Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

miércoles, 12 de agosto de 2020

El reto de fondo: formar a la ciudadanía

Un par de muchachos fueron muy dispuestos a sacar su credencial de elector. Se arreglaron el cabello, se pusieron guapos. El día que les llegó el documento lo presumieron mucho a sus compañeros.

Lo interesante no vino sino semanas después. El alto valor dado a la credencial no tiene que ver con lo de elector, sino con las posibilidades de identificarse en un antro, en el cine y –a lo mejor y con un poco de suerte- en el banco cuando se cambie abra una cuenta.

Muchos jóvenes -y adultos- saben poco de política, de la gestión que nos corresponde a los ciudadanos de intervenir en los asuntos que socialmente nos competen. Casi podría decir que no saben qué es un régimen de partidos, cuáles son las plataformas de esos organismos,  quiénes son y qué representan los representantes "del pueblo". Casi ninguno tiene claridad de cuáles son las funciones de un miembro del congreso, la diferencia entre diputado y senador, cómo se establece el número de tales servidores públicos. Tampoco de cuáles son los puestos elegibles en el poder ejecutivo y cómo funciona eso del poder judicial. Es posible que cuando vieron esos temas en la escuela ni su propio profesor lo hubiera tenido claro.

Sí, los actores de la política son algo totalmente lejano para la juventud, a menos que sean parte de la misma familia y se "coloquen" unos a otros en puestos burocráticos, esos que aseguran el salario y las prestaciones.

Me he preguntado por qué, claro que lo he hecho. Creo que hay muchas posibles respuestas, reducirlas a una sola sería algo por demás simplista.

Sí creo que influya mucho que socialmente lo que tiene que ver con la política y los partidos está fuertemente deslegitimados. Los políticos carecen verdaderamente de credibilidad ante la población. Yo crecí escuchando de la corrupción e inmoralidad de los políticos y cuarenta años después sigue siendo algo presente en los comentarios a mi alrededor.

También es cierto que en los procesos electorales se ha apostado al cambio y los resultados en los gobiernos -con todo y la alternancia- están lejos de las aspiraciones: los viejos vicios continúan presentes los funcionarios públicos llevan a cuestas una pesada carga y la ciudadanía está como espectadora viendo cómo se ponen las cosas y esperando a cambio las dádivas del gobierno, que tiene que solucionar todos los problemas sociales.

Y hablando de ciudadanía, esta se reduce al pago de impuestos (sí, porque del IVA nadie se salva, al menos) y al famélico ejercicio del voto cada 3 años (o más si los calendarios locales son una montaña rusa). No hay una estructura real de participación y vigilancia política, de las cosas públicas, que nos atañen a todos y que son la causa y la finalidad de nuestra vida ciudadana. Porque después de las elecciones siempre queda pendiente la tarea de la participación política que a todos nos corresponde (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2018/07/y-ahora-despues-de-las-elecciones-es.html)

Creo que en eso de los jóvenes y los adultos seamos ciudadanos solo de nombre hay una gran responsabilidad de las instituciones educativas. Y en eso quisiera detenerme un poco más.

Afirmo, no como producto de los trabajos de los investigadores consagrados a hablar de las obviedades, sino por mi experiencia de 40 años de educador, que los padres de familia envían a sus hijos a la escuela casi siempre por dos motivos primarios: que saquen buenas calificaciones y que les enseñen a portarse bien. El supuesto es que con esas dos herramientas se abrirán paso en la vida.

Ellos no esperan que sus hijos tengan formación política, que se les introduzca en una ciudadanía más consistente. Pero tampoco sus docentes, quienes se hicieron tales para transmitir conocimientos, en una forma más o menos honrada de ganarse la vida.

Los educadores somos hijos del positivismo mexicano, que fiel a las ideas promulgadas por Gabino Barreda trató de enfocar el trabajo educativo en dar información científica, sin meterse para nada en otro tipos de asuntos que habían mantenido en interminables guerras al país, retrasando su progreso en medio de un primitivísimo desorden.

En la visión positivista caben nada de moral, nada de filosofía, nada de religión, nada de fundamentación política: esas cosas llevan a nada y solo provocan división, esclavitud, retroceso: esa era la consigna. 

La vida pública dejó de ser cuestionada por ser identificada como una mera ideología y la posición fue reforzado por sistema, desde el nacimiento del Estado mexicano, con su corporativismo sindicalista y toda la historia ya sabida. 

El positivismo vino muy bien para perpetuar el orden que diseñaron quienes tomaron las riendas del país -desde el porfiriato hasta prácticamente el siglo XXI- porque no hay que discutir sobre la legitimidad de las autoridades, la moralidad de las acciones de nadie y si todo mundo está en su lugar, sin cuestionar nada que tenga que ver con el sentido de las cosas, con suerte habrá progreso en los niveles macro con los beneficios en los niveles muy micro (para nadie es nuevo saber de la polarización de la riqueza y la toma de decisiones en nuestro país).

Así, hablar de política en las escuelas resultó de mal gusto. Eso podría ser un lujo para las universidades, cuyos estudiantes y académicos terminaron pagando la factura en los movimientos de los 70 y 80 del siglo pasado: "ya ven, se los dijimos"... que ellos aprendan matemáticas, física o química, no sobre justicia, igualdad y esas cosas.

El resultado es que ni las familias, ni las escuelas introducen a la juventud en el interés por las cosas de la vida pública.

Las instituciones educativas carecen de estructuras que permitan experimentar que la democracia es algo posible, de proyectos educativos que permitan la participación real de los miembros de sus comunidades, la corresponsabilidad. Son autoritarias.

Al mismo tiempo, se viven como instituciones autorreferentes, para las cuales sólo existe su micro cosmos y no la realidad circundante: bastante tiene con mantener el orden interno y la disciplina que supuestamente garantizarían la funcionalidad de sus egresados: personas exitosas en sociedades tan fracasadas que generan cada día más pobres y en mucho un desarrollo sin sustentabilidad.

Me parece que una discusión importante en la pedagogía actual es la de cómo sumar a las nuevas generaciones al ejercicio de la ciudadanía y cuál es el papel real que las escuelas han dejado de jugar al respecto: porque en ello va realmente el futuro de la construcción de cualquier proyecto de país. Esta formación es el reto de fondo. 

Al final de la educación obligatoria (de más de doce años de duración) todos serán ciudadanos. Y de la manera en la que se sumen con los demás a la generación, construcción de acciones que respondan a los problemas de su tiempo -esencia de la política- dependerá que haya condiciones para que ellos se puedan realizar también en lo individual y en la conservación del mundo como una casa común en la que hemos de poder habitar sosteniblemente. Al final de la escolarización habrá que enfrentar la responsabilidad de la participación política (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2015/05/la-participacion-politica-no-es-un.html)

Sin ciudadanos no podrá haber solución pacífica de conflictos, con la saturación de los juzgados que hemos atestiguado por años; no habrá posibilidad de resolver cosas tan sencillas como la supervisión y vigilancia de los servicios que presta el municipio; ni tampoco podrán interactuar los padres de familia para acompañar a las autoridades escolares en la gestión de mejores condiciones para las escuelas de sus hijos ni habrá sistema de salud que alcance porque las personas no entienden que su salud individual al final termina siendo parte de un problema público. No se promoverá la esperanza desde el propio territorio, como señala Juan Luis Hernández al hablar de la formación integral que nos desafía después de la pandemia que trajo consigo el coronavirus. (https://misapuntesenelcamino.blogspot.com/2020/05/formar-ciudadanos-en-la-construccion-de.html)

Estoy convencido que la educación que no forma ciudadanos, no prepara para la vida, aunque las personas que transiten las etapas escolares tengan una brillante trayectoria sacando buenos promedios y acumulando ostentosos títulos en sus paredes y semblanzas. 

Texto originalmente publicado en E-Consulta, en junio de 2009. Actualizado el 12 de agosto de 2020


1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una realidad que el joven, y más aún el adulto en una manera general no sabe bien quien es quien en la vida socioecoj Mónica de nuestro país llegando al límite de nominteresarse por lo que sucede en su comunidad.
Así tampoco se interesa en problemas ecológicos que estannafectando a nuestro planeta, una anécdota es vinieron unos vecinos de ciudad a jugar béisbol al campo de la colonia, losnamih os afortunadamentenestrenaron bat, esommemdio gustó por que estaban enseñando a ni los a disfrutar el deporte, pero lo malo fue que al final del día dejaron botado el empaque de su artículo, amaneció, anoche vio amaneció regresaronny ahí sigue su basura. No les interesa lo se por que lo veo cada ocho días dejan su basura