos, de encubrirlos, de querer tomar el lugar que estos tienen en la responsabilidad de los propios actos...
Y es que cuando se ve al hijo o la hija antes que a una persona se deja de lado lo más valioso que puede haber en el ser humano: la libertad; es decir, la capacidad de construir la propia vida, tomando decisiones para afrontar los desafíos que uno mismo tiene delante de sí; que nos plantean las relaciones interpersonales, que nos suponen el mundo en el que nos ha tocado vivir... Y hacernos cargo de lo que va sucediendo en el proceso, respondiendo a los efectos de nuestra propia vida, responsabilizándonos de las consecuencias de decidir, sean las que fueran; por desagradables que pudieran llegarse a presentar.
Nadie nace siendo libre. Hay que aprender nuestra propia libertad y solo se puede crecer libremente actuando como persona libre. Decidiendo por, con y para los demás, pero haciéndolo uno mismo.
Cuando se ve solamente al hijo o a la hija siempre viene la tentación de evitarle los dolores, los sufrimientos que implica decidir y se hace impidiéndolo decidir, asumiendo un papel que no corresponde y dejando de lado el que verdaderamente se necesita: acompañante de los procesos de libertad.
No digo que a las personas los padres las dejen abandonadas sin más a la vida, para que que se hagan responsables en absoluta soledad y en el total desamparo. Tamaña irresponsabilidad encontraría muy pocas posibilidades de ser excusada.
Lo que intento señalar es que traer personas al mundo nos pro-voca a convertirnos en acompañantes que estamos al lado de ellas, en mayor o menor medida según su edad y el aprendizaje de la libertad propia que vayan haciendo. Proteger, no sobreproteger; dialogar las posibilidades y no solo imponer lo que se considera que sea mejor para ellas; estar al lado para alegrarse con los aciertos y para sortear los sentipensares que devienen de los desaciertos.
Ser padre o madre es abrirse al aprendizaje de la confianza en las capacidades filiales; modelar formas de actuar y decidir, no suplantarlas; empoderar, no reducir a la impotencia.
Las personas vienen equipadas para construirse tales, para construir su pequeño mundo y aportar al gran mundo. Las herramientas humanizantes son las que tienen que ver con la afectividad, la emocionalidad, la capacidad de entender y pensarse a sí mismo, a las relaciones, a los problemas y virtudes del mundo; las de interacción, colaboración, fraternidad, solidaridad y subsidiariedad; la toma de decisiones en pro del bien común y el individual.
Y estas potencialidades humanizantes se desarrollan cuando la familia, las instituciones educativas cuentan con otras personas que acompañan el proceso de aprender a ser humanos; y se atrofian cuando los demás suplantan a alguien en la tarea de ser humanos.
Nada hay más doloroso que ver personas de 40 o 50 años, incluso un poco mayores que eso, incapaces de hacerse cargo de pagar la renta, de solucionar los problemas de tener una propia familia, de conservar un trabajo, de mantener relaciones a lo largo del tiempo, solo porque a sus papás se les olvidó que antes que hijos, son personas que vienen equipadas para irse formando en eso de ser más por, con y para los demás, humanizándose al encargarse del mundo, de la realidad que se los carga, pero que al mismo tiempo les da muchas oportunidades humanizantes.
Mujeres y hombres reducidos a la niñez porque a sus papás los dominó el miedo a que sufrieran; porque los venció la desconfianza en ellas y ellos y solo confiaron en que por ser mamás o papás sí estaban maduros para enfrentar lo que viniera... Porque se les olvidó que un día no estarían y el mejor legado para alguien es que pueda ser muy él o ella misma, capaz de interactuar con, por y para los demás en esa tarea que llamamos vivir la vida.
Sí... Antes que hija o hijo se es y se está llamado a ser persona.
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