Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Me sumo quitándome el sombrero y poniéndome de pie: Día Mundial de la Asistencia Humanitaria

 Autor: José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más sobre el autor, haz click aquí
Corrección y cuidado: Socorro Romero Vargas

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Fui formado en educación en los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado. Eran tiempos en que las aspiraciones de las personas -y las ideologías- empujaban por la transformación. Se afirmaba entonces que había que buscar la generación de procesos de liberación que permitieran a las personas volverse dueñas de las situaciones en las que vivían para poder sacudirse lo que estorbaba a la vivencia digna y construir relaciones de justicia. 
               Huelga decir que al ser educador yo estaba convencido -como lo sigo estando ahora- que la educación -formal o no formal- es un esfuerzo de largo aliento, porque acompaña los procesos de personalización, socialización y mundanización que desembocan en la autonomía de las personas que están en condiciones de encargarse del mundo que se los carga en una praxis sociopolítica en la cual se interactúa en pos del bien común. Ser educador -en términos de cambio social- es equivalente a enseñar a pescar y no a dar el pescado, como reza el dicho que seguramente muchísimos hemos escuchado.
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              De alguna manera uno de los enemigos a vencer era el asistencialismo, ese conjunto de acciones de efecto inmediato que "palian" la carencia, el sufrimiento, la vulnerabilidad. En nuestra imagen no era deseable tener un comedor para dar alimento a los empobrecidos, los sin hogar; sino la organización popular que generara posibilidades de ingreso para que esas personas pudieran enfrentar sus necesidades alimentarias y nutricionales con cierta dignidad. No se trataría de tener dormitorios para los vagabundos, sino de sumarlos a procesos que les devolvieran la posibilidad de aspirar a una vivienda y de luchar por ella.
               Decía que ese supuesto me parecía válido entonces, como ahora. Sin embargo, hoy soy más consciente de que hay momentos y situaciones en que hay que meter el hombro para solucionar problemas inmediatos, como la atención de las víctimas del COVID, el cuidado de los enfermos en los campos de refugiados que existen en miles de lugares; ofrecer un lugar y un ambiente seguro a las mujeres, niños, ancianos e incluso algunos hombres víctimas de la violencia doméstica. Hay que hacer frente a los desastres naturales y asistir a los damnificados.
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               En nuestro país lo hemos visto con los terremotos, los huracanes, los migrantes que viajan en la bestia, los refugiados de la crisis guatemalteca causada por la política de tierra arrasada del gobierno del país hermano en los ochenta del siglo pasado: siempre hay mujeres y hombres dispuestos a dar la mano, meter el hombre ante la necesidad del otro, especialmente el más vulnerable; paladines anónimos que asisten humanitariamente a quienes sin su apoyo podrían arriesgar incluso la posibilidad misma de seguir viviendo.
              En diciembre del año pasado la ONU daba a conocer el Panorama Global Humanitario 2020 y en él señalaba que en el mundo durante este año una de cada 45 personas requeriría asistencia en materia de comida, albergue, educación de emergencia, protección o atención de otras necesidades básicas (como las de salud), pues son víctimas de conflictos violentos de larga duración, eventos climatológicos extremos, o de economías de bajo rendimiento. 
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               Si bien, su inclusión en procesos de sensibilización, conscientización y liberación de mediano y largo aliento permitirá la creación un poco más sostenible de mejores condiciones de existencia, la verdad es que en el momento actual muchos de ellos requieren el siguiente plato de comida, la curación, la negociación para evitar su deportación y regreso a un lugar en el que le espera la muerte.
               Y allí aparecen los asistentes humanitarios que con principios de solidaridad, compasión, justicia, imparcialidad, neutralidad e independencia afrontan los desafíos que realizar su labor supone. Muchos pertenecen a organizaciones y organismos que buscan ser la alternativa  inmediata para quienes necesitan ayuda humanitaria -la ONU, médicos sin fronteras, reporteros sin fronteras, Cruz Roja, por citar algunos.
                También hay quien se compromete en escalas más pequeñas, más domésticas: la vecina que apoya a los niños de la casa del al lado y les da de comer porque por alguna razón los familiares cercanos no pueden cumplir cabalmente con ello; la señora que se entera quiénes están enfermos y los procura y les ayuda a hacer gestión; el entrenador que hace un equipo deportivo para chicos en condiciones de alto riesgo.
               En cualquier caso: hay por doquier mujeres y hombres que desde la pequeñez de su día a día y el lugar en el que viven hacen labores que aunque no son mediáticas permiten a personas a su alrededor continuar el camino de la supervivencia, que muchas veces desemboca en mejores.
               El 19 de agosto de 2009 se realizó por primera vez la conmemoración del día de la asistencia humanitaria, que la Asamblea General de la ONU había instaurado en el diciembre anterior. Le fecha elegida coincidión con la masacre de 22 trabajadores de la misión del organismo internacional en Bagdad. 
               La efeméride surgió con una intención clara: sensibilizar y conscientizar sobre la relevancia, pertinencia y trascendencia de la labor de asistencia humanitaria y también para "rendir homenaje" a quienes se comprometen como hemos señalado anteriormente. Al hacerlo quedamos invitados a revisar nuestra propia posición en el mundo y la posibilidad que tenemos de meter el hombro para que la vida humana justa y digna sea de alguna manera posible.
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                Yo me sumo en esta efeméride quitándome el sombrero, poniéndome de pie. Renuevo mi disposición para apoyar en la estrechez de mis posibilidades a las demandas de recursos y tiempo que suponen las desgracias, pero sobre todo reconociendo la importancia de ser educador para apostar a la formación de ciudadanos capaces de hacerse cargo de que haya mejores condiciones en el mundo para que las personas pasen de la sobrevivencia a la vida humana protagónica y para formar a mis educandos en la dignidad de la labor del personal de asistencia humanitaria.
             Una nota final: este 2020 el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria está dedicado específicamente a agradecer y apoyar la labor de quienes asisten a las víctimas del COVID. Publiquemos una nota de agradecimiento en nuestras redes y si con nosotros o cerca de nosotros vive alguien comprometido en apoyar en esta causa, démosle las gracias.