José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más sobre el autor, haz click aquí.
He tenido que hablar, escribir, dar cursos y talleres sobre la paz, especialmente dirigidos a directivos escolares y docentes; pero también a padres de familia y estudiantes de secundaria y preparatoria. Es un asunto que me ha preocupado explícitamente desde el lejano 1994, hace la friolera de 31 años.
Ese año lejano en la memoria para muchos y que es historia para otros más, en especial los jóvenes, saludó a los mexicanos con la noticia de que teníamos una guerra en el sur del país. Los medios nos mostraron a un grupo de chiapanecos, a quienes conoceríamos con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Hubo muertes, balazos, violencia. En los decires de aquellos días se afirmaba que se había roto la paz de la que durante tantos años México había disfrutado, la "paz social" con la que los políticos y otros actores se llenaban la boca e inflaban sus pechos, en actitud de orgullo.
En ese entonces, al irrumpir la acción revolucionaria del EZLN, parecía que violencia era sinónimo de balazos y paz de su ausencia. Hoy, cuando nuestro país atestigua muertes y desapariciones en cantidades no vistas en décadas por doquier se encuentran voces que reclaman el cese al fuego, el retorno de la paz; que se acaben los balazos.
Pregunté a algunos alumnos de posgrado qué entendían por la palabra paz y las respuestas se orientaban hacia la tranquilidad: esa que viene cuando se acaba la zozobra de pensar que el siguiente caído o desaparecido puede ser un familiar cercano, cuando no uno mismo; la que se cuece cuando no suenan las detonaciones de los proyectiles del ejército o de la delincuencia organizada mucho o poco. Cuando puedes pensar que no serás ejecutado o una víctima colateral de alguien para quien la vida vale poco.
Creo que justamente en este momento hay que insistir en el peligro de aspirar a una paz tan reductivamente considerada: allí donde todo es tranquilo pueden ser cometidas las injusticias más violentas y que todos creamos que no pasa algo, como en aquellos tiempos en los cuales en el país no pasaba nada porque se pagaban precios de encierro, destierro o entierro.
La famosa paz social era una trampa: no había balazos, todo parecía tranquilo, pero la realidad funcionaba violentamente, pues encerraba imposibilidades para que muchos seres humanos tuvieran acceso a educación que les diera más que el burdísimo reconocimiento de grafías y dígitos, a vivienda, a distribución más equitativa de la riqueza, a participación política. Paz con violaciones a lo más profundamente humano es una paz que de ninguna manera merece tal nombre.
Todavía hoy, por ejemplo, cuando las personas hablan de convivencia escolar pacífica, se refieren a una en la que no hay manifestaciones como el acoso (bullying), el abuso, los golpes, las palabras hirientes. Y a la punición para quien de alguna manera incide en el día a día, por violento, conflictivo o indisciplinado.
Incluso, hoy se unilateraliza una dimensión de la paz, personal, íntima, subjetiva: la paz interior. Hay que acompañar el bienestar emocional de todo mundo, para que se encuentren bien, con el riesgo de que el pretendido cuasi-nirvana sea el remedio, porque si yo estoy bien, que el mundo siga su marcha (APUNTES EN EL CAMINO: ¿Paz interior? ¡CIaro!, pero...)
Pero poco se dice de que haya espacio para el acompañamiento de los estudiantes que cree condiciones para que sean más autónomos y responsables, de que existan espacios explícitos para dialogar las normas que articulan la forma de interactuar para lograr el bien común; de que la ruptura de la paz se afronte buscando la restauración de la coexistencia entre los distintos miembros de la comunidad y no la mera sanción punitiva que pocas veces llega a las apuestas éticas de las personas.
Las condiciones de justicia en la convivencia diaria parecen no ser tema; la cultura de paz (es decir, la forma de entender y vivir lo que podemos considerar valioso para interactuar y poder buscar el bien común resolviendo adecuadamente el conflicto) no aparece; las estructuras para una convivencia en la que podamos tener lo necesario para ser la mejor persona que podemos ser, no son abordadas cuando de violencia se habla. La ciudadanía se reduce a jornadas electorales y deja de lado al compromiso profundo con el bien común.
Hay un término que en lenguaje medio oriental se expresa como Shalom -que puede ser traducido también como paz- que nos puede ilustrar mucho… Es costumbre antiquísima en los pueblos del Oriente medio saludarse con la referida expresión y con ella desear paz a quienes se encuentran en el lugar que se visite, pero se trata de la paz que se da cuando todos tienen la oportunidad de acceder a condiciones de vida como “Dios quiere”: con todo aquello que permite ser tan humanos como sea posible: vivienda, ropa, protección de quien gobierna, salud, una visión más crítica del mundo que permita solucionar creativa y solidariamente los problemas, espacio para la libertad… (APUNTES EN EL CAMINO: ¿De qué hablamos cuando decimos paz? Entre la pax romana y el shalom bíblico)
Sí es posible una paz inteligente, activa, solidaria, crítica, creativa: la que permita mejores condiciones de vida. Y para ser pacífico en este sentido hay que comenzar siéndolo desde la casa, la escuela, el lugar de trabajo.
Sí es posible el compromiso ciudadano porque haya menos muertos y que al mismo tiempo los vivos estemos más realmente vivos.
Texto escrito por primera vez el 13 de octubre de 2011, para Síntesis Tlaxcala. Actualizado el 24 de agosto de 2025.
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