Corrección y cuidado: Socorro Romero Vargas
El mundo entero ha atravesado por una serie de medidas inusuales por la pandemia del Covid-19. El confinamiento con la distancia física, el rompimiento de la rutina cotidiana, de la forma habitual de trabajo, la disminución inusual de la actividad económica han mostrado muchas señales que hay que atender, para la construcción de un mundo más humano.
Con esta entrevista comienza la presentación de una serie de charlas tenidas con educadores sobre los desafíos que tenemos que afrontar -seguir afrontando, sería más propio- tras la crisis de la emergencia sanitaria del 2020.
Un camino que lleva a la educación
A Martín López Calva (Puebla, 1961) “la educación le llegó
casi casi por ser quien es”. Y lo sabe y lo ha llevado a una dimensión muy
grande. Por eso charlar con él de temas educativos siempre es una gran experiencia.
Nació en el seno de una familia de educadores y su vida
escolar sucedió en el ambiente y el carisma de dos familias religiosas de gran
tradición pedagógica, diríamos humanista de inspiración cristiana: cursó
primaria y secundaria en el Colegio Trinidad Sánchez Santos, de los salesianos
y el CCH (bachillerato) en el Instituto Oriente, de los jesuitas.
Allí hizo experiencia en la pequeñez del trabajo y los
encuentros de cada día de una teleología que propone que el proceso educativo
encamine a poder vivir humanamente; es decir, siendo capaces de desplegar los
dinamismos antropológicos fundamentales, esos que contribuyen a una
personalización por, con y para los demás en el mundo, al que hay que adaptarse
al mismo tiempo que transformar, para que haya condiciones mínimas para la
vivencia de la dignidad humana.
Tras la licenciatura en arquitectura -cursada en la Universidad
Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), una institución humanista en la
cual hoy es decano, comenzó el trabajo que lo conduciría por la senda de la
pasión de su vida: docente e investigador educativo.
Esta faceta de su vida comenzó en la Universidad Iberoamericana Puebla, institución jesuita de educación superior, en la cual se integró primero como académico por hora clase y poco después como personal de tiempo completo del Área de Integración Universitaria, un proyecto cuya pretensión era que los estudiantes tuvieran elementos adecuados y suficientes para trabajar en la integración de sus potencialidades para asumirse seres libres, creativos, críticos, solidarios, integrados afectivamente y abiertos a lo ilimitado en la conciencia de su actuar.
En ese tiempo y frente a la tradicional concepción de la
escolarización como aprendizaje de contenidos, la pedagogía que se buscaba y en
la que se trabajaba tenía otras pretensiones en las que el punto de llegada del
trabajo formativo no era el conocer, sino el ser de los alumnos, en la medida
que ellos quisieran asumirse como sujetos capaces de construir un proyecto de
vida en relación consigo, con los demás y con su mundo.
En esos menesteres fue que cursó la maestría y el doctorado
en educación en la Universidad Autónoma de Tlaxcala investigando y reflexionado
sobre la trans-formación docente y comenzó una amplia trayectoria universitaria,
como docente y administrador de lo académico.
El encuentro en 1989 con la obra de Bernard Lonergan,
teólogo y filosofo jesuita y años después con la Edgar Morin -pensador galo que
insiste en entender al ser humano desde la complejidad de su ser y su pensar-
fue fundamental para la labor que desempeña y lo confirmó en la visión que
tiene de que la educar es un proceso progresivo, gradual, sistemático que
lleva al desarrollo de todas las potencialidades del ser humano, para que pueda
construir un proyecto de realización humana y contribuir a la construcción
social y global que permita la vida humana digna.
Mirar la educación con amplios horizontes
Como corresponde en tiempos de pandemia, fue a través de una
videoconferencia que sostuvimos una charla afable, entrañable, lúcida sobre
cómo la crisis que la irrupción del coronavirus -como se le conoce
coloquialmente- mueve nuestra conciencia para pensar en los desafíos que enfrentan
aquí y ahora los educadores y que
deberán marcar la futura agenda de la transformación de los docentes, el
currículum, las prácticas pedagógicas. Me dio gusto ver a mi compañero de ideas
y acciones de educación humanizante.
Y nuestra charla comenzó “por el principio”, sobre la forma
en la que él entiende lo que es educar y lo que los tiempos de aislamiento como
política de salud ante la pandemia nos muestran como provocación.
Sumado a una gran tradición pedagógica él la define como la
“acción progresiva, gradual, sistemática de desarrollar todas las
potencialidades del ser humano para que construir un proyecto personal de
realización humana y contribuir a la construcción social y global”.
Y pareciera que lee mi mente, pues mientras lo oigo, pienso
que en un mundo que ha identificado a la educación como transmisión de
contenidos (no necesariamente de saberes), hablar de la construcción de TODAS
las potencialidades del ser humano pareciera tarea imposible, así que se me
adelanta y señala que ante esa apariencia él afirma que es una apuesta válida,
posible aunque de manera limitada, que se da en medio de contradicciones, pero
que al final sí da frutos. Eso nos da
pie para el meollo de nuestra conversación: la reflexión sobre los desafíos
educativos ante la radiografía de una crisis como la que el coronavirus ha
provocado en el mundo, los continentes, los países, las comunidades, incluso
los hogares.
Lo que vivimos evidencia lo que somos
Y el tema da para una avalancha de observaciones, comenzando
por el redescubrimiento de la vulnerabilidad. Pareciera que vulnerables siempre
son los otros, los que carecen de algo o mucho, pero la pandemia ha puesto el
dedo en la llaga: LO SOMOS TODOS y allí hay una invitación a la humildad: a
pesar de que las personas se sientan dueñas y controladoras de todo, con
grandes instituciones, siguen siendo seres de la naturaleza, permanentemente
expuestos a sus vaivenes. En estos días de confinamiento, el solo salir de casa
nos deja expuestos.
Y esto nos lleva a la desconfianza: vemos a los demás como
un riesgo, de quienes debemos cuidarnos y sin embargo la mayor parte de
nosotros, sino es mediante actos de solidaridad, no lograremos salir ni de esta
ni de otra situación de vulnerabilidad. El otro no es un riesgo, es una
condición para que podamos ser humanos, “es fuente de vida y de cuidado para
mí, para los míos, como yo lo soy de él (o ella), de los suyos”.
La visión individualista que suele campear en nuestra
cultura y que de alguna forma se afianza en las instituciones educativas
termina siendo insuficiente: “seguir tu pasión, seguir tus sueños, dar los
pasos que se pueda dar” parece idílico, pero en tiempos de contingencia resulta
insostenible, porque hay muchas cosas inesperadas, no necesariamente justas y
que escapan de tu comprensión y tu volición. Todavía más, ese individualismo
que se instala en el confort nos prepara para el sacrificio, para entender que
no somos el centro del universo. Si es verdad que te puedes encargar de la
realidad, también lo es que la realidad te carga y que para salir adelante es
importante la constitución individual como la interacción social que busca la
justicia.
Esta charla se pone buena: vulnerabilidad, solidaridad,
humildad, relacionarse de otra manera con la realidad, desmitificar el
individualismo, así que viene el siguiente paso obligado: hablar de cómo esto y
más desafían a la educación o mejor dicho, a quienes estamos involucrados en
ese proceso personal y social.
Y una vez más, aparecen diversas consideraciones, que son
provocaciones para mente y corazón, para asumir la responsabilidad que tenemos
de construir un futuro próximo y remoto más justo y humanizante.
En la educación: arrojados a afrontar los desafíos de siempre y sus nuevos rostros
No estamos preparados para afrontar los desafíos para
superar la separación entre lo conceptual que se vive en la escuela y las
implicaciones vitales en ella y fuera de ella. Los educandos reciben
información, la repiten, pero no la relacionan con la realidad, con la vida
diaria y cuando nos “cambian la jugada” nos quedamos pasmados, desconcertados, incluso
perdemos autonomía y esperamos que alguien nos dicte qué hacer, pues entendemos
poco, aunque repitamos mucho.
Y así llegamos a una idea central del pensamiento y la
praxis de Martín desde hace muchos años: una vez más vuelve al centro de la
escena la necesidad de replantear los fundamentos de la educación antes que sus
cómos: ¿qué es educar? ¿por qué educar? ¿para qué educar, con qué finalidad o
finalidades? Porque parece que las finalidades implícitas o explícitas de la
escuela como transmisora de conocimientos que idealistamente no tienen que ver
con la realidad, ha mostrado su insuficiencia para afrontar la vida.
No se trata de tecnología, sino de dar armas para formar el
carácter, educar en la responsabilidad, en la tolerancia a la frustración, a la
importancia de estar en condiciones suficientes para crear proyectos de vida
desde la alteridad. Pero esto no es posible con la aplicación de métodos como
recetas. Se requiere pensar en que educar es más que transmitir, que enseñar;
porque la persona -y sus exigencias éticas- es más que eso.
Con una visión de fondo de quién es el ser humano, de hacia
dónde debe dirigir su actuar, del papel que juegan el conocimiento y la
voluntad en todo ello, es posible articular una forma de entender la educación
de la cual se desprendan métodos más pertinentes. Martín lo ha señalado
diciendo que hay que volver a la antropología, la ética, la axiología y la
epistemología como fundamentales para la formación de profesores y el diseño de
los planes, programas y praxis educativas.
El siguiente desafío, que cae por su propio peso, es el de
la transformación de los educadores, como seres humanos, como profesionales de
la educación. Se trata de las personas que pueden ayudar a que en la educación
se vuelva a tocar la realidad, que posibilitarían el encuentro real cara a cara
con los alumnos para caminar con ellos para revalorar el encuentro humano.
En lo inmediato habrá que preguntarse: ¿qué nos pasó?, ¿cómo
reaccionamos? ¿qué podríamos hacer para afrontar la vulnerabilidad, la
solidaridad, la distancia entre las ideas y la vida diaria? ¿Cuál es la
importancia de la relación entre todos los involucrados en el proceso
educativo? ¿Y el papel real de las tecnologías en la educación?
nos
lleve a mejores formas de educar a mujeres y hombres capaces para sí, para los
demás y para el mundo que les toca humanizar a fin de que realmente todos
vivamos en una casa común.
Y mientras eso sucede, Martín nos propone que ocupemos estos días de la pandemia para trabajar en la construcción de una actitud en pro del cambio para que al volverá las aulas y las oficinas algo realmente humanizante suceda. No hay que perder de vista lo que hoy nos llama la atención para que mañana continuemos la búsqueda que conduce a un mundo en el que según lo que suceda en los diversos momentos y lugares haya un espacio real para la dignidad de lo humano.
Y mientras eso sucede, Martín nos propone que ocupemos estos días de la pandemia para trabajar en la construcción de una actitud en pro del cambio para que al volverá las aulas y las oficinas algo realmente humanizante suceda. No hay que perder de vista lo que hoy nos llama la atención para que mañana continuemos la búsqueda que conduce a un mundo en el que según lo que suceda en los diversos momentos y lugares haya un espacio real para la dignidad de lo humano.
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