Caminar, vivir, compartir...

Durante años viajeros han apuntado en libretas sus vivencias, hallazgos, descubrimientos, curiosidades... Esta es una de ellas, con los apuntes al vuelo de este viajar por la vida . Estas notas brotan de lo que va pasando por mente y corazón en el auto, en la charla, al leer o mirar multimedia. Y se convierten en un espacio de convergencia entre los amigos, quienes también aquí pueden compartir los apuntes que van haciendo de su caminar por la vida.

domingo, 7 de septiembre de 2025

En los terrenos de la ternura... reflexiones al convertirme en abuelo

 José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

Los últimos días de agosto y los primeros de septiembre de este 2025 fueron intensos, esperanzadores, confiados, abrazadores; llenos de experiencias y con una u otra reflexión, desprendidos del nacimiento de Sophie, hija de mi hija (y de su papá, claro, jajajaja), mi nieta.

Entre mil y un sentires...

Para compartir mejor mis sentipensares debo remontarme a hace 31 años. Corrían los meses entre 1993 y el 1994. Mi paternidad se estaba estrenando. Vivíamos en la Ciudad de México, abriendo paso a la vida: después del confort de la vida religiosa (en la cual trabajaba muchísimo, pero todo estaba asegurado) debía abrirme paso en distintos frentes para afrontar el día a día que había decidido vivir en familia.

En ese entonces trabajaba de medio tiempo en la Universidad Iberoamericana Santa Fe (hoy Ciudad de México), daba clases en cuanto lado podía, incluidos los sábados y los periodos de vacaciones, participando como facilitador en procesos de educación continua allí donde me invitaran. Al mismo tiempo estudiaba periodismo, como un complemento necesario para mi formación académica y mi presente y futuro profesional. Eran los tiempos en los que editábamos una revista, apoyábamos editoriales en su producción de libros. Todo para avanzar paso a paso.

En ese contexto nació la primogénita (su hermana llegaría tres años después en un contexto similar). El ginecólogo que seguía el proceso previo al nacimiento estaba en Toluca. En una de las presumibles últimas consultas, el galeno dijo a Leti: es necesario que nazca ahora: para más tarde ya no podría asumir yo la responsabilidad.

Así que la cesárea ocurrió mientras yo me trasladaba del sur de la Ciudad de México a la capital mexiquense. No, no pude estar presente en el alumbramiento, llegué a ver a la pequeña y su mamá ya en el cuarto del hospital del nacimiento. Tantos lustros después tal vez no recuerdo muchos detalles, pero tengo clarísimo que vivía el momento con sentimientos encontrados: una alegría enorme por la pequeña, pequeñísima que ya nos acompañaba (y lo hará para siempre, solo que de distinta forma), una preocupación por el restablecimiento de la mamá, la presión de afrontar los gastos generados hasta el momento y los que seguramente se generarían... 

Todo en mi mente y mi corazón al mismo tiempo en una sensación rara en la que parecía que se detenía el tiempo y simultánamente los minutos corrían desbocados. Dado que el nacimiento sucedió en sábado, en el trabajo se alegraron conmigo, pero me indicaron que me reportara el mismo lunes (a pesar de ser una universidad humanista, la Ibero no creía entonces en la importancia de que el padre pasara algunos de los primeros días con su retoño). 

La paternidad, desde su primer día hasta ahora, ha sido un gozo, pero en su tiempo, diría yo los primeros 20 años, también fue preocupación, ocupación, expectativa, un poco de zozobra e incertidumbre. Por supuesto: conflictos, apuesta, educación. Y a mis 29 años estaba listo para afrontar el desafío; tanto como un ser humano puede estarlo para ser padre o madre; pues aunque se estudiara para la paternidad o la maternidad, nadie sabría cómo resolverlo hasta que lo va resolviendo.

Hoy soy un papá feliz por sus hijas; conciliado con mis límites y abierto a ser familia en un contexto totalmente distinto, en el que ellas son todas unas mujeres y nosotros ya podemos utilizar la credencial del INAPAM.

Los días pasados, como he referido, fueron únicos. Pero hoy es una nueva época, nuevos tiempos para la permanente humanidad que somos y seguimos siendo.

En la casa del abuelo

El 1 de septiembre quedó marcado como la fecha en que lloró, respiró, comió, descomió entre todos nosotros mi nieta, nuestra nieta (¡que somos cuatro los involucrados!). La conocí en la sala de recuperación postquirúrgica, mientras su mamá pasaba unas laaargaaas horas antes de ir a la habitación. Fue impactante: la vi en una cunita de la que casi al mismo tiempo su papá la tomó para acercarla un poco a nosotros, en los límites que nos señalaron para verla "de lejitos".

Una niña hermosa, que abrió sus ojitos y movió su boquita como diciendo "¿quién osa interrumpir mis largos 9 meses de placidez?". Un papá ocupado de ella, al mismo tiempo que estando totalmente para su esposa, nos la mostró a su abuela paterna, sus tíos también por parte de padre y a mí. Esta vez sí pude estar algunos días al lado de la pequeñita neonata, de mi hija y mi yerno. Todo es tan igual que hace treinta años, y todo es -al mismo tiempo- tan distinto: las circunstancias son totalmente otras.

Ternura, una gran ternura, una insospechada ternura fue lo que afectó y emocionó mi corazón e inundó mi mente. Sentimiento de cariño entrañable, acompañado de profundo agradecimiento, de despreocupada esperanza. No, no era mi hija, no había que vivir el acontecimiento con las exigencias de la paternidad y la filiación, como tres décadas antes.

Y eso fue una sensación impresionante. Mi hija y su esposo tienen mayor edad que la que teníamos padre y madre de ella cuando nació en el lejano siglo pasado. Son personas hechas y derechas, lo más conscientes que se puede ser cuando se estrenan como seres humanos que comparten la vida como fruto de una decisión y asumida responsablemente, tanto cuanto se puede entender en ese momento, que realmente ha marcado un antes y un después directamente en su existencia e indirectamente en todos los que de la forma que sea somos su familia.

Al lado de los sentires ya compartidos estuvo la alegría por nuestra neonata, pero también por su madre y su padre, por la forma en la que ellos han asumido su ser familia y por el celo con el que lo han vivido en los primeros días, paradójicamente abiertos a sus cercanos, a sus redes de amistad y solidaridad. También he experimentado la certeza que solo dan los años: saldrán adelante, de a como toque y podrán hacerlo sin estar solitos, solitarios, pues muchos los acompañan y otros menos, pero consistentemente, los respaldan.

Así que para mí, frente a una nieta, la primera (¿la única?) solo hay por delante ternura, gozo, presencia sosegada, plácida; comprometida en la forma en la que mis años y mis condiciones me lo permiten. Agradecimiento profundo, permanente, por el regalo de la vida, por el misterio de la forma en la que se construyen las microhistorias que hacen nuestra historia, mi historia.

Hoy me sé y me vivo con gozo, con la fruición que solo la experiencia de que siempre, siempre, de maneras insospechadas, la vida tiene la última palabra y no cualquier cosa que atente contra ella enmascarada en la tristeza, el sufrimiento, la frustración, la pérdida. 

En la casa del abuelo se habita la cotidianeidad con la paz de quien ha aprendido que solo se vive una vida y vale la pena ser felices en ella, en la pequeñez y grandeza de cada día; agradeciendo en el presente todo bien recibido, alimentando la vida en el recuerdo del pasado que es capaz de escudriñar lo que ha construido y dejando de lado lo que tal vez no ha sumado o lo ha hecho de otra manera. Con la tranquilidad de vivir el futuro desde la esperanza que no distrae del presente, pero que le da una densidad que se construyó sabiendo que una y otra y otra vez a pesar de los pesares han sucedido siempre cosas buenas.

Que distinto ser padre de una bebé que su abuelo. Qué entrañable ser abuelo de mi pequeña. Qué reconfortante es vivir en los terrenos de la ternura.

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domingo, 24 de agosto de 2025

¡La paz es posible! ¡Tiene que ser posible!

 José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más sobre el autor, haz click aquí.

He tenido que hablar, escribir, dar cursos y talleres sobre la paz, especialmente dirigidos a directivos escolares y docentes; pero también a padres de familia y estudiantes de secundaria y preparatoria. Es un asunto que me ha preocupado explícitamente desde el lejano 1994, hace la friolera de 31 años.

Ese año lejano en la memoria para muchos y que es historia para otros más, en especial los jóvenes, saludó a los mexicanos con la noticia de que teníamos una guerra en el sur del país. Los medios nos mostraron a un grupo de chiapanecos, a quienes conoceríamos con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Hubo muertes, balazos, violencia. En los decires de aquellos días se afirmaba que se había roto la paz de la que durante tantos años México había disfrutado, la "paz social" con la que los políticos y otros actores se llenaban la boca e inflaban sus pechos, en actitud de orgullo.

En ese entonces, al irrumpir la acción revolucionaria del EZLN, parecía que violencia era sinónimo de balazos y paz de su ausencia. Hoy, cuando nuestro país atestigua muertes y desapariciones en cantidades no vistas en décadas por doquier se encuentran voces que reclaman el cese al fuego, el retorno de la paz; que se acaben los balazos.

Pregunté a algunos alumnos de posgrado qué entendían por la palabra paz y las respuestas se orientaban hacia la tranquilidad: esa que viene cuando se acaba la zozobra de pensar que el siguiente caído o desaparecido puede ser un familiar cercano, cuando no uno mismo; la que se cuece cuando no suenan las detonaciones de los proyectiles del ejército o de la delincuencia organizada mucho o poco. Cuando puedes pensar que no serás ejecutado o una víctima colateral de alguien para quien la vida vale poco.

Creo que justamente en este momento hay que insistir en el peligro de aspirar a una paz tan reductivamente considerada: allí donde todo es tranquilo pueden ser cometidas las injusticias más violentas y que todos creamos que no pasa algo, como en aquellos tiempos en los cuales en el país no pasaba nada porque se pagaban precios de encierro, destierro o entierro.

La famosa paz social era una trampa: no había balazos, todo parecía tranquilo, pero la realidad funcionaba violentamente, pues encerraba imposibilidades para que muchos seres humanos tuvieran acceso a educación que les diera más que el burdísimo reconocimiento de grafías y dígitos, a vivienda, a distribución más equitativa de la riqueza, a participación política. Paz con violaciones a lo más profundamente humano es una paz que de ninguna manera merece tal nombre.

Todavía hoy, por ejemplo, cuando las personas hablan de convivencia escolar pacífica, se refieren a una en la que no hay manifestaciones como el acoso (bullying), el abuso, los golpes, las palabras hirientes. Y a la punición para quien de alguna manera incide en el día a día, por violento, conflictivo o indisciplinado.

Incluso, hoy se unilateraliza una dimensión de la paz, personal, íntima, subjetiva: la paz interior. Hay que acompañar el bienestar emocional de todo mundo, para que se encuentren bien, con el riesgo de que el pretendido cuasi-nirvana sea el remedio, porque si yo estoy bien, que el mundo siga su marcha (APUNTES EN EL CAMINO: ¿Paz interior? ¡CIaro!, pero...)

Pero poco se dice de que haya espacio para el acompañamiento de los estudiantes que cree condiciones para que sean más autónomos y responsables, de que existan espacios explícitos para dialogar las normas que articulan la forma de interactuar para lograr el bien común; de que la ruptura de la paz se afronte buscando la restauración de la coexistencia entre los distintos miembros de la comunidad y no la mera sanción punitiva que pocas veces llega a las apuestas éticas de las personas. 

Las condiciones de justicia en la convivencia diaria parecen no ser tema; la cultura de paz (es decir, la forma de entender y vivir lo que podemos considerar valioso para interactuar y poder buscar el bien común resolviendo adecuadamente el conflicto) no aparece; las estructuras para una convivencia en la que podamos tener lo necesario para ser la mejor persona que podemos ser, no son abordadas cuando de violencia se habla. La ciudadanía se reduce a jornadas electorales y deja de lado al compromiso profundo con el bien común.

Hay un término que en lenguaje medio oriental se expresa como Shalom -que puede ser traducido también como paz- que nos puede ilustrar mucho… Es costumbre antiquísima en los pueblos del Oriente medio saludarse con la referida expresión y con ella desear paz a quienes se encuentran en el lugar que se visite, pero se trata de la paz que se da cuando todos tienen la oportunidad de acceder a condiciones de vida como “Dios quiere”: con todo aquello que permite ser tan humanos como sea posible: vivienda, ropa, protección de quien gobierna, salud, una visión más crítica del mundo que permita solucionar creativa y solidariamente los problemas, espacio para la libertad… (APUNTES EN EL CAMINO: ¿De qué hablamos cuando decimos paz? Entre la pax romana y el shalom bíblico)

 ¡La paz es posible! ¡Tiene que ser posible! Es el grito que muchos no queremos que se extinga. En el ya también lejano 1973 Paulo VI se lo decía al mundo en su mensaje para el 1 de enero: la paz es posible... Y yo añado, cuando nuestro empeño se orienta hacia que no sea una paz boba, inconsistente, meramente carente de balazos y muertos, de bullying, ladies y lores dando pusilánimes espectáculos en las calles, pues ese es sólo su primer escalón. 

Sí es posible una paz inteligente, activa, solidaria, crítica, creativa: la que permita mejores condiciones de vida. Y para ser pacífico en este sentido hay que comenzar siéndolo desde la casa, la escuela, el lugar de trabajo. 

Sí es posible el compromiso ciudadano porque haya menos muertos y que al mismo tiempo los vivos estemos más realmente vivos.

Texto escrito por primera vez el 13 de octubre de 2011, para Síntesis Tlaxcala. Actualizado el 24 de agosto de 2025.

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viernes, 18 de julio de 2025

Sin esperanza, la vida se atora en la incertidumbre. Nace el Día Internacional de la Esperanza

 José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

Día Internacional de la Esperanza | Naciones Unidas

Un día internacional más... y vale la pena

El 4 de marzo de este 2025 la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) adoptó una resolución, la 79/270, mediante la cual fue creado el Día Internacional de la Esperanza, que será conmemorado cada doce de julio.

La ONU ha establecido fechas para que a manera de efeméride sirvan como pretexto para que en los países, las instituciones y los grupos puedan resignificar la vida, resignificando una dimensión de la existencia (te recomiendo: La desgracia del tiempo plano: resignificar la vida resignificando los días).

En la primera mitad del año en curso los delegados de los países recordando que en la entraña misma de la Organización se encuentra el "compromiso de salvar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra, reforzar la paz universal, practicar la tolerancia y vivir en paz como buenos vecinos" y que a través de la Declaración Universal de los Derechos Humanos "proclama que la aspiración más alta de los pueblos es vivir en un mundo donde disfruten de la libertad de expresión y de creencias y estén libres del temor y la miseria", designaron el ya referido Día Internacional de la esperanza.

Se trata de un reconocimiento de la importancia de la esperanza en la vida humana, que debe ser promovido de manera integral en un "enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado del crecimiento económico que promueva el desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, la felicidad" y que ello ha de estar presente en la construcción de políticas públicas y prácticas sociales.

Como todo "Día Internacional de...", la jornada se constituye en una invitación para que naciones, organismos, instituciones realicen actividades que dinamicen en los distintos niveles (internacional, nacional, regional, local) acciones educativas y de toma de conciencia para "promover la esperanza con el fin de asegurar la paz, el bienestar y el desarrollo sostenible, fomentando medidas de reconciliación, actos de servicio, perdón y compasión entre las personas".

En la página sobre esta efeméride (Día Internacional de la Esperanza | Naciones Unidas), se hace hincapié: "en tiempos difíciles, la esperanza sigue siendo una fuerza transformadora. Tiene el poder de cerrar brechas, impulsar el progreso y elevar el espíritu humano".

Contagiar esperanza

la esperanza - Muxote Potolo bat

Hace muchos años leí un texto de Erich Fromm, La revolución de la esperanza. En él, el psiquiatra freudo-neomarxista pone sobre la mesa que cuando las personas han perdido toda esperanza, como pasa a los indigentes en muchos lugares, toda posibilidad va siendo anulada, excepto el existir sin más en el día a día. Ayudar a que quien ha perdido todo se recupere como persona no es posible sino en el marco de la esperanza; la certeza de que un futuro humano y humanizante es de alguna manera posible, a pesar de toda la oscuridad en el que se den las condiciones de vida en un momento histórico específico.

Y el autor es filoso: la esperanza no se transmite, ni se re-crea por discurso, por razonamiento, por disertaciones. No se enseña en clases sesudas: se transmite como "por contagio". Las personas esperanzadas comparten esperanza.

En mi experiencia, una persona desesperanzada se percibe tan en la oscuridad que no ve nada que pudiera ser alentador; la esperanzada, atisba, vislumbra en las pequeñas acciones humanizantes de cada día y en la memoria agradecida de lo humanizante vivido las semillas del futuro posible para vivir con un mínimo de dignidad, para que la lucha por el bien-ser y el bien-estar sean algo viable... Quien es esperanzado (más que "quien tiene esperanza") no puede abandonarse diciendo que ya no hay más posibilidades

En esta línea, darnos un día para repensarnos frente a la tensión esperanza-desesperanza nos da la oportunidad de mirarnos como personas activas, agentes ante nosotros mismos y los demás, que encuentran en el aquí y ahora las semillas que darán frutos. No se sabe cómo exactamente será el fruto, pero se sabe que lo habrá. Así es y ha sido la vida humana. La esperanza nos permite saber con el corazón -y también con la mente- que la grandeza de lo humano está en la pequeñez de lo humano, en lo que sí sucede, en las personas que sí actúan, en la confianza en que las mujeres y los hombres hemos sido y somos capaces de apostar con éxito al sí de la vida.

En los Apuntes en el camino hemos dedicado muchas letras a la esperanza (puedes encontrar 14 artículos en este hipervínculo: APUNTES EN EL CAMINO: Esperanza)... Si me preguntaras con cuál te recomiendo comenzar, te diría que con uno de estos dos textos: APUNTES EN EL CAMINO: ¿Qué y cómo esperar del futuro? Apuntes sobre esperanza en tiempos oscuros o APUNTES EN EL CAMINO: Necesitamos reporteros especializados. Este segundo es de mis favoritos, porque nos invita a ver con ojos de relevancia nuestro vivir cotidiano y pregonar el montonal de cosas padres que hay y que aparecen ante nosotros con tan solo intentar mirar.

En cualquier caso: estamos invitados a compartir que la esperanza es importante motor humanizante y que está totalmente a nuestro alcance. Pongamos nuestra semilla para construir el futuro con la firme, razonable y entrañable creencia en un mañana mejor; reconozcamos que sin esperanza, la vida se atora en la incertidumbre.

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Convivencia, reto para educarnos

 José Rafael de Regil Vélez. Si quieres conocer más del autor, haz click aquí

Este es un apunte breve, porque es en realidad una invitación para leer un artículo de Miguel Bazdresch Parada (Guadalajara 1947), el maestro para muchos, el doctor académico emérito del ITESO para otros, el impulsor incesable de una educación humanizante para unos más.

En la Revista Educ@rnos, el investigador, también cofundador de la Red Latinoamericana de Convivencia Escolar, nos llama a considerar la importancia de la convivencia social para el mundo que vivimos. Señala que si bien en eso del convivir la familia tiene un papel decisivo en la conformación de la convivencia ciudadana posterior de las personas; es posible -y urgente, diría yo- atender en las instituciones al cuarto pilar de la educación pertinente para nuestra época que señaló al inicio de siglo Jacques Delors: aprender a convivir.

"Con esta base, vivir juntos no es cercanía física, sino capacidad de comprender al otro como otro, y así se puede coincidir en modos de ser o se puede discrepar y en ninguna de las dos hipótesis habrá ruptura, sino convivencia en la diferencia. Desde luego, implica esfuerzo y descubrir lo insólito y aun cualidades propias necesitadas de apropiación por el ser de cada uno, para construir un modo de ser humano, convivencial.

De ahí aprender a vivir juntos, a convivir, sea una tarea educable e interminable del educador y, desde luego, del estudiante."

Te invito a ir al artículo original, que seguro será una incitación para tener siempre presente la responsabilidad de aprender a convivir, que es de todos en cualquier lugar y en cualquier momento.

Puedes ir al artículo siguiendo este vínculo: Convivencia, reto para la educación – Revista Educarnos.

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domingo, 13 de julio de 2025

La educación de los leones no es como la pintan... ¡ni los leones tampoco!

 José Rafael de Regil Vélez. si quieres conocer más del autor haz click aquí

Desde el 2007, cuando fui invitado a dejar de trabajar exclusivamente con estudiantes de licenciatura y posgrado para encargarme de la dirección de una preparatoria, muy rápidamente comencé a escuchar frases de parecidas a "qué difícil es trabajar con los chavos de prepa", o "vaya que los maestros la tienen difícil con muchachos de esa edad".

Supongo que los comentarios provenían de la propia experiencia juvenil, de las relaciones tenidas con hijos o sobrinos de entre 15 y 20 años o por la muy extendida idea del "difícil periodo de la adolescencia".

Han pasado más de 13 años. Y entonces como hoy sigo pensando: el león no es como lo pintan... Y es que en realidad me parece que cuando lo pintan lo hacen por lo que imaginan que es; por esa común distorsión que nos lleva a adoptar lo que se dice, todos instalados dentro de la misma caja, mirando lo que siempre nos han dicho que debemos ver y que a fuerza de repetirlo nos parece real.

Vivimos instalados en la creencia de que dado que los adolescentes, chicos o niños, como se les suele llamar, son demasiado ligeros, irresponsables, rebeldes; que no quieren tener que ver con los adultos con quienes existe un abismo generacional prácticamente infranqueable. Y apoyan sus constructos en los casos en los que los estudiantes de bachillerato, incluso de inicio de la universidad, rayan carros de profesores, se muestran rebeldes, "contestones y criticones"; en el desmedido relajo que echan cuando están juntos en el lugar al que los educadores los obligan a ir. 

En las escuelas, cuando se lleva a los alumnos a un auditorio, se pido a los docentes que se den vueltas en los pasillos, que los cuiden -como sinónimo de que los vigilen- porque al león hay que domarlo, someterlo... "¿educarlo?".

La "educación del león"

Comúnmente se piensa que al león hay que educarlo a partir de la desconfianza: en su capacidad intelectual, ética, de autodisciplina. Así hay que "controlarlo", diseñar las formas de relación suponiendo de antemano que en cualquier forma los leones son por naturaleza transgresores, incapaces de tomar decisiones y afrontar las responsabilidades de lo que eligen y hacen. A los leones nada les importa y no tienen valores. Ya no son como antes, en ese mundo idílico de la juventud de los educadores donde NOSOTROOOOOSSS sí teníamos valores, deseábamos aprender, nos comprometíamos con disciplina.

Y así... de tanto desconfiar, pareciera que estamos decididos a condenar a la infantilidad a quienes ya pueden ir haciendo su camino: los sobreprotegemos, para después quejarnos de que nada funciona con ellos... Generación, tras generación.

San Juan Bosco, allá en la primera mitad del siglo XIX, dos centurias hace, se enfrentó a desafío de educar jóvenes. Los albores de la revolución industrial en Turín conocían de la capacidad "feroz" de los "leones ". Tras años de guerras, perdida la población masculina "adulta" con hambre en las casas, multitudes de menores bajaban a la ciudad para buscar trabajo encontrando muchas veces explotación y muchas otras nada. Unidos para sobrevivir, delinquían, parecían incorregibles. 

El sacerdote de origen campesino, que se sentía fuertemente invitado a hacer algo, pronto aprendió que había que mirar a los muchachos de otra manera, desde otra perspectiva, una real. Y para ello había que repensar también el rol mismo del educador. 

Pronto descubrió que no es verdad que los jóvenes no quieren tener que ver con los adultos; es más, se mueren de ganas de una presencia adulta en su vida; pero no cualquiera, sino de alguien cercano y al mismo tiempo razonable que muestre opciones para ir haciendo la vida de manera sensata... 

Y no por mero discurso y pontificaciones, sino porque se crean las condiciones para vivir las experiencias que lleven a ver, escuchar, oler, palpar, gustar, imaginar, formas de vida. 

El compromiso real con los jóvenes llevó a Don Bosco a vivir una educación que sí educa: diseñada de manera razonable, con una clara teleología y con una axiología definida (fines y valores humanizantes claros) se invita y acompaña a los dicentes -palabra hoy de moda- a ser lo que siempre debieron ser: protagonistas de su formación; acompañados para reflexionar lo que van viviendo; para ajustar sus acciones con la propuesta que se les hace; formándose mediante la participación en las actividades que preparadas con ellos y para ellos.

Educación juvenil en una libertad progresiva y acompañada para decidir como fruto de discernimiento y no de la mera impulsividad y que es capaz de ir comprendiendo las consecuencias de su actuar y responde ante ellas para sacar lo mejor posible y seguir construyendo una convivencia en la que la comunidad se educa viviendo los valores que la convocan y para los que forma.

Se trata de una forma de educar que parte de la confianza, que sabe que toda persona viene "equipada" para ser la mejor persona que puede ir siendo, vez por vez, en un proceso individual y comunitario; en un ambiente de familiaridad en la que muchos se pueden sentir invitados a sacar de sí la mejor persona que puede ser; el mejor ciudadano y -en términos del sacerdote educador- el mejor cristiano que le toque ser, en el mundo que le toque vivir.

A la educación de jóvenes en las que se les acompaña creando condiciones para que se vuelvan protagonistas de las experiencias y las reflexiones que les permitan formarse, en la que se les acompaña con mucho diálogo y con preguntas finas para entender realidades, ver posibilidades y encontrar valores, se le denomina hebegogía... 

Y la hebegogía la típica educación de jóvenes que nos han pintado; sino una en la que realmente se avanza desde lo que se es, a lo que puede ser; partiendo del mundo que ha tocado vivir y avanzando aunque sea milimétricamente al que es posible construir para vivir aunque sea un poco más humana y dignamente. 

Y el león no es como lo pintan; sino una persona

Si algo he aprendido a lo largo de cuatro décadas de educador; es que hay cosas que los humanos hacemos; por ser personas, no por ser jóvenes o adultos. Cada uno no sabemos cómo reaccionaremos en un apasionamiento, somos capaces de mentir como primera reacción para proteger nuestro yo expuesto, incumplimos compromisos, nos rebelamos ante imposiciones que nos parecen insensatas (aunque sea de manera soterrada y silente). 

Como director de bachillerato he visto comportarse de manera muy similar a estudiantes, profesores y padres de familia. Y he visto que cuando los educadores partimos de esta realidad compartida y entendemos que tenemos que crear las condiciones para poder convivir partiendo de esta realidad pero apuntando a las posibilidades humanizantes que tenemos todos, a cualquier edad, y ponemos la experiencia de haber ido aprendiendo a personalizarnos al servicio de la experiencia de quienes nos siguen, nuestros sucesores, todos nos formamos: inicial y continuamente.

El joven es una persona. Desea lo que necesita para construirse persona. Valora cuando encuentra cosas que realmente son sensatas para construirse humano. Viene equipado para ello.

Con toda honestidad puedo decir que en mis años de educador juvenil y de formador de educadores juveniles no he encontrado la caricatura que siempre escucho decir cuando los "adultos" se refieren a los "muchachos", ni he experimentado que la labor sea algo difícil. Solo se trata de partir de la humanidad compartida de manera cercana, afectuosa, amable, y de dialogar una y otra y otra vez para encontrar lo más razonable para construirnos humanos. 

E irlo haciendo cada vez más profesionalmente, sistematizando métodos, materiales, estructurando formas de relacionarse y convivir para que las personas -que no leones- vivan experiencias hebegógicas, que no domesticación de los felinos tan traidos y llevados en estas líneas.

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