Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

martes, 19 de octubre de 2021

Cuando los nombres no nos son suficiente

Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

Porque celebrar con todo el gozo un cumpleaños
es un montón de complicidades.

Un rostro poco deseable de los sobrenombres

Crecí escuchando de mis mayores que los niños bien (y por ende la "gente bien") no se refería a los demás con sobrenombres, ni mucho menos se dedicaba a poner apodos. 

 Ya han pasado muchas lunas de ello. Sigo escuchando eso de la incorrección de apodar a las personas, de sobrenombrarlas. Y creo que puede llevar mucha razón: porque he sido testigo de cómo al jugar con el nombre de una persona le ha sido puesto otro con el cual se le ha tratado de humillar, de denigrar. 

Los motes, no cabe duda, pueden ser opresores, discriminantes. Lo viví en carne propia cuando llegué a estudiar en una secundaria y en virtud de mi piel blanca me decían "la güera" y solían acompañarlo con expresiones como "güera, si me muero quien te encuera"; o "güera, bastonera". Y no fui el único que aprendió a convivir con eso.

Más tarde descubrí que muchos estudiantes suelen llamarme "profe", como a todos los docentes con los que interactúan. Para ellos es una manera de no comprometerse con la persona que acompaña su proceso... Decir profe no requiere el nivel de compromiso que decir Rafael, o profesor Rafael, incluso maestro de Regil. Basta con preguntarles con quién cursan o cursaron alguna asignatura y no atinan a decirlo. 

Y es que el sobrenombre permite reducir a una persona a su función, a lo que hace para nosotros, sin que nos signifique algo más... Así en instituciones o empresas, incluso muy humanistas, llamamos a nuestros compañeros de trabajo "poli", "seño", "don", "doña".

Hace ya muchos ayeres, cuando habían cambiado rector y llegó a ese puesto alguien que no era grato para muchos académicos, en especial los de cierto nivel o antigüedad, un compañero en junta se refirió en una junta a ese superior diciendo: "el señor ese, el que está en la rectoría"... decidió que "señor" era una buena palabra para nombrar al innombrable. Y en esa tesitura hablamos de "mi ex", "el cabrón", "la tóxica": es la forma perfecta de desaparecerle la identidad y quedarnos sustantivarlo con un adjetivo.

Sí, los alias pueden ser opresivos, discriminadores, excluyentes, cosificantes.

Pero... ¿y cuando los nombres no son suficientes?

Pero también con el tiempo he ido descubriendo que muchas veces las palabras que utilizamos para decir el nombre de alguien dejan de ser suficientes -no nos alcanzan- porque necesitamos otras que renueven los vínculos que tenemos con ellas, que nos permitan hacernos cómplices, compañeros, pertenecientes unos a otros. Y entonces los apodamos, los sobrenombramos, les asignamos un apelativo.

Creo que eso sucede porque cuando encontramos a alguien que nos resulta significativo, entrañable, a quien amamos de las diferentes formas en que se puede amar a una persona, tendemos a dirigirnos hacia él o ella con un sobrenombre muy nuestro, muy íntimo, inexpresable con el simple nombre de pila... 

Nacen los nombres de los que somos entrañables coautores, copartícipes y las muchas formas en las cuales llamamos y nos llaman los nuestros. Así, mi hermano Francisco es "Checo"; mi amigo Enrique es el "Máster"; nuestro amigo sacerdote se convirtió en "El Páter" y Laura es "mi vida". Esas palabras hablan de vivencias compartidas, de afectos tejidos, de comunión y formas vivas de coexistencia.

Bendita sea nuestra posibilidad comunicativa. Afortunados somos de que podamos lograr también en el lenguaje las condiciones para lo íntimo, lo sagrado del encuentro profundo con otra persona. 

 Por eso entiendo que en comunidades como las de los religiosos muchos de ellos tengan un alias y suelan hallarse muy a gusto con él, como sucede en muchas familias con los hijos-hermanos. 

 Y creo que me gusta esta oportunidad que nos dan las palabras: la de crear complicidades al nombrarnos...

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Este apunte fue uno de los primeros del blog. Nació hace mucho tiempo, eran muy poquitos párrafos, con un formato y estilo diferente al que hoy tienen estos Apuntes en el camino. Lo aquí dicho me sigue llamando fuertemente la atención y me resuena en el corazón, así que prácticamente lo rehice para volverlo a compartir con los lectores de nuestros apuntes.

Publicado originalmente en marzo de 2009. Reelaborado el 19 de octubre de 2021


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